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El Cádiz y el efecto Munch

El cielo se volvió de pronto azul y amarillo, los futbolistas sobre la ciudad y el fiordo oscuro de un pozo, no vieron otra cosa que responsabilidad y lenguas de fuego, mientras sentían que un alarido infinito penetraba en toda su naturaleza.

El Cádiz y el efecto Munch
Licuado: VAVEL
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Por Mariano Jesús Camacho

Completada en 1893, la pintura “El grito” es el título de cuatro cuadros del noruego Edvard Munch, cuatro versiones de un enorme artista del expresionismo que según notas del propio autor surgieron de una situación vital que explicó de la siguiente manera: “Iba caminando con dos amigos por el paseo el sol se ponía - el cielo se volvió de pronto rojo - yo me paré - cansado me apoyé en una baranda - sobre la ciudad y el fiordo azul oscuro no veía sino sangre y lenguas de fuego - mis amigos continuaban su marcha y yo seguía detenido en el mismo lugar temblando de miedo - mientras sentía que un alarido infinito penetraba toda mi naturaleza”.

La obra refleja a la perfección ese tipo de sensaciones, que trasladadas al mundo del espectáculo y muy concretamente al fútbol, entroncan y quedaron definidas con aquello que acuñó Jorge Valdano como miedo escénico.  El latir de las aficiones locales, el aliento fiel de las hinchadas y el colorido de las mismas, han constituido importante báculo de apoyo para que los profesionales que defienden el destino de un club, se sientan arropados, consiguiendo de la misma forma presionar a los futbolistas del equipo rival. Recurriendo al miedo escénico es posible que en alguna ocasión el citado factor haya pesado en el devenir de una eliminatoria, una final, un partido, pero de lo que no cabe la menor duda es que son los futbolistas los que hacen bueno el apoyo de sus grandes aficiones.

Es por ello tremendamente aleccionadora la experiencia y el debate existente en estos días en las calles de Cádiz. Lo acontecido en la eliminatoria de ascenso entre el equipo gaditano y el oventense, ha abierto una controversia digna de estudio. Son varios los factores que flotan en el sentir del aficionado cadista, para llegar a una conclusión realmente paradójica. Como le sucedió a Munch en aquel ocaso junto al mar, el autobús del equipo amarillo fue recibido bajo un sol de justicia por una marea de tonos azules y amarillos en la avenida principal de la capital gaditana. El cielo se volvió de pronto azul y amarillo, los futbolistas sobre la ciudad y el fiordo oscuro de un pozo, no vieron otra cosa que responsabilidad y lenguas de fuego, mientras sentían que un alarido infinito penetraba en toda su naturaleza. El impresionante y maravilloso recibimiento que la hinchada amarilla regaló a su equipo, para muchos pudo ser contraproducente para unos futbolistas que sucumbieron ante el efecto Munch.

Curiosamente la afición tremendamente fiel y generosa, detecta desde hace años que su equipo no responde a la altura de lo que se le entrega. Y no se cuestiona la profesionalidad ni la lucha de los futbolistas, pero se tienen dudas muy fundadas sobe la fortaleza psicológica de los mismos. La sola posibilidad de fracasar, de no poder responder a semejante apoyo, bloquea a profesionales que rinden sensiblemente por debajo de sus posibilidades. Cierto es que en el global de la eliminatoria Cádiz-Oviedo, el equipo asturiano se mostró superior, interviniendo varias circunstancias, como la táctica, la calidad y veteranía de los jugadores oventenses, el resultado de la ida que condicionó a los amarillos; pero observando la sustancial diferencia de imagen ofrecida por el Cádiz en el Carlos Tartiere y en Carranza, se puede llegar a la conclusión de que los futbolistas del conjunto gaditano sufrieron miedo escénico de su propia afición.

Eso es lo que al menos transmitieron sobre el césped: precipitación, imprecisión, piernas agarrotadas, bloqueo físico y mental… Es lo que se puede definir como angustia ante el deseo real, ante la posibilidad concreta de la realización de un sueño, pues un deportista puede llegar a fantasear con un éxito sin experimentar miedo escénico, pero cuando se enfrenta a la realidad comienza a experimentar bloqueos, paralización y nerviosismo.  Es la presión ante el apoyo y la mirada del espectador, la inseguridad de no poder estar a la altura de las expectativas ante un objetivo cercano e inminente.

Para evitar que la citada circunstancia se repita la solución no es que la gente no anime, no se ilusione y aliente a los suyos, puesto que en el caso del Cádiz y su fiel afición, entraríamos en el reino de un absurdo inconcebible, pero los futbolistas deberían hacer uso de una serie de automatismos que les permitiera afrontar el alcance del objetivo sin la aparición de la angustia escénica. El primero de ellos dividir la responsabilidad a través del diálogo con sus compañeros, asumiendo cada uno un porcentaje de la misma, pedir el balón y mantener seguridad en la posesión, en la distribución del juego, poniendo en práctica lo entrenado con naturalidad. Asumir riesgos en el momento adecuado sin dar la sensación de quemazón de balón, divide y vencerás se suele decir. Igualmente tendrían que hacer uso previamente de un escenario vacío, de un Carranza imaginariamente vacío para asentar su seguridad en el césped y con un balón que es el que dicta realmente el devenir de vencedores y vencidos. Los jugadores deben centrarse en el presente, en lo que tienen que hacer en ese momento, sin pensar en lo que pasará o es posible que acontezca. Todo lo válido para abstraer a los rivales de los ambientes que encuentran cuando juegan como visitantes, podría servir para el curioso caso cadista. El público no es un lobo hambriento que nos va a morder, olvidarse de la crítica y centrarse en la razón de por qué se ha llegado a semejante momento, semejante ambiente y escenario. Es importante estar en paz con la afición, olvidarse temporalmente de las gradas y concentrarse en el trabajo, disfrutando del colorido y el aliento de una hinchada que nunca falla y acabará otorgándote ese aplauso final tan reconfortante.

Por ello, ahora que el Cádiz vuelve a afrontar una eliminatoria apasionante ante otro gran e histórico rival como el Hércules, resulta crucial que los futbolistas superen el efecto Munch, el grito de una hinchada que ya colapsa sus corazones en las taquillas. Una hinchada que es absolutamente inocente en esta apasionada vivencia amarilla, puesto que la clave radica en la cabeza de los profesionales, en los centros neuronales que controlan la serenidad, aquellos que ponen en funcionamiento el motor, que abren el torrente de una adrenalina que en exceso resulta perjudicial. Las piernas tienen que correr racionalmente, no pesar, volando con una cabeza que tiene que pensar que el balón es instrumento. El sonido de la afición es la banda sonora de un sueño que dejó de serlo para convertirse en presente por acometer y afrontar.

Como dijo Lao-Tse: “El que obtiene una victoria sobre otros es fuerte, pero el que consigue vencerse a sí mismo, éste, es todopoderoso”. La afición les seguirá recibiendo y esperando a la vuelta de una avenida, siempre fiel, convirtiéndose en última dovela de un puente histórico que puede llevarles directamente a Segunda División. 

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Sobre el autor
Mariano Jesús Camacho
Diez años escribiendo para medios digitales. Documentalista de la desaparecida web Fútbol Factory. Colaboré en la web deportiva italiana Sportvintage. Autor en El Enganche durante casi cuatro años y en el Blog Cartas Esféricas Vavel. Actualmente me puedes leer en el Blog Mariano Jesús Camacho, VAVEL y Olympo Deportivo. Escritor y autor de la novela gráfica ZORN. Escritor y autor del libro Sonetos del Fútbol, el libro Sonetos de Pasión y el libro Paseando por Gades. Simplemente un trovador, un contador de historias y recuerdos que permanecen vivos en el paradójico olvido de la memoria.