En la parte alta de Lezama, jardín de las delicias de un fútbol de personalidad genuinamente vasca, un busto de bronce otea la línea del horizonte, que es la del gol y los sueños de muchos niños que oyeron hablar de hazañas de un fútbol lejano y un ariete llamado Zarra. Queda lejos aquel fútbol, aquel balón, aquellos ‘campos de Dios’ de la geografía española, aquel equipo que era como una familia. Allá en lo alto de la loma del fútbol de leyenda, se pregunta cada día Don Telmo qué habrían conseguido ellos de haber gozado de esas alfombras por las que se desliza un balón que apenas duele cuando impacta en la cabeza. Pero disfruta al comprobar que el fútbol sigue dependiendo en gran medida del arte en el que se doctoró, pues el gol es la consecuencia de la inteligente, precisa y práctica ejecutoria de un especialista, que interpreta con un remate y un desmarque el trabajo del resto de sus compañeros.

Hijo del jefe de estación de Asua y caballero del balón, Telmo nació para el fútbol gracias a su admiración por Lafuente, Unamuno, Bata, Chirri y Gorostiza, estrellas del Athletic triunfal de los años treinta. Estudiando en el colegio de La Campa logró ver en varias ocasiones el autobús de los jugadores rojiblancos y salió en estampida junto a otros chicos a perseguir a las deidades del balón. Un balón que entró en su vida a través de su hermano mayor Tomás, que jugó en el Arenas de Getxo, Oviedo y Osasuna. Tomás era portero y Telmo se dedicaba a entrenarle intentando hacerle gol en las campas de Munguía. Sus años de infancia transcurrieron en el Pitoberese, donde su naturaleza precavida le hizo ganarse el apodo de ‘Telmito el miedoso’.

Su naturaleza precavida le hizo ganarse el apodo de 'Telmito el miedoso'

Luego fichó por el Alsua y de ahí al Erandio, hasta que en 1940, a la edad de dieciocho años firmó por el Athletic, el equipo de su vida. Debutó con la camisa abotonada rojiblanca en un amistoso contra la selección de Guipúzcoa en la que firmó los siete primeros goles de los 333 que anotó con el Athletic. Luego hizo su debut en Liga ante el Valencia, encuentro en el que firmó dos goles. Zarra llegó a un Athletic en formación saliendo de una cruenta Guerra Civil, con una hornada de promesas que pronto marcarían época con el conjunto rojiblanco. Jugadores como Bertol, Nando, Iriondo, Panizo, Gainza, Zarra... que poco a poco fueron asentando a un equipo que llegó a ser histórico. La temporada 42/43 fue especial para Telmo, tenía veintiún años y ganaron Liga y Copa, eran sus dos primeros títulos, obligaciones militares le impidieron jugar la temporada completa, aun así fue el máximo anotador del equipo con 16 tantos. El entrenador era Juanito Urquizu y mantenía una gran relación con sus futbolistas, pero solía enfadarse con los delanteros y especialmente con Telmo Zarra, porque cuando los mandaba a la caseta tras finalizar el entrenamiento, este se quedaba a practicar tiros, centros y remates durante largo rato.

Es curioso pero en más de una ocasión ha recordado Don Telmo, que por entonces era joven y no tenía ni idea de cómo se remataba de cabeza, algo que aprendió con años de preparación a base de esfuerzo, tenacidad y aprendizaje de la técnica, marcando con sangre una frente que convirtió en rutina el arte más complejo del fútbol. Por entonces era un chaval que basaba su juego en los pies, a la edad de 16 o 17 su instinto le llevaba a ser un jugador demasiado individualista, obsesionado con el regate, pero con el tiempo fue cambiando su juego. Al percatarse de la leña que se repartía, pensó en una forma inteligente de llegar a ser alguien sin perder las piernas. Por ello pasó de ser regateador a simplificar el fútbol al modo de expresión más práctico, a reducir la ecuación del fútbol a la suma de tres variables fundamentales, la trayectoria de la pelota, el remate y la posición, convirtiéndose en un especialista capaz de rematar desde cualquier posición. Esta decisión fue crucial en su carrera deportiva y por extensión en la historia del fútbol español, que encontró en la figura de Telmo Zarra al goleador más letal y eficaz de toda su historia.

El fútbol español encontró en Zarra al goleador más letal y eficaz de toda su historia

Repasar la carrera de Zarra es hablar de otro fútbol, de un balompié en el que los largos viajes impedían a los equipos entrenarse más de dos o tres veces por semana. Un viaje al sur podía entrañar cuatro días de trayecto de ida y otros cuatro de vuelta, por lo que Telmo aprovechaba al máximo las dos o tres sesiones de entreno, quedándose hasta la caída del sol para convertirse en el delantero que marcaría una época. Su efigie percute en la memoria de varias generaciones que recuerdan a aquel delantero con pinta de gentleman, el típico peinado hacia atrás engominado de la época, y su amplia y generosa entrada frontal con la que efectuaba poderosos frentazos sobre la pelota. Aunque Zarra iba sobrado de raza y en cierta medida fue tomado como viejo arquetipo de la furia, se consideraba un futbolista más inteligente que valiente, nunca tuvo miedo, pero sí temor, por lo que ineludiblemente empleó su inteligencia para evitar las tarascadas de los defensas y enviar a la red todo balón que cayó sobre sus dominios: el área. Con unas botas que le quedaban pequeñas, con un número inferior, con las que decía que chutaba mejor, hizo del gol un oficio simple y rutinario, pero tras el que había una tremenda dosis de trabajo, muchas horas estudiando el comportamiento de la pelota, su relación con el tiempo y el espacio, aprendiendo a rematar de cabeza los centros medidos de Iriondo.

El gol en Maracaná

Fue internacional español en veinte ocasiones y anotó veinte goles, uno de ellos para la historia. El anotado en Maracaná en el Mundial de 1950 ante los ingleses, contado y cantado a través de las ondas de RNE por el legendario periodista Matías Prats, cuya grabación original fue extraviada. Hecho que obligó a Don Matías a grabar otra vez la narración de la misma. Tiempos de NO-DO, de un fútbol utilizado con fines propagandísticos, pero también de un fútbol cercano, el de la familia que constituía aquella selección. Fútbol anónimo ‘visto’ a través de los ojos de la radio, de sus cronistas. Vivido en Munguía, -el pueblo de Zarra- de la misma forma que era Telmo, desde el anonimato, el sacrificio y el trabajo. Lugar en el que cuentan que su padre se enteró de la noticia mientras trabajaba, cuando un grupo de personas se acercaron a la estación de tren en la que se ganaba el pan y le comentaron la gesta de su hijo. “Con que Telmo, ¡eh!”, contestó y siguió trabajando.

Fue internacional en veinte ocasiones y anotó veinte goles

Muy propio de la humildad de Don Telmo y su familia, de aquel chaval que llegó de un modesto equipo del barrio erandiotarra de Asua y marcó época con la camiseta del Athletic y la selección. El mejor goleador español de su época, con números memorables en su haber, logró el trofeo pichichi hasta en seis ocasiones en las temporadas 44/45, 45/46, 46/47, 49/50 y 50/51 y dos años después, en 1953 conseguiría el último. Llegó a su techo goleador en la campaña 50/51, en la que se proclamó máximo goleador anotando 38 goles en 30 partidos. Gesta iniciada anotando tres en Murcia, dos al Celta en San Mamés, uno al Atlético en el Metropolitano, uno al Málaga en La Rosaleda, dos al Espanyol en San Mamés, seis de los diez tantos que le hizo el Athletic al Lleida en Bilbao, uno al Alcoyano en Alcoy y otro al Deportivo de la Coruña en Bilbao. Tres al Murcia en el partido de vuelta en San Mamés, dos al Racing de Santander también en La Catedral, uno más al Málaga en casa. Fuera en Barcelona otro al Espanyol, muy especiales los cinco que le hizo a la Real Sociedad en el derbi vasco disputado en San Mamés. Dos que dieron el empate al Athletic en Chamartín ante el Real Madrid, dos al Valencia en Bilbao y dos al Lleida fuera. Un par de los ocho que el Athletic le endosó al Alcoyano en Bilbao y el último al Sevilla en San Mamés. Total 38 goles en Liga y siete en Copa, que sumados a otros tres que firmó fuera de la competición suman 49 goles, números de otro planeta, tan solo comparables a los pulsos brutales de Cristiano y Messi, medio siglo después.

El blasón del gol de la Liga

Jugó durante quince temporadas en el Athletic, sus 251 goles conseguidos de todas las formas imaginables, le convirtieron en el blasón del gol de la Liga durante las casi seis décadas que estuvo vigente su histórico récord. Un mito de otra época, otro fútbol, un caballero dentro y fuera de los terrenos de juego, en los que protagonizó una carrera marcada por su gol ante los ingleses aquel 2 de julio de 1950. Tarde en la que junto a su inseparable Panizo vivió uno de los mejores momentos de su carrera. Cuentan que durante el partido, Panizo sufrió un fuerte golpe que le obligó a jugar el resto del choque con dos inyecciones de novocaína. Por su parte Gainza también estaba lesionado. Tras el descanso, salió al campo con un fuerte vendaje en un muslo. Las cosas no marchaban demasiado bien y los contratiempos se acumulaban para España, pero llegó el 1-0. Gabriel Alonso recibió el cuero del portero Ramallets y profundizó por la derecha. El lateral centró al área. Allí tocó Gainza con la cabeza para que Zarra, anticipándose a Bert Williams y de bote pronto, metiera la espinilla.

Un mito de otra época, otro fútbol, un caballero dentro y fuera de los terrenos de juego

Zarra supo mantenerse al margen de la manipulación que el régimen franquista hizo de su gol. El vizcaíno, haciendo honor a su apellido -“viejo, bueno, grande”-, siguió dando tardes de gloria y marcando goles, que para eso había nacido. Lo demás no iba con él. Entre 1940 y 1955, disputó 351 partidos anotando 333 goles, con un promedio de 0.95 goles por partido. En las filas del Athletic, Zarra jugó 277 partidos de Liga, en los que consiguió 251 goles, y 74 de Copa, en los que anoto 81. Componente de la mítica delantera bautizada en su momento con los sobrenombres de “Los Mosqueteros” y “Los Catedráticos”, integrada por: Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo, y Gaínza. Dieron grandes tardes a los aficionados vascos y ensamblaron a la perfección aportando cada uno sus mejores cualidades. Todos ellos amigos, tanto dentro como fuera del terreno de juego, una familia que compartió viajes interminables por carretera en aquel fútbol de la época, que saltaba al terreno de juego a disfrutar. Valores como los que demostró Zarra a lo largo de toda su carrera, sin duda un ejemplo para todos, cuya caballerosidad quedó fuera de toda duda. Cualidad por la que llegó a recibir distinciones muy especiales, dos de ellas que guardó con especial cariño durante toda su vida: una insignia de oro y brillantes del Málaga y un botafumeiro de plata, regalo del Deportivo de La Coruña. El primero concedido porque en un partido el portero local, Arnau, resultó lesionado en un encontronazo con él, y pese a encontrarse sólo ante la portería echó el balón fuera para que fuera atendido. Similar acción a la que protagonizó en La Coruña, pero con el central Ponte. Recibió también la medalla al Mérito Deportivo, muy merecida pues cuentan las crónicas de la época que la lesión que sufrió en la temporada 1951-1952 se la produjo al intentar no lesionar al portero del Atlético de Madrid, Montes…

Todo un ejemplo de caballerosidad, talento y enorme sacrificio, el primero que llegaba a entrenar y el último que se marchaba, obsesionado siempre con el perfeccionamiento de su remate y en especial de su temible remate de cabeza. Acción por la que fue bautizado como “la segunda mejor cabeza de Europa después de Churchill”. La grandeza de un deportista y ser humano que nos dejó con aquella vieja sabiduría que le hacía ser consciente de que algún día se volvería a hablar sobre aquel mítico gol, sobre la inalcanzable cifra de goles anotados en Liga, para recordar que un futbolista de otro planeta había superado su histórica gesta.

"La segunda mejor cabeza de Europa después de Churchill"

El nombre de Zarra ha suscitado guía y camino para muchos goleadores, los más grandes quisieron estar en su partido homenaje disputado en Chamartín en abril de 1954. Wilkes, Kubala, Di Stéfano y una larga lista de grandes futbolistas de la época rindieron pleitesía al hombre gol de la camisa abotonada. Bajo el telón de la lluvia el arte del remate se hizo carne en la figura de Don Telmo. El delantero por excelencia y la excelencia del gol, que en la cabeza y los pies de Zarra, pareció algo tan sencillo que en cincuenta y siete años no pudieron superarle. En Lezama sobre la loma de la leyenda un busto de bronce sonríe, el blasón del gol de la Liga tiene nueva heráldica, de Lezama a La Masía y de Munguía a Rosario, pues el escudo de armas de otro goleador corona al primer ser mortal en superarlo. A los pies de su estatua, el fútbol y los chavales siguen depositando sus goles. Y el mito de Zarra es aún más grande.

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