Y el ruido volvió a dejarnos sin silencio y el ruido, de nuevo, volvió a distorsionarlo todo. En nuestro fútbol sólo hay ruido... y seis puntos. Todo lo que rodea al juego aburre. Y lo que más aburre son tanto las ruedas prensa nunca dadas como las dadas. Las dos. Ese circo es ya intragable. Puro aceite de ricino.

Y así estaba el asunto, hasta que los autores clásicos se me volvieron a aparecer, enredando entre las páginas de las viejas enciclopedias. Cuando menos lo esperaba, mientras iba leyendo historias de fútbol atemporales, completamente alejadas del bullicio ensordecedor del silencio infantil de Mourinho, por ejemplo, se me volvió a aparecer Sísifo haciéndome un túnel con su mito.

Aligerando la historia que nos cuenta Homero en la Odisea, y sin necesidad de convocar a Tánatos, que tampoco es para tanto, Sísifo fue condenado por sus malas acciones a empujar una gran roca por la ladera arriba de una montaña. Nunca conseguía llegar hasta la cima porque la maldición siempre hacía rodar el pedrusco hacia abajo del valle para que Sísifo, condenando a seguir intentándolo, volviera empujar la pesada roca de nuevo hacia la cima.

A Mourinho puede que se le está poniendo cara de Sísifo camino del inframundo griego, y él creo que lo sabe, porque sus ataques de nervios incontrolados sólo pueden ser motivados por un miedo desquiciado ante una posible condena de los dioses, burlones ellos, a morar en el Hares de las derrotas cuando ya nadie las esperaba, como a tantos infelices les ocurrió antes en los campos de fútbol míticos. La maldición de sudar sangre empujando cuesta arriba el peñasco de la competición y que cuando parece que lograrlo está a la alcance de tus dedos, se desvanece el sueño de conseguir situar la copa en lo alto de la montaña, rodando ladera abajo el intento, es una de las mayores frustraciones que puede sentir un deportista. Hasta en la derrota hay ganadores y perdedores.

La mitología nos dice que Sísifo tenía toda la eternidad para intentarlo pero en nuestro mundo finito las opciones siempre son pocas, aunque luego las consecuencias sean igual de eternas. Casos hay unos cuantos:

Michael Ballack con sus finales internacionales perdidas. No se dejó ni una: Copa de Europa, Eurocopa y Mundial, una detrás de otra. Todo el esfuerzo sobrehumano de llegar hasta esa última etapa y que cuando hay que coronar el castillo de naipes alguien abra la puerta, entre el viento, Eolo (padre de nuestro amigo Sísifo, por cierto) y que todo se venga abajo, obligado a volverlo a levantar, aún sabiendo que quizás no consiga terminarlo nunca.

El Valencia, con sus dos derrotas consecutivas en la final de la Champions League. La primera en el año 2000 en París contra el Real Madrid entrenado por Vicente del Bosque y la segunda, más traumática porque se decidió en los penaltis, con un Santiago Cañizares llorando como no he visto hacerlo nunca a nadie, contra el Bayern de Munich.

Holanda, con sus Mundiales perdidos: 1974, 1978, 2010. Tres finales estampadas contra el quicio de la historia.

Sándor Kocsis, que de todos los Sísifos que recuerdo es el que más me ha impresionado siempre. No contento con perder la final del Mundial con su selección, la Húngara de los “Magiares poderosos”, contra Alemania en Berna, en 1954 siendo muy favoritos. Siete años después, jugando con el F.C. Barcelona, llega a la final de la Copa de Europa que se disputa en el mismo escenario suizo, el Wankdorfstadion, y vuelve a perder. Esta vez contra el Benfica, que se lleva para Lisboa el primer título continental y que aún el Barcelona no tenía en su palmarés.

Sólo el tiempo, que se le termina, dirá si el Mourinho del Real Madrid termina su metamorfosis en otro Sísifo de la lista o si es capaz de sacudirse la transformación logrando subir a la cima de la Liga o a la Champions, la madre de todas las cumbres. Veremos si el ruido nos deja escuchar con tranquilidad el resultado de esta nueva historia.