El pasado domingo Osasuna se preparaba para disputar un derbi regional, un partido de esos que gusta, uno de esos partidos vistoso y que envuelve hasta al menos futbolero, pero que tuvo un inesperado invitado especial. Invitado tan relevante como aguafiestas, invitado que mantuvo hasta el último momento el partido entre pinzas. El encuentro que debía a enfrentar a Osasuna y Zaragoza el pasado domingo finalmente fue suspendido debido al mal estado del terreno de juego y de las drásticas condiciones meteorológicas. Muchos hay que dicen que si por ellos fuera se habría jugado, como hicieron Patxi Iriguibel y Cristóbal Soria aquel épico día que todo rojillo guardará en su memoria. Fue casi exáctamente hace doce años, el 30 de enero de 2003, en un Osasuna - Sevilla de cuartos de final de la Copa del Rey.

Tras el largo viaje desde Sevilla hasta Pamplona del equipo de La Giralda y de la Real Maestranza, el partido correspondiente a los cuartos de final de la Copa del Rey estaba en el aire por motivos climatológicos y, en concreto, por la nieve. ¿Dificultad añadida para los sevillistas? Tal vez.

A las cuatro y media de la tarde, el colegiado Muñiz Fernández se acercó al las inmediaciones de El Sadar con el fin de evaluar, analizar y deliberar con sus asistentes la celebración o no del esperado encuentro. El árbitro asturiano no llegó a ninguna conclusión y fue hacia las siete de la tarde cuando se decidió posponer la decisión a poco antes de la hora prevista. Tanto Patxi Iriguibel como Cristóbal Soria apostaron por el comienzo del encuentro a pesar de la copiosa nevada que caía sobre la blanca y a la vez rojilla Pamplona.

Javier Aguirre alineó a sus hombres de garra y de confianza. Salieron a correr por la nieve Unzué, Izquierdo, Josetxo, Cruchaga, Paqui, Muñoz, Puñal, Alfredo, Palacios, Gancedo y Morales. El balón comenzó a saltar entre copo y copo sincronizado con el aliento de miles y miles de rojillos en las gradas.

Lo normal, o mejor dicho, lo lógico, era que la sangre se congelara pero fue totalmente al revés. Tanto navarros como andaluces protagonizaron una primera parte intensa, de lucha, de garra, de sudor, de nervio y, en cierta medida, el partido enloqueció. Para sorpresa de todos la primera parte acabó sin expulsados y sin goles. Osasuna era el vencedor momentáneo de los cuartos de final tras el empate a uno de Sevilla —Reyes y Javi Navarro en propia puerta para el conjunto rojillo—.

La segunda parte arrancó como la primera y los hombres de Aguirre encaraban con peligro el marco defendido por Notario. Entre las diversas ocasiones destacó la protagonizada por Morales, que no acertó tras una centro limpio de agua y nieve de Gancedo. El control descomunal sobre el blanco tapiz navarro dio sus frutos y llegó el golpe sobre la mesa. Patxi Puñal complicaba la vida al los del Guadalqivir.

El amigo Caparrós no iba a dejar que Osasuna se llevara el rico plato copero y Antoñito, tras empalmar un remate de Toedtli, forzaba la muerte súbita en Pamplona. La nieve no era la única que gobernaba en El Sadar. Los nervios relucían en la parroquia rojilla porque un gol del Sevilla mandaba al los de Tajonar al sofá. En ese instante, apareció de nuevo Puñal para sacar un guante que caía mansamente sobre la cabeza de César Palacios. El Sadar respiraba el limpio aire invernal. Y lo dicho, un gol de los toreros les daba las dos orejas y el rabo. Entre el frío apareció Casquero para silenciar Pamplona entera y sacar a la calle a los sevillanos. Era el minuto 106, primero de la segunda parte de la prórroga, y los hispalenses se ponían por delante en la eliminatoria y en el crono: apenas 14 minutos para el pitido final.

¿Osasuna nunca se rinde? Algo de eso pasó. Fue en el minuto 114 cuando el cancerbero Notario derribó al canterano Gorka Brit. En sintonía con el soplido del árbitro a su silbato, todos los graderíos de El Sadar saltaron por todo lo alto. El árbitro pitó penalti a favor de Osasuna. Muñoz mandó el balón "nevadito" a secar, disparó y gol.

El equipo navarro volvía quince años después a unas semifinales de la Copa del Rey, y el equipo sevillista tuvo que volver cabizbajo con su capote en mano a la entrañable capital andaluza, tras un partido que estuvo a punto de suspenderse por la nieve. Quizá si el Osasuna - Zaragoza del domingo estaba predistinado a pasar a la historia rojilla, pero nunca lo sabremos. A día de hoy, la nieve no acaba de caer y sigue posándose mansamente sobre el césped de El Sadar y las frías y a la vez cálidas calles de Pamplona, pero eso es algo que hace 12 años no impidió que Patxi Iriguibel y Cristóbal Soria dieran su visto bueno a la disputa de la que fue una de las grandes gestas rojillas de los últimos tiempos.