Kiev, un 26 de mayo del año 2018. La capital ucraniana presenciaba como, una vez más, el Real Madrid se convertía en campeón de Europa. Los blancos acababan de vencer al Liverpool en una noche mágica de fútbol. Todas las miradas se postraban allí. Tres Champions consecutivas, y cuatro en cinco años, no eran para menos. El pitido final de Mirolad Mazic certificaba que la entidad presidida por Florentino Pérez se encontraba en su punto álgido. Sonrisas, lágrimas de incredulidad y multitud de abrazos, era todo lo que se podía apreciar sobre el césped del Olímpico. 

O eso creíamos. Mientras que aficionados y jugadores celebraban un nuevo triunfo, sobre la cabeza de un futbolista deambulaban sentimientos encontrados. Estaba feliz por ganar la que suponía su quinta Champions, pero apenado porque ya sabía que ese iba a ser su último partido con la camiseta blanca. El último que ponía el broche a un legado sublime. Y lo peor de todo es que solo lo sabía él. Nadie podía pensar que la estrella del equipo, por más que cada verano se especulase con su futuro, podría marcharse del Bernabéu. Y menos después de haber ganado una nueva Champions.

El detonante

"Fue muy bonito estar en el Real Madrid. En los próximos días hablaré. Gracias a toda la afición, hemos hecho historia". Estas fueron las palabras de Cristiano Ronaldo cuando atendió a los medios nada más finalizar el partido. A escasos metros de sus compañeros, que saltaban unos sobre otros, y de los jugadores del Liverpool que aún se consolaban sobre el verde. El portugués se estaba despidiendo y confirmaba que era una idea premeditada. Ya lo tenía claro antes de vestirse de corto, pasase lo que pasase. 

Cristiano Ronaldo tras ganar la Decimotercera en Kiev. Foto: UEFA.com
Cristiano Ronaldo tras ganar la Decimotercera en Kiev. Foto: UEFA.com

La relación con el club estaba rota. Ya nada podía hacer cambiar de opinión a un Cristiano Ronaldo que estaba convencido de que en cualquier otra parte también podría ser campeón. El Real Madrid tampoco estaba dispuesto a ceder en todas sus pretensiones. Tenían la sartén por el mango y así lo ratificaban sus últimos triunfos en Europa. El tira y afloja no pudo dar más de sí, y al final ambas partes decidieron seguir sus caminos por separado. 

Un adiós muy caro

Aunque eso supusiese poner fin a una de las relaciones más fructíferas de la historia. Nueve años de éxitos a priori inimaginables. El Madrid se lo había dado todo a Cristiano y Cristiano había hecho aún más grande al Madrid. Pactaron una salida por cien millones de euros -un precio simbólico- para que el luso pudiese fichar por la Juventus sin que estos tuvieran que pagar su cláusula que ascendía a los mil millones. 

Dicen que el tiempo lo pone todo en su sitio y ambas partes pueden dar fe de ello. Ni los blancos han podido ganar la Champions sin su estrella, ni el máximo goleador de esta competición ha podido pasar de cuartos de un título que ha hecho suyo. Algo que no pasaba desde hace más de nueve años, desde la temporada 2009-10. A veces tomar caminos opuestos no es la mejor solución. Y si no que se lo digan a Cristiano. O que se lo digan al Madrid.