Un Valencia hecho de ruido y silencio

OPINIÓN | "El ruido depende del silencio del que procede. Cuanto más intenso es este, más escandaloso es aquel"

Un Valencia hecho de ruido y silencio
Fotos: Valencia CF y Carla Cortés para VAVEL - Fotomontaje: Jorge Moragón
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Por Jorge Moragón Pérez

El fútbol, un deporte que resume en una palabra lo que se podría explicar con dos. Todo el mundo sabe lo que significan, pero no creo que encuentren mayor definición que vivir en primera persona una ejemplificación de ellas. Apenas tres años y medio, ese periodo que nos separan de ese día donde el ruido y el silencio, se resumió en un campo de fútbol.

Ruido. Imagínense un estadio con sus aledaños repletos de gente cogiendo sus bufandas con sus manos y estirándolas como si intentaran cortar el viento para usarlo de melodía mientras entonaban el “si se puede”. Así sin parar durante una hora que le costaría al partido empezar, un tiempo donde los abuelos enseñaban a sus nietos porqué eran de este equipo, donde todos compartían ese sentiment. Ese fue el momento justo en el que ese grito se transformó en fuerza: el público lo veía y los jugadores querían hacerlo posible.

¿Antes les he dicho que los cánticos se transformaron en fuerza? Fue así, pero duró bien poco. Catorce minutos bastaron para que un argelino hiciera saltar a más de 50.000 personas de su asiento para pasar a la euforia. Ya no era cuestión de querer, todos los congregados, los que estaban viendo el partido por la televisión... todos los sabían, podían hacerlo. Tras este, un amistoso favor del guardameta rival, acercó la realidad al sueño, y saben, se hizo esperar, pero al final llegó. Un francés con el pelo anaranjado empujó el balón hasta el fondo de la red. ¿Ruido? En ese momento ni los medidores de decibelios eran capaces de representar lo que estaba pasando.

Veinticuatro fueron las veces que se lamentaría cada jugador que portaba la elástica blanquinegra aquel día. Veinticuatro fueron los minutos que tardó la tormenta en aguar la fiesta. Llegaba el noventa y tres. Desde aquel fatídico minuto, la brisa del viento pasó de ser la melodía más bella, a una sinfonía funeraria que enmudeció a todo Mestalla. Los jugadores estaban tendidos sobre el césped, exhaustos, viendo como se les cerraba la puerta de la primera final de la década para un club como el Valencia. El ruido dio paso al silencio.

No sé si recordáis aquella imagen. Los aficionados apoyaban sus brazos en las vallas y, encima, sus cabezas buscando explicación a lo que acababa de pasar. Los ojos se les enrojecieron y mientras los labios temblaban sin motivo alguno, las lágrimas recorrían su rostro, hasta tocar las mejillas, donde se desprendían. Las bufandas ahora servían como pañuelo para intentar desconectar de lo que había sucedido. Lo peor, esta situación se prolongó un buen rato después del pitido final. El silencio encerró al ruido.

Siempre cuentan las partes más bonitas de una historia de casi cien años de antigüedad. Tienden a querer olvidar aquellas veces en las que el gigante tropezaba e incluso terminaba cayéndose, por el dolor que aquello producía a quienes creían en él. Pero son esos momentos los que han hecho ser al Valencia lo que es hoy en día. Cae, quizás unas veces de forma más brusca que otras, pero siempre es capaz de resurgir.

Dicen que para afrontar los miedos hay que luchar contra ellos, y esa ‘batalla’ ya tiene fecha. El Sevilla vuelve al estadio que hace tres años y medio enmudeció, pero esta vez el ruido no abandonará el partido, mientras siga corriendo el cronómetro. Este fin de semana se podrá demostrar que el miedo está superado, que cada vez que se encienden las luces de Mestalla, los murciélagos siempre acuden a la llamada. Que cuando el pitido retumbe de grada a grada, los rivales salgan pensando en que durante noventa o noventa y tres minutos, da igual cuanto tiempo, han tenido un mal sueño. Aunque, sobre todo, que la afición nunca deje de animar.