Un Necaxa dominante, con un juego vertical y llegando al arco contrario diez veces por minuto; un rival apocado, borrado del mapa y completamente sometido; un estadio vacío, en donde es posible mantener una conversación de cabecera a cabecera. Localidades a precio accesible y niños con la camiseta rojiblanca, entran gratis.

No, no estamos en 1998, en algún partido del Necaxa contra cualquier otro equipo, preferentemente alguno que tampoco tuviese tanta convocatoria, como cualquier equipo norteño, cuando no eran más que comparsas en la competición por el no descenso, por ejemplo. Partidos así son el clásico ejemplo de lo que Necaxa era en las postrimerías del siglo pasado.

En realidad, estamos en pleno 2019, en la jornada 4 de la Copa MX, contra un Celaya fantasmal que no es ni la sombra de lo que alguna vez fue, precisamente, en 1998, y el estadio medio vacío no es el Azteca, sino el Victoria.

Unos dicen que es el calor; otros, la falta de un proyecto futbolístico sólido que no engancha a la afición; otros tantos, el factor económico, el alto precio de la boletería y el consumo general, en el estado que tiene el octavo PIB más bajo del país, según las últimas estadísticas.

La climatología del Estado de Aguascalientes, así como las de los restantes treinta y un entidades federativas de los Estados Unidos Mexicanos, es un asunto que debe tener sin cuidado a cualquier persona que se precie de ser seguidora de un club de futbol y cuente con la oportunidad de ir a visitarlo, no importando la frecuencia con que pueda hacerlo; es cosa solamente de preguntar a quienes iban al desaparecido Estadio Corona, todos los domingos a las cuatro de la tarde, o a quienes se presentaban en el –también desaparecido– Estadio Tecnológico, en Monterrey, los sábados a las cinco de la tarde, un horario que, ¡vaya coincidencia!, es el mismo en el que Necaxa jugó su pasado juego en la Liga MX.

Irónico es, y cruel también, que, en los primeros años del Necaxa en el Bajío, los llenos, los sold out, eran una cosa común en la colonia Héroes de Aguascalientes, al mismo tiempo que el equipo entraba en una época decadente, una espiral descendente que tendría en el primer descenso su punto culminante, mientras que ahora, en la nueva era del club, con una nueva administración que en cuatro años ascendió al equipo, lo metió a Liguilla y lo hizo campeón de Copa, con un futbol que ha ido a más y que a pesar de las renovaciones prácticamente totales en la plantilla, han sabido capotear las circunstancias, la impresión que en el público deja es de falta de continuidad y mal futbol, lo suficiente para que no den ganas de ir a verlo. Bien ahí.

A lo largo de la historia moderna y contemporánea del Club Necaxa, las puyas acerca de las formas en las que era posible entrar a ver jugar al equipo han sido constantes: presentando empaques vacíos de pan dulce, ahora simplemente portando la camiseta oficial de juego. La cosa es que de forma recurrente surgen formas de subsidiar las entradas, hay maneras de poder asistir sin pagar tanto, sobre todo en lo que se refiere a los niños, elemento siempre importante en la construcción de la identidad en cualquier equipo, especialmente si uno de los múltiples apelativos por los que dicho equipo es conocido es ‘El Equipo de los Niños’.

Es cierto, un juego de este calibre no se antojaba verlo ni por televisión. El Necaxa se cansó de fallar, y el Celaya se cansó siquiera de pararse en el campo. Uno de los peores partidos que ha tenido en la campaña, aunque esta vez, hay que decirlo, fue más por la incompetencia del rival que por falencias propias (que tampoco fueron pocas), pero en general el balance fue bastante negativo. Aunque esto, naturalmente, no se podría saber a priori, el sentido común indicaba que no sería un despliegue maravilloso de futbol, y aquí, más allá de cuestiones meteorológicas, institucionales o económicas, eso tuvo su peso específico.

Sí, los aficionados de la ciudad de Aguascalientes jamás tienen la culpa de las bajas entradas, pero hoy, menos que nunca son responsables de ello.