La profesionalización de los deportes electrónicos ha catapultado al sector de los videojuegos a un escenario que habría resultado utópico a principios de década. Salarios estratosféricos, reconocimiento mundial o la adrenalina de la competición son el reclamo de una nueva forma de entretenimiento masivo.

Si bien es cierto que las esferas más relevantes de los deportes electrónicos gozan de buena salud en cuanto a retribución económica y visibilidad, es imperativo centrar el foco de atención en aquellos atletas –porque sí, son atletas- envueltos en competiciones de menor calibre. La escena semiprofesional comprende toda una trama de precariedad laboral, falsos autónomos y salarios por debajo del mínimo interprofesional.

No obstante, si bien el número de jugadores sigue experimentando un significativo crecimiento –teniendo en cuenta que las cifras ascienden a cientos de millones-, lo cierto es que no todos poseen la destreza para alcanzar la élite de la industria. Una élite formada, en gran medida, por jóvenes entre diecisiete y veinticinco años que llegan a invertir una media de hasta cuarenta horas semanales entre entrenamientos grupales y práctica individual de forma remota o en gaming houses. Y no siempre en las condiciones óptimas.

El pasado sábado, numerosos medios nacionales se hacían eco de la gravísima situación que denunciaba –hasta ese momento- una fuente anónima que sería identificada a posteriori como Francisco Javier “Moryo” Madero, ex toplaner de Emonkeyz. Tras una etapa de algo más de un año, la relación con la organización claudicó en una demanda presentada ante el juzgado de lo social de Madrid. El carácter novedoso del sector en cuanto a su práctica profesional radica en una falta de jurisprudencia y antecedentes legales para el desarrollo sostenible del mismo. Sin embargo, mientras el caso continúa en manos de la justicia, Moryo ha decidido abandonar la escena competitiva de League of Legends para retomar sus estudios.

La exigencia de los clubes y los propios torneos provoca que, en ocasiones, resulte imposible compaginar la formación académica con el ritmo marcado, por lo que un gran número de jugadores deciden abandonar los estudios para centrar toda su atención en la mejora del nivel de juego. Por no mencionar, si cabe, el deterioro de las relaciones interpersonales con un entorno que suele acabar limitado, en gran medida, a compañeros de profesión.

Atrás quedan cubículos oscuros y cibercafés con equipos de dudosa calidad. Ordenadores de última generación, estadios de fútbol, producciones cinematográficas y redes sociales comprenden una nueva cosmología al servicio de lo tecnológico e inmediato. Los deportes electrónicos son una realidad consolidada. Los sueños de estos deportistas, si bien resultan frágiles a simple vista, pertenecen a una nueva dimensión narrativa que ya ha encontrado ídolos envueltos en historias de superación y sacrificio. Alucinante, ¿verdad? Pues esto acaba de empezar.