Los Reyes Magos no existen

El Celta de Vigo extrajo una imponente victoria de El Madrigal que a punto estuvo de escurrírsele entre los dedos de las manos. Cuando todo parecía estar bajo el control de los hombres de Berizzo, el Villarreal reaccionó y sólo la genialidad creativa de Orellana y Nolito pudo catapultar los tres puntos hacia Vigo.

Los Reyes Magos no existen
Dos maravillas de Orellana y la pericia de Nolito aseguraron la victoria celeste (Foto: María José Segovia / VAVEL).
adrianvieitez
Por Adrián Viéitez

Cuando no estás acostumbrado a ser el mejor en algo ni a llevar la batuta en aquello a lo que te dedicas, los momentos en los que destacas por encima de los demás siempre se viven con mayor intensidad, fruto de la adrenalina que genera el ascenso desenfrenado. Verlo todo desde las alturas es más emocionante cuando siempre has sido un enano más. Las lesiones sufridas por la plantilla del Fútbol Club Barcelona y la falta de acoplamiento de los renovados Real Madrid, Atlético, Valencia o Sevilla han tenido como amable consecuencia que dos amantes del fútbol copen las posiciones altas de la tabla de la Liga BBVA. Villarreal y Celta, Celta y Villarreal. Dos equipos distanciados presupuestariamente, pero cercanos hasta la fiebre en su idea de fútbol táctico pero valiente.

Encontrarse como dos miembros de la zona alta de la tabla era todo un honor para los chicos de Marcelino García Toral y Eduardo Berizzo. Precisamente, los locales llegaban con la pretensión de refrendar su liderato por tercera jornada consecutiva. Un liderato al que los visitantes también llegaban opositando, siempre igualados a puntos con merengues y culés. Para el Villarreal, las únicas ausencias notables serían las de un Asenjo más que cubierto por Aréola, Matteo Musacchio y Bruno Soriano, mientras Berizzo viajaba a Castellón con la única baja sensible de Andreu Fontàs.

Los planteamientos de ambos técnicos definían sus pretensiones de partido. Marcelino colocaba a Manu Trigueros en el doble pivote junto a Tomás Pina, buscando la perfecta conjugación entre talento y fuerza física que le permitiese hacer frente al técnico mediocampo vigués. Por delante, pura técnica. Bakambu se volvía a quedar en el banquillo como revulsivo y en lugar de él partían Nahuel, Samuel García y Leo Baptistao, siempre liderados por el estilete amarillo, el valenciano Roberto Soldado.

Mientras, Berizzo salía al césped del Madrigal sin ningún tipo de miedo o reparo. El serbio Nemanja Radoja, clave en las victorias ante Sevilla y Barcelona, volvía a quedarse en el banquillo, mientras el técnico argentino volvía a apostar por Pablo Hernández como compañero de Augusto y Wass en el dinámico trivote del centro del campo. Por delante, los tres diablos de siempre buscarían con insistencia perforar la meta del joven francés Alphonse Aréola. Dos de ellos, Fabián Orellana y Nolito, ya sabían lo que era marcar en El Madrigal, habiéndolo conseguido dos años atrás en el famoso encuentro de la bomba de gas lacrimógeno.

¿Dónde está el fútbol?

Pese a que en todas las previas - internas y externas - del partido se había augurado un encuentro frenético debido al perfil ofensivo y combinativo de ambos equipos, lo cierto es que el pretendido duelo de supernovas comenzó dormido, como si el desayuno del domingo estuviese todavía trabajando en el estómago de los futbolistas. La primera media hora del encuentro fue tímida, comedida, puramente táctica. Lo más destacable que se pudo ver sobre el verde castellonense fue una combinación en el balcón del área celeste entre Soldado, Baptistao y Samuel que finalizaría este último con un disparo al palo largo que despejaría Sergio sin mayores problemas.

De la timidez se pasó a la dureza en apenas diez minutos. Con la carga del tedio del encuentro encima, los futbolistas de ambos equipos comenzaron a irritarse y a entrar con mayor grado de desproporción al choque. Las cartulinas amarillas comenzaron, asimismo, a abandonar el bolsillo de González González. Con el descanso a la vuelta de la esquina, el partido se encontraba en ese tipo de tramo en el que las gradas y los bares comienzan a murmurar, presos de la falta de emoción vivida sobre el césped. Esa clase de momentos en los que sólo una genialidad puede romper el ritmo y bañar de color un partido gris.

En uno de tantos intentos por trenzar una jugada de ataque bien engrasada, el capitán celeste Augusto Fernández tiró de verticalidad buscando a un siempre activo Fabián Orellana entre líneas. El chileno, que venía siendo el único futbolista del ataque vigués capaz de generar algo de peligro entre el rocoso Tomás Pina y las dos torres conformadas por Víctor Ruiz y Eric Bailly, recibió de espaldas, todavía a varios metros del área, con lo que inmediatamente los zagueros del Villarreal corrieron a cubrir todos los posibles pases que su preclara mente pudiese dibujar.

Consciente de su liberación de cara a portería, Orellana lo hizo todo en cuestión de milésimas de segundo. Con un control orientado, rápidamente se colocó de cara a portería, momento en el que levantó la cabeza para comprobar la posición de Aréola, ligeramente adelantada. Volviendo a fijar la mirada en la pelota, el poeta hizo lo que mejor sabe hacer: poesía. Imprimiendo a la pelota una rosca endiablada, el atacante chileno batía al meta amarillo con una facilidad pasmosa y destrozaba el partido. En aquel momento, se supo que el tedio había terminado. El silbato del árbitro marcaba el camino a vestuarios y, pese a que los futbolistas abandonaban el campo, en El Madrigal todo el mundo fue consciente de que el partido acababa de arrancar.

¡Boom!

Con la segunda mitad ya en juego, las cosas terminaron por torcerse del todo para los locales. Eric Bailly, ya amonestado previamente por González González, cometía un error de principiante en un forcejeo con Pablo Hernández y despejaba el balón con la mano. Su desafortunada acción acarreaba su inmediata expulsión y la absoluta desnudez de un Villarreal que quedaba expuesto ante la marea futbolística de un Celta que vivía su mejor momento en el encuentro. Los de Berizzo, por delante y con un jugador más sobre el campo, sólo tendrían una misión más en El Madrigal: matar el partido.

Sin embargo, y como ya se comprobó ante Las Palmas en Balaídos o ante el Sevilla en el Sánchez Pizjuán, aquella misión tampoco sería la preferida de un Celta que, pese a su inmensa superioridad, empezó a sufrir para lograr batir a Aréola. Iago Aspas tendría la más clara, tras una endemoniada combinación entre Nolito y Fabián Orellana, quien colocaba un pase de la muerte en los pies del delantero moañés. Pese a la aparente simpleza con la que podría haberse resuelto la jugada, Aspas tropezaba con su propio pie y era incapaz de enviar el balón al fondo de la red. Apenas unos minutos después, el punta celeste volvería a trabarse con el esférico al encarar un contraataque en el cual dos jugadores vigueses se enfrentaban a un único defensor del Villarreal.

Los cambios, mientras tanto, se sucedían en el banquillo de Marcelino. Denis Suárez, forjado en la cantera viguesa, accedía al campo regresando tras sus problemas físicos, y lo mismo ocurría con Cédric Bakambu, la gran sensación del arranque de temporada del submarino amarillo. Sin embargo, el partido parecía muerto para los castellonenses. Trigueros no era capaz de generar fútbol ante la asfixiante presión a la que se veía sometido en el centro del campo, y las bandas no habían funcionado a lo largo de todo el encuentro.

El tanto de la igualada llegaría cuando nadie se lo esperaba, como uno de esos inexplicables caprichos del fútbol, siempre ávido de emoción. La jugada comenzaba por la banda, fruto de la congestión total del centro del campo castellonense. Finalmente, tras un avance trabado a través del flanco izquierdo, la pelota terminaba cayendo en los pies de Denis Suárez, quien, tras impactar su disparo en la pierna de Hugo Mallo, batía a Sergio para poner las tablas en el marcador. El de Salceda de Caselas no celebraría el gol, presa de su pasado, pero aún así dibujaba una expresión de incredulidad en la cara de todos los miembros de su exequipo.

Querido hijo, los Reyes Magos no existen

Las cosas habían cambiado, ¡vaya si lo habían hecho! Marcelino se frotaba las manos, consciente del nerviosismo habitual del Celta al encontrarse en situaciones de tan alto grado de injusticia futbolística. Roberto Soldado comenzaba a perder tiempo ya a 20 minutos para el final del partido, y el equipo amarillo enrocaba como un caracol escondiéndose en su caparazón esperando la oportunidad perfecta para salir despedido hacia la luz y tomar una enorme bocanada de aire fresco en forma de gol de la victoria.

Las ideas del Celta estaban absolutamente diluídas. Bongonda y Guidetti entraban al campo, pero ninguno de ellos lograba penetrar en el pétreo planteamiento táctico del míster asturiano. Los minutos pasaban, se agotaban, se esfumaban en el videomarcador; y como consecuencia de ello la ansiedad crecía en la circulación de la pelota del equipo de Berizzo. Ya en la recta final del partido, tras una eterna basculación sobre el área amarilla, Nolito conseguía conectar un disparo con cierto peligro que, sin embargo, se marchaba por encima del larguero de Aréola.

Mientras el tiempo reglamentario se cumplía, el Celta seguía moviendo la pelota alrededor del área del Villarreal, como quien no tiene prisa, como un bailarín expectante antes de ejecutar un triple giro en el aire que le permita volar. De nuevo, como había ocurrido en el balcón del descanso, fue Fabián Orellana quien se encargó de tomar la batuta y comenzar a dirigir la afinadísima orquesta viguesa. El chileno tomó la pelota, en este caso mucho más escorado hacia la izquierda, y sin pensárselo dos veces conectó un disparo que fue puro veneno hacia la portería de Aréola.

Nolito batía a Aréola para ser artífice de la victoria viguesa (Foto: María José Segovia / VAVEL).

La pelota de Orellana, sin embargo, fue cruel en esta ocasión e impactó de lleno en la cruceta, cual bufón riéndose en la cara de toda una corte. El momento en el que el balón salió despedido del palo fue un instante de amargura para todos los celtistas, acongojados ante la crueldad del fútbol y la oportunidad perdida de vencer en la casa del líder. O casi para todos. Uno de ellos, de nombre Manuel y de apellidos Agudo Durán, mejor conocido como Nolito, pensaba en otras cosas mientras todos se lamentaban. Su olfato de matador nato se activó en el mismo instante en el que el esférico chocaba con el poste, abalanzándose inmediatamente sobre él por delante de todos los defensores y enviándolo con rabia al fondo de la red.

La resaca de un gol tan tardío llevó irremediablemente al pitido final del partido. Un partido que el Celta de Vigo decidió no regalar. Un partido que los ubica como líderes de la Liga BBVA junto a Fútbol Club Barcelona y Real Madrid y que convierte a la temporada 2015/16 en el mejor arranque de la historia del equipo celeste. Un partido que los reivindica, que los alza, que los convierte en una realidad y les arrebata la etiqueta de equipo que juega bien al fútbol pero al cual los resultados no lo acompañan. Un partido con sabor a victoria de verdad, victoria en todos los sentidos, victoria de gran equipo. Un partido en el que los hombres de Berizzo se arrancaron con los dientes el disfraz de Rey Mago para enfudarse el de Rey. Rey, sin calificativos.

VAVEL Logo
Sobre el autor
Adrián Viéitez
Periodista vigués. Colaboré con la edición española de VAVEL.com entre abril de 2013 y enero de 2016, cubriendo la información del Celta de Vigo. Además, colaboré asiduamente con as secciones de Tenis, Premier League y Cine.