Blaugranas de oro: Figo

Luis Figo recogió el Balón de Oro en enero del año 2001, ya vistiendo la zamarra del Real Madrid tras su inopinada marcha del Barcelona, donde acreditó buena parte de los méritos para recoger el galardón.

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Por Javier Sámano

Con los Reyes aún huyendo por la ventana, se aleja ese periodo entrañable que es la Navidad, capaz de motivar multitudinarias reuniones familiares o tediosas comidas de empresa. Cada cual acude a la mesa con un rol distinto: el anodino, que engulle los langostinos con la mirada clavada en el plato y un punto en la boca; si acaso interrumpe su introspección para soltar una carcajada de cortesía por el enésimo chiste del gracioso de al lado, que anduvo dos semanas apuntando chistes de Jaimito en un cuaderno obsoleto; nadie quiere escucharlo, y de ello se percata el personaje más célebre, el que renuncia al humor blanco para mofarse del prójimo. Este, que tiene enfrente un cuñado que no traga, le refiere desde un tono adecuado que es un tullido, que le sobra un kilo y se araña cada vez que se pasa el peine por el cartón. Entonces, dado el ejercicio de estoicidad del compañero, se percata del marcado acento catalán que le contempla, y menta a Luis Figo: la cubertería es entonces improvisado arsenal de guerra, vuelan las piezas de marisco barato y el umbral de ignominia da con los restos de vino inundando las prendas de postín.

Un tabú eterno

La metáfora sirve para ilustrar qué significa Figo para un culé. Han pasado ya 16 años del incidente, pero siquiera el tiempo y la última década gloriosa evitan que la herida aún siga supurando. La hinchada pudo superar la final de los palos ante el Benfica, incluso reseteó el infausto viaje a Sevilla del año 86. Pero el episodio del portugués tiene otras connotaciones; está implicado el Real Madrid. Lo drástico del traspaso amenazó con recuperar antiguos complejos que, tras la limpieza de chakra practicada por Cruyff, parecían superados. Antes de Johan, el aficionado del Barcelona se sentía permanentemente denostado, perseguido, agraviado por los vientos desfavorables provenientes de la meseta. El guante blanco de Florentino, con quien Figo firmó un precontrato antes de que alcanzara la presidencia del Madrid, sirivió para recuperar la etiqueta de pupas. Sin embargo, en la Ciudad Condal ya sabían cómo ganar, y la alegría de Ronaldinho hizo de la depresión un valle.

De crack a repudiado

Figo era un extremo excelso, de esculpida carrocería y regate fino. Llegó a Barcelona en el año 1995, para encarar la última temporada de la 'Era Cruyff'. Proveniente del Sporting de Lisboa, tenía 22 años y era un proyecto prometedor aún falto de cuajo. Su bisoñez contribuyó a fortalecer sus lazos con el Camp Nou, que vio cómo el cachorro iba desarrollando vello en el torso. El sentimiento casi paternalista que suscitó el portugués procuró olvido a un público que tenía a Laudrup en la retina: quién sabe si el danés, que había decidido saltar de Catalunya a la capital, generó un sentimiento de empatía en el entonces '7' del Barça. En todo caso, seguiría su rastro en lo sucesivo.

En la final de Copa del Rey de 1997, contra el Betis, Figo debutó como goleador en el Santiago Bernabéu. Marcó por partida doble en el triunfo azulgrana por 3-2. Al año siguiente, tras conquistar de nuevo el trofeo contra el Mallorca mediante una tanda de penaltis, el portugués dio rienda suelta a su efusividad en el balcón de la Generalitat. Con el pelo teñido de blaugrana, espetó el célebre "blancos, llorones, saludad a los campeones", lo que aumentó sensiblemente su reputación entre el barcelonismo.

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Dos Ligas, ambas conseguidas de la mano de Van Gaal, daban lustre a su currículo, y una Recopa de Europa, una Supercopa Española y otra Europea conquistados de la mano de Robson apuntalaban una cosecha provechosa. Su temporada 1999-2000, pese a no ganar ningún título a nivel colectivo, constató su estatus crack y líder de un Barcelona que pretendía cimentar una dinastía nueva sobre el que era, en ese momento, el número uno; así lo acreditó el primer Balón de Oro del nuevo siglo, que recogió como jugador merengue. 

 Todos los planes del Barça se fueron al garete por una operación aún teñida de misterio. Hay quien atribuye la partida de Figo a una alta traición por su parte; otros defienden que fue una torpeza de la junta de Gaspart, que no se esmeró lo necesario en proteger a su jugador. "La directiva no me trató bien, me puso furioso. Aunque pasaron los días, yo seguí caliente e irritado porque no me valoraran los responsables del club", dijo el lisboeta al respecto.

El día del cerdo

La atmósfera en el primer regreso de Figo al Camp Nou era irrespirable, llegando a batir el público el récord de decibelios recogidos en un estadio de fútbol en el momento de su salida al terreno de juego. El portugués, no obstante, prefirió taparse el oído en un gesto altivo que desató aún más la ira del gentío. Fue entonces cuando, al acudir a botar un saque de esquina, le llovió la famosa cabeza de cerdo. Eso fue lo más reseñable de su actuación, siendo eclipsado durante el desarrollo del partido por la eclosión del novillo Puyol, que sentó esa tarde las bases de su leyenda. El despechado Barcelona ganó por 2-0 una contienda dolorosa: el ídolo se presentó en casa vestido de blanco.

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El famoso cochinillo el día que Figo visitó el Camp Nou