El catedrático Busquets usurpa San Mamés

Los goles de Neymar y Munir propulsan a un Barcelona que venció por 1-2 en San Mamés. El tanto tardío de Aduriz no remedia un resultado nefasto para los bilbaínos de cara al encuentro de vuelta.

El catedrático Busquets usurpa San Mamés
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Por Javier Sámano

Sin Suárez ni Messi llegaba el Barcelona al místico San Mamés, pendiente de la inventiva de Luis Enrique y el genuino Neymar para no caer en el vahído. Munir, contradiciendo las encuestas, supliría en la punta al charrúa; Arda jugaría acunado en la derecha y el multiusos Sergi Roberto se adueñaría del lateral izquierdo en ausencia de Alba. Ninguna demarcación le es extraña al de Reus, estupendo postizo y servicial soldado, jugador de equipo como pocos. El Barça, en su versión más gremial, sacó un 1-2 de oro de Bilbao ante un Athletic pujante, amansado por Turan, rematado por Munir y contenido por Busquets, un recuperador de rango que camufla un organizador superlativo.

Cómo amansar una fiera

El Athletic saltó al verde con la intención de hacer valer el factor campo y empujar al Barcelona a su rincón, frecuentando sin bisturí la frontal de ter Stegen durante el primer cuarto de hora. Los de Luis Enrique, imprecisos en la salida, echaron mano de un recurso aún desconocido: Arda Turan. Los leones amagaron la cornada sin caer en el capote del turco, que se enfundó el traje de luces y se llevó el miura a la esquina. En el fútbol del control y pase de los azulgrana se acopla ahora un jugador concebido para retener, privilegio que en el guardiolismo más elemental solo se le concedía a Messi e Iniesta. Turan bajó la persiana y controló el pulso cuando se puso juguetón, atrajo a tres marcadores y se inventó un espacio que explotó Rakitic, que tensó un centró curvado para que Munir anotara el 0-1 con silenciador. Fue el hispano-marroquí una referencia vaporosa, indetectable, sacrificado en la presión y beligerante hasta que fue reemplazado por Sandro en el minuto 79, ya con el gatillo cuerdo y la autoestima recompuesta.

La onda expansiva del primer mazazo, injusto con un Athletic fervoroso y bien plantado, elevaría al cuadrado los daños. El partido viró y en un tris Neymar puso el segundo, merced a una concatenación de desatinos infantiles de la zaga: Etxeita no atinó a interrumpir un balón al espacio de Sergi Roberto, lo que obligó a Herrerín a abandonar su marco para subsanar el dislate del central; acabaría perpetrando un error aún más grosero que le dejó la pelota con lazo y postal al 11 del Barça, que empujó a puerta vacía. No fue sin embargo el partido del carioca, que resultó un truncado cantante bohemio: no pudo hacer de la soledad su inspiración, y hubo de ser Iniesta quien rasgara la guitarra mientras Busquets ponía el canto en la enésima composición sublime. Mascherano y Piqué servían el JB, con ter Stegen pendiente de que no cayera whiskey a la alfombra, excelso en un par de manos al final y especialmente sobrio en los vuelos, destilando espíritu revindicativo. 

El ejercicio de pegada del Barcelona redujo al Athletic, que perdió fuelle en la presión, engatusado por el fluido diálogo de los blaugrana con la pelota, toca que toca. La horizontalidad del juego deslizaba una suerte de pragmatismo particular de Can Barça: la posesión como credo defensivo. El engranaje central sostenía un conjunto que recitó sin ambages su discurso. 

Nadería y reacción

En el partido ocurría lo que le interesaba a los visitantes: nada. Las posesiones anodinas del Barcelona se entremezclaban con algún ademán de zarpazo rojiblanco, siempre abortado por los tentáculos de Busquets, que impuso la cadencia lenta del segundo acto. A propósito de motivar la reacción, Valverde introdujo a Sabin, San José y al revoltoso Muniain, tan eléctrico que le pegó un calambrazo en un lance sin balón a Rakitic. Luis Enrique, por su parte, introdujo a Adriano, Aleix y Sandro, sin apenas incidencia en el desarrollo del encuentro ninguno. En el último cuarto de hora, con ambos conjuntos a punto de acostarse, dieron un paso adelante los vascos, acudiendo con asiduidad a la esquina, donde inquietaron a ter Stegen con dos buenos testarazos. El botín no llegaría hasta el último minuto, gracias al único lapsus del Barcelona en la salida: Alves se pisó los cordones y propició el robo de San José, que halló a Aduriz con un solo toque y el ariete rubricó un tanto que se antoja exiguo.