Por JESÚS DEL VALLE DEL APIO


A punto de cumplir los trece años, mi padre me comentó la posibilidad de hacernos abonados del Atlético de Madrid. Visitar cada quince días un lugar que ya conocía me provocaba un poco da pavor: las multitudes no son lo mío. Además, tenía aún el recuerdo del empate ante el Nástic que vi en lo alto del Fondo Sur y nos provocó retrasar el ascenso 24 horas… Finalmente acepté, pero no podía ir cada dos semanas al Manzanares: tenía que compartir el abono con mi hermano.

Un estadio, un hogar

Desde el año 2002 acudo al Estadio Vicente Calderón. Quince largos años. Siempre con mi padre al lado, en coche, aparcando de mala manera, en el bus con la peña o en metro hasta Pirámides (maldito semáforo…). Con lluvia o con el termómetro bajo cero, allí estábamos siempre. En nuestro asiento de Tribuna Superior Alta. Ahora es muy fácil hacerse del Atleti, incluso puedes elegir las visitas a Neptuno porque sabes que pronto habrá otra ocasión para ir. Pero durante mucho tiempo fue muy, muy difícil. Un equipo mediocre, que temporada tras temporada no sabía a qué jugaba ni a qué aspiraba. Con envidia observaba cómo todos los demás conjuntos celebraban cosas, sobre todo títulos. Los rojiblancos llevaban desde el año 1996 sin una fiesta. Y yo sin ella, porque no recordaba aquel mágico doblete.

Todo ello pudo cambiar el 4 de febrero de 2010. Porque el Atleti había caído en el lado 'fácil' del sorteo de la Copa del Rey, y en el partido de semifinales en el Calderón goleó al Racing de Santander. Aún recuerdo a mi tío, con quien vi el partido, preguntarme: “A la final vienes, ¿verdad?”. Para mí esa palabra, 'final', significaba todo. Pero tenía una sensación de que por mucho que ganásemos, no iba a satisfacer tantos años de fracasos.

Y el 8 de abril del 2010 nos surgió una nueva oportunidad. Algo más grande que una Copa del Rey… Porque tras hacer una aceptable fase de grupos y eliminar al Galatasaray y Sporting de Lisboa, el bombo del mítico Infantino nos sitúo en Semana Santa en Valencia. Un partido que, aprovechando las vacaciones, vi en Mestalla con un empate a dos. Y un gol a la contra de Forlán para la historia.

Historia que nos quedaba por escribir aquel jueves de abril en un Calderón a rebosar. Porque durante largos años solo podía presumir en el instituto del ambiente y la magia del estadio. Porque cuando llegaba un derbi yo no quería que llegase el lunes. Porque aun pese a las derrotas, yo siempre estaba ansioso por volver. Y porque como decía a mi hermano cada cinco minutos: El fútbol nos debía una.

Partido para el recuerdo

Jamás vi el feudo rojiblanco así. Todo el estadio cantaba, y lo hacía durante los 90 minutos. Y por primera vez, los 55.000 asistentes ondeamos nuestras bufandas y convertimos ese partido en el comienzo de algo. Mi padre alucinó tanto que tras acabar con el sufrimiento y pasar a semifinales, no se quería ir. Mi padre, que siempre se iba del estadio al minuto 42 como muy tarde.

Por entonces, la gesta de este Atlético era impresionante. Aunque el partido no fue nada fácil. Todos lo recuerdan como el del penalti a Zigic. Pero… ¿lo pitó el árbitro? No. Entonces no es penati. Pese a que el partido estuvo marcado más por los nervios que por el buen juego, el Valencia no generó apenas ocasiones. Solo una de Villa al larguero que enmudeció el Manzanares durante unos segundos. ¿Cómo íbamos a pasar de ronda sin sufrir? La nota negativa también la tuvimos cuando el colegiado amonestó al Kun Agüero, lo que le hacía perderse el siguiente partido… Pero ni eso nos arruinaba la fiesta.

Una fiesta que nunca había visto en mi segunda casa, el Estadio Vicente Calderón. Después vinieron muchas otras, como la Supercopa contra el Real Madrid, la goleada a los blancos en Liga, los cuartos de final contra el Barcelona en Champions, el partido contra el Bayern, tandas de penaltis con gloria final… Demasiadas alegrías juntas gracias a la garra del Cholo y al espíritu de Luis.

Luego las bolas europeas nos mandaron al Liverpool de Benítez, con un gol en la prórroga interminable de Anfield (quizás el que más haya gritado en mi vida). Y después Hamburgo. Y después Barcelona. Y después Mónaco… Pero todos esos partidos son otra historia que merecen ser contadas detalladamente.

Y gracias a esas historias, el Calderón es ahora un campo difícil, donde nos hemos acostumbrado a ganar y a pasarlo bien. Y eso se nota actualmente teniendo la despedida tan cerca. Porque no es lo mismo ir a ver al Atlético del 2005 que al del 2014.

Yo que he pasado toda la juventud en ese estadio puedo decirlo. Y podré presumir toda la vida de que yo vi al Atleti ganador, al que se comía el mundo, pero también vi al otro, al que era silbado y perdía más que ganaba. A mi lado han estado mi padre y hermano, pero he tenido la suerte de llevar a mucha gente a la que sigo considerando mi casa, y han salido con ganas de volver. Eso no se consigue en otro campo ni con otro equipo. Esa magia a orillas del Manzanares te atrapa para siempre.

Y aquel 8 de abril del 2010 comenzamos a ser felices. Teníamos derecho a serlo. Y al final lo conseguimos. Ahora ya no me importa perder, no me importa ganar. Solo sé que es momento para el desenlace y que no estoy preparado para despedidas. Nuestras lágrimas se las llevará el río que tantas veces nos vio sufrir, pero nos quedaremos para contar a nuestros nietos que allí se vivía, amaba y soñaba derrochando CORAJE Y CORAZÓN.


En Atleti_VAVEL, cada lunes, una historia personal como recuerdo del Vicente Calderón, que vive su última temporada.

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