Se puede analizar de mil maneras tácticas la victoria del Real Madrid, hablar de cómo han defendido, del cambio de plan de Ancelotti, de su estrategia o de los cambios que esta vez sí que llegaron a tiempo, pero todo eso no son más que palabras vacías teniendo en cuenta el factor diferencial de este equipo, su Santiago Bernabéu.

Que el público iba a ser el jugador número 12 parecía claro, y lo demostraron cuando ya dos horas antes del partido acompañaron al autobús en su camino al estadio, entre vítores, bengalas y bufandas que dejaban entrever lo unida que estaba su afición al equipo y el infierno en el que se iba a convertir el feudo blanco para los jugadores del PSG.

Y así fue, porque es físicamente imposible que un jugador como Luka Modrić consiga presionar a Messi y ganarle en carrera en el minuto 70, o que pueda correr entre tres rivales y todavía tenga la lucidez para primero potenciar a Mbappé en carrera, y para después servirle una asistencia a Benzema por debajo de las piernas, si no fuera por las más de 60.000 gargantas que tenía a su alrededor, que llegaron en forma de oxígeno a los oídos de un futbolista contra el que no se pueden rendir más rodillas, una especie de deidad encarnada en centrocampista que no es que se haya ganado su renovación, sino que se merece que le pongan una hoja en blanco y él decida el año en el que quiere dejar de ser jugador del Real Madrid.

Éxtasis absoluto

Porque el Bernabéu no es un estadio fácil, no es ese amante al que te puedas ganar con dos caricias y un “te quiero”, sino que es ese que te requiere hechos diarios, el primero en aplaudirte y jalearte, pero el primero en silbar si no le gusta lo que está viendo. El Bernabéu es como ese padre severo que no te deja salir si no has hecho los deberes, pero que pone su cabeza como escalera si necesitas un peldaño más para llegar a la universidad.

Se ha especializado el Real Madrid en noches grandes, ha convertido la Champions League en su competición particular, una especie de hogar al que pueden volver casi siempre que las cosas no pintan bien, porque cuando todo a su alrededor parece hecho cenizas, la máxima competición europea vuelve y le extiende las manos, un abrazo que tiene pinta de ser eterno, a juzgar por los ya más de 120 años de historia donde ya son 13 las ocasiones donde se ha alzado con el trofeo.

Que Karim Benzema es un futbolista especial hace años que lo venía demostrando, su fútbol, su manera de entenderlo y su inteligencia dentro del campo eran suficiente, pero en noches como esta se asemeja a una especie de semidios, un ente que convierte el Santiago Bernabéu en su templo particular, y a los seguidores blancos, en esa religión tan extraña pero tan poética que practica, ese fútbol al alcance de tan pocos y esa sensación de que todo balón que pase por sus botas va a mejorar la jugada.

El Real Madrid es lo que es por su historia, por su garra y por su coraje, pero sobre todo por el Santiago Bernabéu, porque al igual que no explica su idilio con la Champions, no se explica que en días como el del PSG pueda sacar una victoria, donde todo parece perdido, donde empieza abajo en el marcador y todavía se hunde un poco más, pero donde recibe ese cálido aliento, porque para el Real Madrid el Santiago Bernabéu es su historia, el lugar donde cierra los ojos y se suceden las historias, desde un Juanito más que recordado en estas noches hasta un Karim Benzema, que ha utilizado la tinta de sus paisanos para escribir su propio nombre en el centro del estadio, en pleno corazón de la capital española, una Madrid que se levantará resacosa pero con una alegría en la cara, porque la suerte de vivir noches como esta al lado de tu casa, no te la puede regalar cualquiera.