Cuando alguien se encuentra en la situación en la que está el Getafe quizás, lo que menos desea es que rinda visita al Coliseum un rival que viste de un blanco impoluto que pasea por los campos españoles con grandilocuencia y sobriedad en las últimas fechas. Seguramente, el seno del club preferiría otro rival. Seguramente, no existe a día de hoy mejor rival para redimirse de los pecados cometidos en los meses precedentes y evocar tiempos pasados donde el equipo disfrutaba de la tranquilidad que le otorgaba la parte noble de la tabla.

La tesitura es la que es. Ante eso poco se puede hacer y, mucho menos, de nada sirve lamentarse. Mayores tornos ha saltado este equipo y en peores plazas ha toreado. Es lógico mirar al banquillo cuando los resultados no son los deseados, es fútbol y en el priman los números. A pesar de ello, quien sea tan ingenuo de mirar en una dirección y no buscar algo más que al hombre de traje elegante que cada fin de semana dirige a su equipo, sin quitarle su parte de culpa, ni mucho menos, tiene un problema aún mayor que el propio Getafe.

La plantila es corta, descompensada y sin recambios de garantías

El principal problema viene desde principio de campaña: una plantilla corta, descompensada y sin recambios competitivos para muchas de las posiciones. El segundo procede del primero: lo fichado en verano, confiemos en que Sammir lo supla en este segundo tramo de campaña, no llega ni de lejos al nivel de las bajas de dos de los bastiones del pasado curso, Abdel y Fede Fernández. Incluso se echa de menos a Xavi Torres en la medular azulona. Curioso, cuanto menos.

Y hablar del centro del campo es centrarnos en el foco del dilema azulón. El antes y el después, la principal diferencia entre hace unos meses y hoy, la lesión de Mosquera, la ausencia total de sustituto en la plantilla para el gallego. Ni Michel, ni Lacen ni Juan Rodríguez. Ninguno es capaz de interpretar como Mosquera la función de cada fin de semana del equipo, de convertirse en capitán de un barco que navega ahora sin él y que tiene en Borja un grumete más que cumplidor que no para de achicar agua totalmente solo.

Con Mosquera, el Getafe tenía más el balón y no sufría tanto en defensa. La evidente debilidad defensiva en comparación con el pasado curso, es un hecho irrefutable. Lisandro no es Fede, por mucho que de un buen nivel. Rafa tiene muchísimos problemas a su espalda y Arroyo no termina de ser regular. Únicamente el flanco izquierdo parece estar mejor cubierto, sin ser por ello un muro sin grieta alguna.

Sin Mosquera el Getafe no tiene quien enlace con los cuatro de arriba que, a excepción de Ciprian, también tienen lo suyo. Están faltos de chispa, de ese metro necesario para controlar y partir con ventaja ante el defensor para asistir a los compañeros. Y ante todo, falta la figura de alguien que sepa mantener la pelota cuando el equipo necesita oxígeno, de darle el ritmo adecuado conforme las necesidades del choque. De un Abdel. De un Sarabia que no le dé por jugar una vez cada dos meses.

Quizá el nivel físico tampoco es el adecuado. Cada segunda jugada, cada balón disputado suele acabar en pies del contrario. Pero todo esto es mejorable. Y, afortunadamente o no, no es la primera vez que ocurre esto en el Getafe. Y se encontró solución. Son diez años encontrando solución. Y desde que está Luis García en el banquillo con una solvencia que muchos equipos que sufren hasta el final seguro que envidian.

Existe una cosa buena de todo esto. Y es que tras nueve puntos de los últimos cuarenta y dos peor no pueden ir las cosas. Es el momento de arrimar el hombro, de que once jugadores sean uno y vayan en volandas de una afición que a poco que se le ofrezca se dejará el alma por los suyos. Es la historia del club que era pequeño pero que sufre como un grande, que lucha por mantener ese estatus y que una mala racha no le impedirá conseguirlo. Es la historia del Getafe, y a poco que se reestablezcan una serie de principios que tienen las plantillas de Luis García seguirá creciendo como lo ha hecho hasta ahora.