Por el serpenteante y hoy helado asfalto del Passo dello Stelvio, encadenando con la épica a los pies del Mortirolo y el Mortirolo a sus pies, una sombra fugaz cual efímero recuerdo, ataca la montaña con un pañuelo azul a su cabeza y una bicicleta legendaria. En su talento y agresivo estilo de dar pedales, de subirse a la bici para explosionar carreras, el ciclismo encontró en la figura de Marco el regreso del espectáculo sobre las dos ruedas, una alternativa real a los grandes ciclistas que dominaron y reinaron con su regularidad en la contrarreloj y la montaña.

Y por ello, para la historia del ciclismo siempre quedará marcada como fecha señalada la del 13 de enero de 1970, cuando a las 11:45 en el Hospital Bufalini de Cesena, Tonina daba a luz a un niño que pesó 3,75 kg de peso y vino al mundo para chapotear y pedalear, unas horas, unos años en la vida. Aquel pequeño que pasó su infancia en la casa de Via Saffi en Cesenatico, propiedad de sus abuelos Sotero y Delia. Un niño inquieto, curioso, al que la pesca y la caza le llenaban más que rendir en la escuela, que probó en el fútbol pero pronto se percató de que en aquella pelota no encontraría el girar de su destino, pues Marco desde siempre supo que el destino, su destino estaba escrito en los radios de un giro eterno. Una pasión que descubrió observando a los chicos de G.C. Fausto Coppi de Cesenatico, que se habían reunido en la plaza cercana al apartamento que había comprado su familia en Via dei Mille.

A partir de ese momento la intensa relación de Marco y la bicicleta dio sus primeras pedaladas con rumbo hacia la leyenda. Marco dejó de pensar en la bici como objeto de juego para utilizarla como medio para practicar deporte. La primera bici que tuvo fue aquella pesada máquina de dos ruedas y de mujer que utilizaba su madre para ir a trabajar.

Con ella ya demostró que tenía cualidades especiales para el ciclismo y comenzó a despuntar a la edad de once años. Su cuerpo se fue moldeando y amalgamando con aquella frágil máquina que se convirtió en su inseparable compañera. Tres años después, un 22 de abril de 1984 ya consiguió una victoria destacada en Casa Castagnoli de Cesena. Pero aquel veneno, aquella pasión de dos ruedas no discurre por una alfombra de rosas, pues como todos sabemos el ciclismo sitúa su grandeza en los umbrales del dolor, que galvanizan el recuerdo de los huesos rotos y los cuerpos vencidos. Un mapa de lesiones dibujó su fibroso cuerpo desde aquel año 84 hasta 1990, cuando en el girini que alumbró el talento de las grandes figuras históricas del ciclismo italiano Marco Pantani se dio a conocer consiguiendo un tercer puesto. Logrando un segundo y un primer puesto en los años sucesivos.

Una proyección que le sirvió para firmar profesionalmente por el equipo Carrera en 1992, donde se consagró como el nuevo gran valor del ciclismo italiano, una seria alternativa a Gianni Bugno y sobre todo la amenaza en el horizonte de un pirata fantasma para el mítico Miguel Indurain. Inquietó sobremanera al gigante navarro, especialmente en aquel épico Giro de 1994, donde Berzin se llevó la victoria, pero Pantani e Indurain ofrecieron un duelo en el Mortirolo que pasó a la historia. Con el ciclista navarro sufriendo las duras exigencias del legendario puerto y los hachazos de la locomotora de Césena, Indurain no tardó en pagar aquellos esfuerzos. En el Vallico de Sta.Cristina, repecho con rampas del 13%, en el que Pantani demarró por segunda vez, Indurain quedó clavado sucumbiendo en una pájara histórica. Marco coronó en Aprica a más de tres minutos y medio del español y sus demoledoras piernas demostraron que Indurain era humano y que el ciclismo estaba ante el mejor escalador de la década

Aquel año se puede considerar como el de su despegue momentáneo y digo momentáneo porque ya entrando en las quinielas como posible ganador, habiendo conseguido un segundo puesto en el Giro y un tercero en el Tour, un accidente durante la Milan-Turin, lo dejó con una doble fractura de fémur.

Un aparatoso choque con un automóvil tras el que se planteó seriamente abandonar el ciclismo, pero del que salió gracias a su fuerza y el apoyo de amigos, familiares y técnicos, que lograron su transformación por completo como deportista. A su regreso en 1997, Italia y el mundo entero pudo contemplar sobre la bici, la poderosa morfología de un campeón y, sobre el asfalto el duelo eterno de dos estilos del ciclismo: el contrarrelojista contra el escalador.

Jan Ullrich ante “Il elefantino”, apodo que hacía referencia a sus orejas y odiaba, un despectivo apodo que enterró a golpe de pedal y un pañuelo a modo de sombrero. Aquella agresividad sobre las dos ruedas, que hacía levantar a los aficionados de los asientos y su nuevo aspecto físico, dieron nacimiento a la leyenda de “El Pirata”. Marco fue tercero en la general, pero convirtió aquella edición del Tour en puro espectáculo. Italia tenía a un nuevo héroe y Coppi por fin había encontrado a su verdadero sucesor.

Pantani ya había mostrado sus credenciales y, en el Giro de 1998 se hizo con la victoria en una carrera que no había sido diseñada a su medida, pero que certificó con la ventaja que obtuvo en las cumbres italianas, donde ganó 2 etapas. Para los momentos míticos del ciclismo quedará para siempre el brutal demarraje del Pirata en las rampas del mítico Col du Galibier, que acabó decidiendo el Tour de Francia en 1998 a favor suyo y en detrimento de Jan Ullrich.

La etapa clave de aquel histórico Tour, la etapa reina alpina por la Croix de Fer, Telegraphe-Galibier y Les Deux Alpes, disputada bajo un tiempo infernal, con lluvia y gélidas temperaturas. Un desenlace al que se dio inicio en los últimos 5-6 Kms del Galibier, donde Pantani se subió a la bici para romper la carrera con un ataque, un demarraje brutal que Ullrich fue incapaz de seguir. Un zarpazo a golpe de pedal de tal intensidad que coronó el Galibier con cerca de 3 minutos sobre el grupo de Ullrich, sacándole casi 30'' por Km. Solo al alcance de aquellos ciclistas que portan las paredes infernales de los puertos de montaña dibujadas en sus marcadores genéticos. Aunque Ullrich logró reducir la diferencia a dos minutos en la bajada, un pinchazo, su intolerancia al frío y el vuelo sin motor de las piernas del pirata sentenciaron la etapa y el Tour sacando una diferencia de 9 minutos en meta. Una de las páginas más bellas de la historia del ciclismo, cantando una alegoría al esfuerzo de este deporte bajo la lluvia.

En aquel año 1998, Pantani coronó la cima del mundo y el ciclismo quizás por última vez, pues a la temporada siguiente, Marco se vio envuelto en la mayor lacra de este deporte: el dopaje. Marco lideraba el Giro tras vencer en cuatro etapas y fue descalificado al observarse altos niveles de hematocrito en su sangre, lo que sugería un caso de dopaje con EPO, extremo que no se pudo probar de forma concluyente. Aquella oscura etapa le hizo sucumbir en el mal silencioso de la depresión y el mundo de las drogas, del que jamás pudo salir. Aunque regresó en el año 2000 para protagonizar otro duelo histórico en el Tour ante Lance Amrstrong en la sima del Mont Ventoux, sus sucesivos intentos por volver a ser el legendario corredor que fue resultaron infructuosos.

Pantani regresó a casa, a su Cesena natal, donde consumido por la soledad, por aquella timidez que paradójicamente devoraba a aquel que fue un león sobre la bicicleta, se instaló en la esquizofrénica irrealidad de las drogas. Su vida sucumbió en el madrigal de las sospechas, difuminando en el olvido aquel campo del honor en el que había demostrado ser un legendario ciclista. Cuando un 14 de febrero de 2004, en un lujoso hotel de Rimini, los relojes cimbrearon el dolor de las estrellas, su alma no quiso seguir y abandonó el cuerpo sin vida de “Il Pirata”, que cual ramo caído de violetas desmadejó para siempre su inmortal leyenda en su pedaleo por la vida y el tiempo sin tiempo de la historia ciclista.