Honor a los caídos

Debilidad: falta de vigor o fuerza física. Rendirse: obligar al enemigo a entregarse, vencerlo. En la selección griega, encabezada por Fernando Santos, esas dos palabras están excluidas del diccionario.

Honor a los caídos
(Foto: FIFA)
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Por Esteban Borrell

Miren a su izquierda. Miren ahora a su derecha. Miren a los ojos de sus compañeros. Noten el apoyo de los suyos. Hombro con hombro. Escudo con escudo. Siéntanse protegidos. No hay lugar para la debilidad. No en Grecia.

Cuenta la leyenda que los niños espartanos eran seleccionados. Debían ser examinados y, posteriormente, escogidos. Si mostraban cualquier signo de debilidad eran descartados. Eliminados. En un ambiente de guerra permanente, los mejores soldados se formaron en tierras griegas. Día a día, los niños eran enseñados a combatir forjando una mentalidad única que, probablemente, perduró a lo largo de la historia. Les enseñaron a no rendirse y a mirar a los ojos a la muerte. En Brasil, en inferioridad en cuanto a lo deportivo, Grecia peleó hasta caer por los suyos. Orgullosos tras semejante gesta, alzaron al cielo los colores de una bandera que no permite rendición.

"Solo jugamos para Grecia y su gente"

Los jugadores griegos no querían primas ni nada parecido. El poder defender los colores valía más que cualquier cosa. Como en Esparta, caer por tu tierra era lo más glorioso que se podía desear. Son tiempos difíciles para el pueblo griego y, por ello, los jugadores han querido aportar su granito de arena a la causa. Quizás insuficiente, pero sí simbólico.

La selección griega no pudo dar más. Murió en el campo de batalla tras llegar a la última jornada de la fase de grupos con un punto. No existe victoria sin épica. En sus últimos dos partidos marcó en el último minuto, demostrando que jamás se rinden. Juntos, como un ejército, fueron avanzando hasta hacer historia. Por sí solos, no hubiesen logrado nada. La fuerza del colectivo se impuso a las individualidades.

La fuerza del colectivo griego se ha labrado durante toda su historia. La última batalla ha durado 10 años. 10 años de gestas y conquistas impensables. En 2004, en Portugal y ante Portugal, los griegos alzaron la Eurocopa contra todo pronóstico. Charisteas se vistió de héroe para alcanzar el primer título de su historia. Eran peores, pero no más débiles.

La fuerza griega

La fuerza griega proviene del compañero. Pero no se la da cualquiera. Sin respeto y honor todo se desmorona. Dar y recibir. Así funciona el sistema griego que acaba los partidos peleando con el corazón por encima de la cabeza. No importa la calidad con el balón, yendo todos a una es casi imposible tumbarlos. Y si lo consiguen, habrán caído sin traicionar sus ideales.

Las estadísticas acaban por convertirse en inútiles. Posesión, tiros o saques de esquina. Los números no ganan partidos. Tumbar el muro griego va mucho más allá de las estadísticas. Pregunten por Portugal cómo jugó Grecia aquella Eurocopa que conquistó. Aquella Eurocopa que sigue siendo ejemplo de cómo ganar en inferioridad. Tuvieron, y tienen, muchos detractores. Cientos. Incluso miles. Pero a los griegos no les importó, jugando con el corazón consiguieron hacer historia.

Orestis Karnezis, Panagiotis Glykos, Stefanos Kapino, Kostas Manolas, José Holebas, Sokratis Papastathopoulos, Vangelis Moras, Giorgos Tzavellas, Loukas Vyntra, Vasilis Torosidis, Alexandros Tziolis, Andreas Samaris, Giannis Maniatis, Kostas Katsouranis, Giorgos Karagounis, Panagiotis Tachtsidis, Giannis Fetfatzidis, Lazaros Christodoulopoulos, Panagiotis Kone, Dimitris Salpingidis, Giorgos Samaras, Kostas Mitroglou y Fanis Gekas. Los hombres que hicieron historia. Los hombres que, en Brasil, no pudieron obtener más gloria que la de defender hasta la muerte a los suyos. Disfruten de la eternidad.