Viendo a Puyol, silencioso y tranquilo, sin aspavientos, tumbado en la cama de un hospital, resignado pero entero ante el hecho de que se va a perder la Eurocopa reviso mis archivos para encontrar algo alegre, a su altura, que escribí media hora después de ganar el Mundial. No me gusta ver heridos a mis héroes serenos. Ahí lo dejo:

Bien, pongamos las cosas en su sitio, hagamos como que todo lo que hemos vivido esta noche es un sueño que puede tocarse. La historia que contarán otros, nosotros la llamamos vida, a secas. Hemos ganado el Mundial de fútbol, hoy.

El sueño tiene forma esférica, claro, como las canicas que dibujan la órbita infantil en el cielo, como las camisetas que son arrojadas al cesto de los trapos de todas las frustraciones para ser redimidas, como las quinielas erradas que van directas a la papelera de quien sólo quieren hacerse millonario. Jabulani... ¿y a mí qué me importa quien lo marque, mientras lo meta, a la altura de la mitad de la cintura del equipo que no es el mío? Holanda perdió no sólo una final, sino también un estilo de caballeros.

Nosotros, en cambio, cuando nunca conseguíamos estar en la realidad, permaneciendo siempre en el papel ficticio de favoritos, de eternos aspirantes, nos terminaban por eliminar de todas las competiciones. Pero ahora que marcamos el ritmo, paramos el tiempo, escuchamos el silencio al final de una prórroga, conseguimos llevarnos la copa que más brilla, haciendo que todo sea un sencillo presente, sin jolgorios, padeciéndolo incluso. Por fin somos campeones del mundo en el 2010. Supéralo. Que quizás lo superarán otras generaciones, aunque nunca será la primera vez porque ésa es nuestra, nos pertenece. Hoy. Ahora.

No sirve de nada dicen, nada va a cambiar, no conseguirás que el sol salga por el otro lado. Y a mí qué me importa, si puedo seguir escuchando cómo se marca un gol de aquí, así, como le de hoy, como el de antes de ayer, sin pretensiones, amplificado con un suspiro unido a millones de ellos. Un suspiro. ¿Alguien puede desmarcarse de uno de ellos? No, lo hemos conseguido suspirando juntos, eclipsando a todos lo fanfarrones, con el gol de un tío que se quita la camiseta para darle todo el protagonismo a un desaparecido, que es un amigo. Mientras corría para celebrarlo hacia el corner, pensaría, seguro: es lo que yo quiero, hacer que se recuerde a quien no fue un privilegiado como yo. ¿Te acuerdas? Claro, yo era uno de los fieles, para siempre, del Soccer city. Me acuerdo de Jarque para siempre.

Este año ha merecido por fin la pena. Somos raros, pero somos, o por eso somos. ¡Ah! y Xavi es Dios, por si quedaba algún incrédulo. Dale al play, de nuevo, para revivirlo, de camino a la cama porque no tengo fuerzas para celebrarlo. África para siempre en nuestra guantera, junto al seguro a terceros. Así somos, prosaicos hasta la desmemoria, aunque yo sea de los que lo sigan contando, para que otros lo recuerden, como si lo hubieran sufrido.

Me gusta el fútbol y sigo caminando rendido, pero siempre inhiesto, con dos balones, como el manchego Andresito o como antes, en la semifinal, el mejor, el más grande, el alma del equipo, con el puño a medio pecho, Puyol, colgándose a todos los compañeros de su cuello, metiéndonos de cabeza a la final soñada. “No quiero que mi gol se recuerde - dijo Carles - porque quiero que ganemos la final”. Pero yo me acuerdo de ti, de tu gol, de tu cabezazo a Alemania. De tu golazo, y también de que hemos ganado la final.

Gracias Puyol. Qué grande eres.