En todos los campos de fútbol existe un jardín de aire pero para llegar hasta él, es necesario descubrir el mapa del tesoro que conduce hacia la fantasía y, solo aquellos futbolistas capaces de jugar al fútbol como si corrieran por el verde con los pies descalzos, pueden acceder a él. En aquel mundo imaginario, la pelota es una burbuja de aire, el gol la aventura y el césped una alfombra voladora, que se eleva como telón que abre espacio al espectáculo. En aquel mapa un muchacho moreno trazó dibujos imaginarios con sus pies y la sonrisa como preámbulo de la felicidad.

Su fútbol como de brisa de azúcar, como de memoria tostada, dejó como impronta la perfección del tiempo antes de su derrumbe, se evaporó a través de la sal de sus pies. La magia jamás se fue, pero el profesional se perdió confundido en la noche entre batucadas y carnaval. A medida que Ronaldinho dejó de competir, los duendes fueron desapareciendo de todas las estancias de la jugada.

En la alarmante demanda de magos e ilusionistas del fútbol, Ronaldinho fue lo que se podría decir un mago elegante e hiperbólico que provocaba aquella irresistible fascinación que sólo los seres sobrenaturales desprenden. Tanto como para hacer ilusionismo del fútbol sin que nadie a su alrededor fuera capaz de acusarle de provocador, de hacer uso de la filigrana como objeto de desconsideración, sino como objeto de expresión natural de un juego que nacía de su interior.

Su arte abarcaba varias facetas, desde la prestidigitación hasta el ilusionismo pasando por la hipnosis. Dicen que cualquier mago que se precie necesita un espacio propio en el cual poder emocionarse a solas para emocionar a los demás, y el suyo era un campo de fútbol. Con sus súbitas arrancadas, sus inmensos dientes blancos, y una sonrisa de luna creciente, transmitió positividad al fútbol mundial y muy especialmente al FC Barcelona, club que estará en deuda permanente con él, como detonante de un cambio de mentalidad absolutamente determinante en su historia.

Pura magia

Su magia contenía un ingrediente especial que la convertía en pura, única: hacía desaparecer y reaparecer el balón delante de todos sin trucos, estaba siempre ahí pero los rivales no lo veían. Ronaldinho era la verdadera fascinación, ser gaucho en Brasil es cosa seria pero Dinho era pura diversión, tocar y tocar, bailar y bailar… Cuando tocaba con la alpargata, la hacía bailar en el dedo gordo del pie: y después tocaba descalzo. Era un viva la vida en el Brasil profundo, en el Brasil mágico, en Gremio, en todos y cada uno de los ‘Brasil posibles e imposibles’. También en el fútbol, por eso un buen día decidió dejarse ir; como alma libre se cansó de jugar al máximo nivel, de entrenar. Siguió con sus números de prestidigitación, como el de hacer andar una moneda por el contorno de su pie, limpiar telarañas del baúl de los sueños… Pero antes de marchar designó a Messi como sucesor, no como mago -en cuestión de magia ni el argentino le pudo superar- sino como Rey del balón. Por eso siempre quedará la duda de lo que pudo haber sido…

Desde 2015 Dinho había dejado de jugar a nivel profesional, pero ahora que confirmó su retirada definitiva, sus jugadas regresan de golpe como tiempo rescatado por la música de sus pies. El recuerdo de las palabras pronunciadas y escritas sobre este mago del balón se disipa ante las imágenes, que se agolpan en el túnel de vestuarios de la memoria. De hecho no se puede olvidar que Ronaldinho procedía de un mundo con pocos habitantes, todos ellos fascinantes por su existencia errática; aquellos que van de un lugar a otro y regresan con la memoria de la gente.

Aunque desapareció dejando un charco de lava bajo la alfombra verde, recordar al genio en su adiós es como intentar definir aquello que ya no existe. El fútbol engulle la magia y los sueños con una facilidad pasmosa, reflejada en el cristal del tiempo, en la mirada del reloj el mundo redescubre la sonrisa de Ronaldinho, aquella que hipnotizó. En el desván del fútbol se respira hoy un aire viejo que procede de la vitrina de su imaginación, donde hasta que el genio quiso mantuvo guardada bajo llave la esfera, el balón. Gracias, Dinho, y hasta siempre…