El Dépor afrontaba un partido determinante contra el Mallorca. Una auténtica final. Gañar ou morrer. De no lograr la victoria, los pupilos de Martí dirían adiós a sus opciones de disputar los playoffs de ascenso. Por su parte, los bermellones visitaban uno de los estadios más puntuables de la segunda vuelta. Solo el Albacete había perdido en tierras coruñesas desde el pasado mes de enero. Un partido de cara o cruz que, después de mucho sufrimiento, se decantaría del lado local. 

45 minutos de dominio blanquiazul

El conjunto herculino salió dispuesto a llevarse los tres puntos. Sin miramientos, sin dudas, directos y convencidos. La primera mitad del partido dejó la mejor cara de este Deportivo. Un equipo sólido atrás y con valentía y calidad en la parcela ofensiva. Álex Bergantiños bordando la tarea de '5', Edu Expósito creciendo minuto a minuto, Fede Cartabia en modo líder, y la dupla Carlos-Quique combinando como solo ellos saben. Sin embargo, Riazor seguía sufriendo con el mayor defecto de este equipo: la falta de puntería. Los coruñeses tuvieron un sinfín de ocasiones, pero el gol no llegaba. Unas veces por Manolo Reina, el arquero mallorquinista, otras debido a la falta de acierto y al bloqueo mental que aparenta sufrir el equipo. 

Pese a ser netamente superiores a su rival, equipo y afición se marchaban al descanso con una sensación de impotencia y derrotismo que continuaría con el desarrollo de la segunda mitad. 

Saber sufrir

El fútbol, sin sufrimiento, no es fútbol. Una frase tan popularmente conocida y que se identifica a la perfección con la parroquia deportivista. El Mallorca pudo sentenciar el partido en distintas ocasiones, pero en todas ellas apareció uno de los pilares de este Dépor, Daniel Giménez. El arquero gallego demostró el porqué de su fichaje. Fiel a su espectacular temporada, Dani detuvo todas las acometidas rivales. Él fue quien sostuvo al equipo durante muchos minutos. Con el transcurso del encuentro, el Deportivo se convirtió en un equipo completamente partido que tiraba más de corazón que de cabeza. 

Un penalti en Riazor

Cuando todo indicaba que el choque terminaría en tablas, se obró un pequeño milagro. Un balón al espacio, una caída de Nahuel y una valiente decisión del colegiado al señalar la pena máxima. La temporada del Deportivo se decidiría desde el punto de penalti. Mientras el elenco visitante protestaba la decisión arbitral, los fantasmas del pasado herculino pasaron por la cabeza de cualquier deportivista. Ese penalti fallado por Djukic. Aquel lanzamiento errado que privó al Dépor de ganar su primera Liga. El Dépor volvía a jugarse, veinticinco años después, su temporada desde los once metros. 

Con Quique fuera del verde por molestias físicas, la duda estaba en quién lanzaría ese penalti. Quién tomaría esa carga. Fue entonces cuando Carlos Fernández, uno de los jugadores más inexpertos de la plantilla, asumió la pesada responsabilidad. Villano o héroe. La temporada de todo un campeón de Liga estaba en manos delantero sevillano. Lo hizo. La puso ahí. En la mismísima escuadra. La grada estalló con el gol mientras la plantilla lo celebraba en forma de piña. El Deportivo, tras cuatro meses de sufrimiento, volvía a ganar en Riazor. 

El Dépor está vivo

La afición deportivista despidió a sus guerreros con el cántico de "Sí se puede". Y es que el Dépor está vivo. No solo matemáticamente hablando, que se encuentra empatado a puntos con el Cádiz y a tres del Mallorca, todavía con seis puntos por disputarse. La victoria ante los bermellones supuso más que tres puntos. Pudo ser uno de esos momentos que marcan una temporada. El aficionado deportivista cree hoy más que ayer, pero menos que mañana. Este muerto está muy vivo.