Nacido en la localidad de Santa Rita, en el estado de Paraíba, sus inicios futbolísticos hay que buscarlos en el Santa Cruz de Recife, allá por el año 1983. Mazinho tenía apenas 17 años y solo iba a tardar tres más en dar el salto a un grande del fútbol brasileño. Desde 1986 hasta 1990 brilló en el Vasco da Gama, club en el que terminó por ocupar el puesto de lateral izquierdo. Allí coincidió con otros ilustres futbolistas de la época como Donato, Romario o Bebeto y desde la banda se convirtió en un complemento importante para que el equipo consiguiese ganar dos campeonatos cariocas junto con un Brasileirão.

Su excelente desempeño le valió un billete para la Canarinha, con la que se proclamó campeón continental en 1989. Durante aquella Copa América coincidió con Baltazar, otro grande de la historia del Celta. Mazinho disputó un partido como lateral derecho para terminar asentándose en el mediocampo junto con Dunga, Silas y Valdo. Resulta revelador que un jugador como Alemão se viese desplazado de la titularidad por el de Santa Rita y en los partidos decisivos solo pudiese aportar desde el banquillo. Un año más tarde las cosas iban a cambiar y, pese a ir convocado por Sebastião Lazaroni para viajar al mundial de Italia, Iomar do Nascimento no disfrutó de minutos antes de la prematura eliminación de su selección a manos de la Argentina de Maradona.

Mazinho, primero por la izquierda en la fila superior, durante la Copa América de 1989 (Foto: conmebol.com)

En busca de la madurez

La aventura europea de Mazinho se inició en el país transalpino a la vuelta de la Copa del Mundo de 1990. La por entonces mejor liga de Europa suponía un gran reclamo para cualquier futbolista y el brasileño recaló en el Lecce, equipo en el que comenzó a dejar gotas de su calidad en la medular. Un año más tarde continuaría su periplo por Italia en la Fiorentina, lo que le llevó a totalizar dos temporadas en las que aprendió a manejarse dentro del ultradefensivo fútbol italiano de los 90, verdadera cumbre del catenaccio.

Jamás se ha vuelto a ver sobre el verde de Balaídos un fútbol igual al que se vio en la temporada 1998/99

Entonces decidió regresar a Brasil para vivir dos magníficas campañas en el Palmeiras, en las que inició su transición definitiva desde los laterales hacia el mediocampo. Una vez superados los 25 años Mazinho comenzaba a vivir su plenitud y lo demostró disputando más de 120 partidos a lo largo de dos temporadas, las anteriores al mundial de Estados Unidos. Allí, al revés que en Italia, sí iba a convertirse en pieza importante dentro del esquema de Carlos Alberto Parreira. Romario y Bebeto contaban con un armazón granítico en la medular —en la que destacaban Mauro Silva, Dunga y el de Santa Rita— y que hacía de la Verdeamarelha un equipo prácticamente impenetrable. El título mundial se dilucidó en una memorable tanda de penaltis en la que Roberto Baggio cometió el error definitivo.

Palmeiras marcó un intervalo entre sus etapas italiana y española (Foto: globoesporte.globo.com)

Ya como campeón del mundo Iomar do Nascimento regresó a Europa, para vivir dos años a orillas del Turia y ejercer de mariscal a las órdenes de Parreira en primera instancia y de Luis Aragonés durante la campaña 1995/96. Su disciplina como centrocampista que se movía por delante de la zaga contagiaba a sus equipos, dotándolos de un orden que siempre iba impregnado del inconfundible aroma brasileño de los ochenta. El fútbol de Mazinho fusionaba de manera sublime el respeto hacia compañeros y rivales con la samba y el arte de la Canarinha.

Un campeón del mundo para la medular

Sin duda, el momento para fichar por el Celta fue el idóneo. Sus 29 años y su ya más que considerable trayectoria llevaron a formalizar una operación que se realizó en el verano de 1996 por un total de 100 millones de pesetas. Los de Vigo, dispuestos a abandonar la zona baja de la tabla, se hacían con los servicios del brasileño pero también incorporaban a otros grandes futbolistas como Alexander Mostovoi, Richard Dutruel o Haim Revivo. Los planes no acabaron de salir en la 1996/97, temporada en la que el Celta necesitó vencer al Real Madrid de Fabio Capello en la última jornada para evitar una carambola que le enviase a la División de Plata. Pero las dificultades que se lograron solventar durante aquella temporada no iban a caer en saco roto y el club de Balaídos supo extraer enseñanzas que resultarían muy útiles en años posteriores. Con todo, para Mazinho la temporada fue muy buena en el capítulo individual. De hecho totalizó 40 partidos de liga y siete en la Copa del Rey para superar en total los 4.000 minutos de juego. Una auténtica barbaridad.

Las cosas rodarían de manera parecida para el brasileño en las dos campañas siguientes, en las que el Celta logró por fin dar ese salto de calidad que se venía buscando. Con Jabo Irureta se alcanzó un puesto UEFA, con Antonio Álvarez Ito como lugarteniente de Mazinho en el mediocampo. Al año siguiente, ya con Víctor Fernández en el banquillo, la llegada de Claude Makelele iba a inyectar un punto extra de calidad al mediocampo celeste, lo que permitió lograr un equilibrio prácticamente perfecto entre la creatividad y la solvencia defensiva. Un centro del campo que iba a convertirse en legendario para Balaídos además de referencia dentro del fútbol nacional y que permitió al público de Vigo disfrutar de jornadas irrepetibles, tanto en liga como en la Copa de la UEFA.

Huracán en Balaídos

Alineación Celta-Real Madrid (11/04/99)

Una de aquellas tardes que permanecen en la retina del aficionado céltico tuvo lugar en el mes de abril de 1999, cuando el Real Madrid de John Benjamin Toshack llegaba a Balaídos. El equipo merengue se encontraba igualado a 49 puntos en la tabla clasificatoria con los de Víctor Fernández tras 28 jornadas disputadas. Con el FC Barcelona escapado en la tabla, la pelea por las otras tres plazas que daban acceso a la Liga de Campeones se presentaba muy reñida entre Celta, Real Madrid, Valencia, Mallorca y Deportivo.

El choque se presentaba apasionante, con el antecedente de la victoria del Celta en el Bernabeu en la primera vuelta. Entre otros duelos aparecía una estratosférica batalla de mediocentros, con la pareja Redondo-Seedorf por parte blanca frente a Mazinho-Makelele por los locales.

El fútbol de Mazinho fusionaba de manera sublime el respeto hacia compañeros y rivales con la samba y el arte de la Canarinha

Unos primeros cinco minutos de cierto equilibrio dieron paso a un verdadero huracán celeste. Una precisa combinación entre Mostovoi y Penev acabó con un cabezazo del búlgaro que batía a Bodo Illgner en el octavo minuto de juego. Con el equipo blanco todavía aturdido, un servicio raso del de San Petersburgo desde la esquina encontró a Mazinho en el balcón del área. El brasileño empalmó de primeras y alojó el cuero en la red. 2-0 y la fiesta no había hecho más que comenzar. No era su especialidad marcar goles pero de vez en cuando Iomar do Nascimento también acertaba con la portería contraria. Con todo, la trituradora céltica continuó a lo suyo y al cuarto de hora llegaba el tercero tras una hermosa jugada de toda la vanguardia local, culminada con un excelente control y un no menos espectacular remate de Lubo Penev. 3-0 y los de la capital no sabían dónde meterse. Lógicamente, con el resultado tan de cara el equipo local bajó un poco el pistón, lo que aprovechó el Real Madrid para recortar distancias con un gol de Morientes en el minuto 32. Parecía que los blancos se metían en el partido pero un regalo de Karembeu apenas un minuto más tarde dejaba en bandeja el 4-1 a Mostovoi. El ruso no perdonaba y el intento de reacción de los visitantes quedaba cortado de raíz.

La segunda mitad prácticamente sobró, con un Celta que renunció a hacer más sangre y un Real Madrid completamente impotente. Lubo Penev aprovechó, eso sí, un regalo de Bodo Illgner para redondear el marcador hasta el 5-1 final.

Los de Vigo sumaban tres puntos que les situaban en segunda posición y les dejaban en una situación magnífica para intentar el asalto a la Champions. Un objetivo que finalmente no iban a alcanzar tras las derrotas sufridas en las dos últimas jornadas ante Mallorca y Atlético de Madrid. Quizás tuvieron algo que ver los problemas físicos de Mazinho, que se perdió los cuatro partidos finales del curso, en los que el equipo echó de menos su pausa y su orden. Fue un final agridulce para una temporada en la que el equipo ofreció un nivel futbolístico estratosférico. Y es que en las siguientes temporadas los de celeste golearon a equipos históricos como Benfica o Juventus e incluso lograron clasificarse para la Liga de Campeones. Pero jamás se ha vuelto a ver sobre el verde de Balaídos un fútbol igual al que se vio en la temporada 1998/99.

El cartílago maldito

Mazinho, superado por sus problemas con el cartílago de su rodilla, ya nunca volvería a ser el mismo. Durante el curso 1999/2000 el brasileño apenas pudo intervenir en seis encuentros, totalizando únicamente 144 minutos en la competición liguera. Curiosamente fueron menos que los que disputó en la competición del KO, en la que fue capaz de completar dos partidos. Además, la notoria cojera que le provocaban sus molestias le impidió alcanzar un nivel aceptable. El 7 de mayo de 2000 Iomar do Nascimento saltaba a un terreno de juego con la casaca celeste por última vez. Fue en La Rosaleda para participar durante siete minutos en la victoria por 0-1 ante el Málaga.

Thiago y Rafinha siguen la estela marcada por su padre (Foto: sports.163.com)

Durante la temporada siguiente participó en 17 partidos en la Segunda División con la elástica del Elche, para retornar acto seguido a Brasil y jugar unos meses en el Vitoria de Bahía antes de su retirada definitiva. Una breve experiencia como técnico del Aris de Salónica en 2009 dejó paso a sus ocupaciones actuales, centradas en sus dos hijos Thiago y Rafinha, dignos herederos de su padre.

En Vigo contó con la inmensa fortuna de encontrarse con un grupo de futbolistas extraordinarios, que le hacían brillar con luz propia y a los que él también hizo mejores. El de Santa Rita fue durante tres años el dueño absoluto en la parcela central del mediocampo vigués, comandando las acciones de ataque y actuando como piedra angular en la organización defensiva del equipo. En su paso por Balaídos maravilló con cada uno de sus pases y regates. Sin duda la samba de los 80 puso la semilla que permitió crear la pausa diferencial de aquel Celta de finales de los 90. Y es que para el Real Club Celta de Vigo fue todo un lujo contar con un futbolista de la calidad y el carácter de Iomar do Nascimento Mazinho. Un grande de los de verdad.