Luis Enrique, impulsor de un estilo

Luis Enrique Martínez, actual técnico del FC Barcelona, dirigió al Celta en la campaña 2013/2014. Bajo su mando, los celtiñas se asentaron en la categoría reina del fútbol español desplegando un estilo que a la larga acabaría siendo identificativo del equipo celeste.

Luis Enrique, impulsor de un estilo
Luis Enrique (centro) junto a Juan Carlos Unzué (izq.) en un encuentro de su etapa en el Celta (foto: Dani Mullor)
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Por Lucas Méndez Veiga

El Celta lleva sin parar desde que comenzó la competición oficial. Al conjunto celtiña, con las tres competiciones, se le acumulan encuentros semana tras semana y la presente no será menos. La exigencia de la semana que afronta el conjunto vigués es máxima ya que recibirá al Panathinaikos entre semana y al Fútbol Club Barcelona el fin de semana. O lo que es lo mismo, la vuelta de la competición europea a Balaídos diez años después y la vuelta del campeón de Liga al vetusto estadio del sur de Galicia. Al frente de la expedición culé, estará un viejo conocido de la parroquia celtiña.

Luis Enrique Martínez es un tipo carismático, de fuerte carácter y de fuertes convicciones. Pero en Vigo se sintió a gusto. El Celta sirvió para impulsar su carrera tras un fallido paso por Roma donde ni el defensivo fútbol italiano ni los continuos roces con la leyenda Francesco Totti, permitieron al técnico asturiano dejar su legado en la Ciudad Eterna. Carlos Mouriño pensó en el gijonés para tener una temporada tranquila. El Celta venía de pasar muchos apuros en su pimera temporada en la élite tras una larga travesía por la Segunda División. Paco Herrera, el pionero del estilo actual del Celta y artífice del ansiado ascenso, no supo comandar la nave celeste y claudicó en un bochornoso encuentro en el Coliseum Alfonso Pérez de Getafe. Provisionalmente se puso al mando Abel Resino. El ex guardameta del Atlético de Madrid supo cumplir con su cometido y mantuvo, aunque in extremis, al equipo en Primera. Una vez cumplido el objetivo se esperaba que el madrileño siguiese al frente del equipo, pero un giro de 180 grados puso a "Lucho" y sus hombres al mando de un proyecto ambicioso del Celta.

La consolidación de un estilo

Era el momento de dar un paso más y Mouriño pensó en un hombre con gusto por el fútbol de toque y gusto por la cantera para asentar el proyecto en Primera. Y así fue. De su mano llegaron futbolistas de la talla de Nolito, probablemente el futbolista más determinante que ha pasado por Vigo desde que un tal Mostovoi decidió marcharse. También uno de los hijos pródigos del celtismo, Rafael "Rafinha" Alcántara, hijo de uno de los grandes jugadores que han vestido la celeste, Mazinho. Con ellos, Andreu Fontàs, Jon Aurtenetxe y Charles Dias, pichichi de Segunda para hacer olvidar la marcha de Iago Aspas.

Cierto que la pretemporada había sido caótica. En Melgaço se supo la noticia de que Tito Vilanova, por entonces técnico del Barça abandonaba la nave azulgrana por enfermedad, y las miradas apuntaron a Luis Enrique. El silencio del técnico asturiano y la falta de gol hicieron que fuese una pretemporada atípica pero desde el principio, se vio que el equipo jugaría a otra cosa. Con la llegada de la competición oficial el equipo carburaba y la afición se ilusionaba pero tras un comienzo ilusionante, la que se le vino encima a Luis Enrique fue tremenda. Su equipo encadenó siete partidos sin conocer la victoria y dejó actuaciones bochornosas en campos como el nuevo San Mamés o, como no, Getafe.

El asturiano avisó que en Getafe habría rotaciones, y cumplió con su palabra al pie de la letra. Sobre el verde del Coliseum se vio un Celta irreconocible. Bellvís de lateral derecho, los jóvenes Costas y Madinda, el criticado Aurtenetxe y David Rodríguez en la punta de ataque. El resultado fue muy duro. Los celestes habían perdido el rumbo y se comprobó en partidos posteriores ante Elche y Levante en casa y el Calderón de por medio. Todos ellos se saldaron con derrota por la mínima pero el del Levante, un lunes en el que cayó el diluvio “universal” en Vigo, supuso el antes y el después de un equipo que recuperaría su seña de identidad y la suerte que le había faltado.

Andalucía, territorio fetiche

La estancia de "Lucho" en el banquillo dejó numerosas anécdotas. La más destacada fue la marcha del equipo siempre que jugaba contra rivales andaluces. En la jornada dos el equipo derrotó en el Villamarín al Betis en un segunda parte muy buena, y en La Rosaleda llegó la segunda victoria de la temporada. Ante un rival "de su liga", el Celta voló sobre el verde y le endosó al Málaga un contundente 0:5. Después llegó el Barcelona y los celestes fueron incapaces a pesar de plantar cara al todopoderoso equipo catalán. Tras esto, de nuevo un equipo andaluz y como las anteriores dos ocasiones, el Celta derrotó en el Pizjuán al Sevilla con un solitario gol de Álex López. Los celtiñas, cerrarían el círculo ganando al Almería (3:1, primera victoria en Balaídos) y Granada. Pleno de victorias ante andaluces.

No muy lejos de Andalucía, en Elche, tuvo lugar el debut de un jugador que haría historia en el Celta. Y no por sus goles o sus jugadas magistrales. En el mercado invernal, el equipo vigués se reforzaría sobre la bocina del final del mercado, justo el día que el Celta ganaba el mencionado partido en Granada, con la llegada de Welliton Soares. El delantero brasileño con pasaporte ruso venía justamente del país norteño en busca de los minutos que se le resistían en el Spartak de Moscú. Su paso por Vigo fue de todo menos fructífero. Llegó bajo de forma y dispuesto a disfrutar del ambiente vigués. Su estancia está relacionada con sus extrañas situaciones extradeportivas y con el número 5. Vestía el número 25 cuando debutó en el minuto 85 en el Martínez Valero y ni siquiera tocó balón. Después, el 5 de mayo a las 05:05 de la mañana se le cazó a toda velocidad en su BMW cruzando la Gran Vía viguesa quintuplicando la tasa de alcoholemia permitida. Para colmo, el juicio por la infracción al volante sería en el juzgado número 5. Ya no se volvería a saber nada de Welliton por Vigo. Tal y como vino se fue. Sin más.

La última anécdota fue la que protagonizó Toni Rodríguez. El canterano vigués comenzó la temporada sin contar para el míster pero acabó probándolo en el lateral izquierdo ante las numerosas ausencias en ese costado. Con Bellvís lesionado y Aurtentxe muy criticado el asturiano intentó un “experimento” que no le salió bien. A lo largo de su carrera como entrenador el preparador gijonés ha probado estas reconversiones. Le salió bien con Krohn-Dehli como pivote ante la ausencia de Oubiña y parece que le está saliendo bien hoy en día con el joven Sergi Roberto de lateral derecho en Barcelona, pero con Toni no fue así y acabó saliendo en el mercado invernal dirección Kansas City y la MLS.

Misión cumplida

En resumen, el año de Luis Enrique en Vigo fue intenso y fructífero. Dejó al equipo en una cómoda novena posición tras una buena segunda vuelta y perfeccionó las bases que había sentado Paco Herrera en pos de un estilo hoy en día muy reconocible y asociable al Celta. Los fríos numerosos hablan de 15 victorias, 7 empates y 18 derrotas en total, con un 37,5% de victorias y 50 goles a favor y 58 en contra.

Pero lejos de números, la temporada que regaló a sus aficionados aquel Celta fue el de la consolidación. La consolidación del estilo, la consolidación en Primera y la aspiración a cotas mayores. Era sabido por todos, que ante la ineficacia del Tata Martino al frente del Barcelona iba a acabar con Lucho como técnico blaugrana y así fue. Su salida no pareció empañar el cariño que le profesa la afición celtiña, sabiendo reconocer la labor del asturiano y su cuerpo técnico al frente de aquel Celta imberbe en Primera y que, de su mano, pegó el estirón.