Un error común de las personas es dar algo por sentado, por muerto. Pensar que los malos momentos son eternos. La vida es un constante cambio, un sinfín de adversidades. Todo tiene un principio y un final.

Tras el varapalo en Copa del Rey a manos del Leganés y la distancia en Liga con el FC Barcelona, a los blancos solo les quedaba soñar con la Champions, la competición que les devuelve al Olimpo de los Dioses.

La Liga de Campeones es la amante blanca que cura los males del conjunto de Zinedine Zidane. Es aquella donde ni el más necio puede subestimar la grandeza del vigente campeón en Europa.

Sin Liga y sin Copa

El Madrid se presentaba esta temporada con el objetivo de mantener el listón de la pasada. Todo parecía ser color de rosa en verano tras alzarse con las dos Supercopas. Después de dos empates consecutivos en la segunda y tercera jornada de LaLiga, el Madrid comenzaba a ser cuestionado por su juego, por su falta de gol, pero llegó la Champions y contra el Apoel parece que todo se quedó en un espejismo

Los de 'Zizou' ganaban con dificultades, no terminaban de sentenciar los partidos, no convencían, la pegada de la anterior campaña se esfumó. Nadie se podía imaginar que los mismos jugadores que habían firmado un final de temporada espectacular consiguiendo Liga y Champions, hubieran cambiado totalmente su dinámica de la noche a la mañana convirtiéndose en un equipo previsible y sin fuerzas. Como un jarro de agua fría llegó la derrota en Girona y, tres días más tarde, la crisis aterrizó en Europa, tras caer contra el Tottenham.

Desafortunados fueron los ojos que tuvieron que ver como el Madrid caía eliminado de la Copa del Rey ante el Leganés en Butarque, mientras contemplaban por el rabillo del ojo como la pelea por la Liga se iba también desvaneciendo.

Todo el mundo parecía ver la mala situación que estaba atravesando el equipo, menos Zidane. Un hombre enfermo de optimismo encabezonado en salir a rueda de prensa y citar sus frases ya aprendidas como “estamos bien”, “las ocasiones llegarán”, “la liga no está perdida” y un sinfín de expresiones que no convencían. Ante la pasividad del técnico francés, que en enero no quiso fichar a pesar del momento que estaba viviendo el equipo, la concesión de minutos a jugadores que estaban por debajo de su estado de forma y, por el contrario, la falta de titularidad a jugadores que cuando salían revolucionaban el partido, los pocos cambios en el juego fueron, sin duda, su condena. El descontento se instaló en el entorno merengue para quedarse.

Adiós a la FeliZidane

No cabe duda de que la incorporación de Zidane al Real Madrid ha sido exitosa. El Madrid cosechó un total de cinco títulos: la Liga, la Champions League, las dos Supercopas y el Mundialito de Clubes. El madridismo flotaba en una nube de trofeos, pero ¿ha llegado a su fin la era Zidane? Parece ser que desde la cima un rayo atravesó el clímax en el que vivían y lo puso todo patas arriba.

Las salidas de Álvaro Morata, James Rodríguez y Pepe por falta de minutos. El no fichaje de Mbappé, la tampoco incorporación de De Gea, la paralización del fichaje de Kepa y una infinidad de nombres a los que entrenador francés se negó tajantemente.

Zidane se metió entre ceja y ceja que lo que funciona es mejor no tocarlo, pero la realidad era que no todo marchaba como él pensaba y que quería llevar a cabo un mismo plan en circunstancias y con jugadores diferentes. El plan A y el plan B ya no se disputaban los minutos, pues ‘Zizou’ prefirió otorgar más confianza al primer equipo debido a la escasa experiencia de los recién llegados a la plantilla como es el caso de Marcos Llorente, Theo Hernández, Dani Ceballos, Borja Mayoral y Achraf.

Otro de los errores que comete el técnico galo es la costumbre de realizar los cambios a partir del minuto 70 sea cual sea la situación del equipo durante el encuentro y, en ocasiones, estos no son muy acertados.

Sin embargo, es evidente que Zidane ha conseguido la unión del vestuario, que está a muerte con su entrenador. Una imagen que corrobora este hecho es el abrazo entre Marcelo y el técnico galo en el encuentro de ida de octavos de final de la Champions League contra el PSGMarcelo fue el autor del tercer y último gol para el conjunto blanco y, tras anotar, se va corriendo hacia su entrenador para acabar arrodillándose ante él y fundirse en un afectuoso abrazo

En los últimos meses, el futuro de Zidane se ha visto colgado de un hilo, donde la presión del momento se veía reflejada en su rostro serio, sin esa sonrisa que le caracteriza, destrozado. Se apagó la FeliZidane.

Segundas partes nunca fueron buenas

Tras los primeros 45 minutos donde el juego del Madrid ronda entre la mediocridad y la excelencia, la salida de los vestuarios se convierte en un verdadero calvario para el equipo de Chamartín.

Un equipo que experimenta un gran bajón físico, sin actitud, sin concentración, irreconocible. Los números en los momentos más decisivos del conjunto merengue son nefastos. Dicha vulnerabilidad se ve reflejada en partidos como contra el Betis, el Girona, el Tottenham, el Barcelona, el Villarreal, el Leganés, donde los blancos iban mostrando sus carencias conforme avanzaba la segunda mitad.

Los triunfos ante el PSG y el Betis dieron un golpe de optimismo a los futbolistas merengues que consiguieron espantar los demonios que les atormentaban tras el descanso.

Metamorfosis del Real Madrid

El conjunto blanco sufrió ante el PSG una trasformación en todas sus líneas. Como si de magia se tratara, los hombres de Zidane convirtieron la indolencia tan característica del campeonato nacional en intensidad, garra y, sobre todo, una presión asfixiante que obligó al equipo parisino a jugar replegado en defensa.

Una de las claves de la metamorfosis de los merengues fue el cambio de sistema que planteó Zidane, pasando de un 4-3-3 a un 4-4-2. De esta forma, el francés reforzó el centro del campo con la presencia de Isco y además los extremos fueron capaces de ayudar a los laterales a frenar las acometidas de Neymar y Mbappé. Así, el Real Madrid fue un equipo mucho más consistente en defensa y más atrevido en ataque.

En definitiva, un conjunto que destacó por la presión alta en la parcela ofensiva y por el trabajo y las constantes ayudas en el aspecto defensivo. Un Real Madrid que hizo pensar al aficionado que este equipo no estaba muerto, estaba de parranda.