El motor invisible

Álvaro Rubio pertenece a esa estirpe de jugadores cuya labor es clave para el correcto rendimiento del equipo, en este caso el Real Valladolid. Su trabajo queda fuera de los focos, es una tarea no siempre agradecida lo suficiente pero que merece la pena analizar.

El motor invisible
Álvaro Rubio es por méritos propios capitán del Real Valladolid (foto: JJ Ortega)
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Por Juan Navarro García

¿Existe posición más ingrata en el fútbol que la de centrocampista defensivo? El hombre cuya misión no es marcar goles, ni dar asistencias, ni pararlos, ni ser el hombre que impida que el ariete rival perfore la portería. La posición que suele ocupar el número 4 en Sudamérica, el 5 en el Viejo Continente, es la que ocupan futbolistas que tienen clara su misión: permanecer en la mayoría de los casos alejados de los focos para conseguir que otros compañeros puedan recibir esa luz.

No todos son capaces. Muchos empezaron ocupando esa demarcación pero se vieron superados por ella, acabando o bien en posiciones más adelantadas o en la línea defensiva. ¿Qué hay que hacer para jugar por delante de la defensa? En primer lugar, manejar la batuta del partido y ser capaz de mantener el equilibrio de otros diez compañeros.

No solo es ese su único cometido, ya que en labores ofensivas ha de ser capaz de hilvanar el juego de tal manera que la pelota llegue a los pies de los responsables de hacer gol. De hecho, en ocasiones es capaz incluso de sorprender a la zaga rival y ayudar a su equipo con goles puntuales. Unos estiman que esta es la función clave del ''5'', mientras que otros se escandalizan y aseguran que donde debe destacar este tipo de futbolista es en materias defensivas, que ataquen los otros. Sí, porque también ha de ayudar a los cuatro zagueros, cubrir las espaldas de los laterales con proyección ofensiva y a su vez ser capaz de cortar el juego del rival mediante un generoso despliegue físico. Pese a la multitud de cometidos en su agenda, muchas veces no se valora lo suficiente el papel de este actor en la obra que es un partido.

Álvaro Rubio es uno de estos jugadores. El riojano cuenta ya con 33 primaveras (34 el 18 de abril) en su carnet de identidad y tras su paso por el Albacete encontró en Valladolid su lugar donde desarrollar sus cualidades futbolísticas. El calendario aseguraba que era el año 2006 y el eterno 18 llegaba a Zorrilla con una difícil tarea por delante: ser el cimiento que diera cohesión a los distintos edificios blanquivioleta que ha tenido junto a él.

El centrocampista contó en sus inicios con un marcado protagonismo en los planes de los entrenadores que manejaban la nave pucelana. La grada no terminaba de comprender por qué ese chico con el 18 a la espalda tenía tantos minutos. Quizá sea porque hay ciertas facetas del fútbol que pasan desapercibidas al aficionado, que tiende a quedarse con acciones brillantes y espectaculares y no así con un buen robo de balón o la ayuda generosa para sacar el esférico jugado.

Líder

De ese equipo que ascendió en la 2007/2008 en Tenerife solo permanecen Javi Baraja y él en el vestuario de Zorrilla, por lo que a sus dotes futbolísticas se ha de unir una capacidad de liderazgo para ayudar a sus compañeros a conseguir los objetivos. El caldo de cultivo es propicio para fraguar un jugador que a día de hoy es clave para los esquemas de Djukic, como ya lo fuera para Mendilibar, que asegura que el riojano es como ''su sobrinito''. El de Zaldívar y el de Belgrado han contado siempre con Álvaro Rubio para que sus respectivos equipos abandonaran los infiernos de Segunda y llegaran al paraíso de la Primera. ¿Se equivocan los entrenadores quizá más relevantes del Real Valladolid en el s.XXI? Nadie lo sabe, pero los números hablan, ya que con Álvaro Rubio contando con peso en los equipos de los que ha formado parte se han logrado dos ascensos y dos permanencias. Cuando él no estuvo, por culpa de lesiones o decisiones técnicas, se dio el descenso de la campaña 2009/2010. Tal vez sea casualidad, pero en el fútbol hay hechos que no engañan.

Hace unos años cuando el centrocampista con el 18 a la espalda y el pelo algo largo daba un pase horizontal o hacia atrás, en busca de una mejor opción para tejer el ataque de los suyos, Zorrilla se impacientaba. ¿Por qué no arriesga? ¿Pero qué hace, por qué no ha visto la diagonal del extremo? En ocasiones estas preguntas se traducían en silbidos o en disconformidad hacia la eterna presencia de Álvaro en la medular. Sin embargo, ningún técnico hacía caso a la parroquia. Al fin y al cabo, ellos tienen el carnet de entrenador y les pagan por tomar decisiones.

La constante presencia del de Logroño en los onces titulares y su importancia de puertas para adentro, en el vestuario, han ido convenciendo al aficionado de que él es clave para que la maquinaria funcione. Lo que antes era entendido como poca capacidad ofensiva, en cuanto a sus pases hacia atrás sin arriesgar la posesión, hoy se concibe como una acción loable y positiva para el bien de sus compañeros, que verán así cómo el riojano trata de encontrar la mejor vía de hacerles llegar el esférico.

Álvaro Rubio Robres ha sido tratado con injusticia. Su labor ha tardado en ser reconocida, pero como todo buen centrocampista defensivo ha de asumir que es el sino, el gaje de su profesión. Pero no importan los flashes ni las portadas de periódicos. Lo que realmente vale es el trabajo que casi nadie ve.

Foto 2: Real Valladolid

Foto 3: Noticias de Navarra