El dominio europeo en la Ryder Cup en este siglo XXI estaba siendo innegable -seis títulos de siete posibles-, pero, por diversas circunstancias, en Hazeltine el favoritismo no era para el equipo continental. En primer lugar, porque EEUU jamás había perdido dos ediciones consecutivas en suelo americano. En segunda instancia, por la inexperiencia del conjunto europeo, formado por hasta seis rookies. Y por último, aunque no menos importante, por el deseo de revancha estadounidense tras la heroica remontada de Europa en Medinah. Por si todo ello fuera poco, el estreno en la competición no pudo ser peor: cuatro a cero en contra en la primera jornada de foursomes.
El cuatro a cero inicial acabó pesando como una losa para un equipo europeo que, sin embargo, supo reaccionar en los fourballs del viernes (con una victoria parcial por tres a uno) y en los foursomes del sábado (triunfo por 2,5-1,5) hasta dejar el marcador en un esperanzador 6,5-5,5. Incluso se consiguió equilibrar la balanza con el triunfo de McIlroy y Pieters sobre Koepka y Dustin Johnson en el primer partido de los fourballs del sábado. Pero fue sólo un espejismo, pues los americanos acabaron imponiéndose en los otros tres duelos para dejar el marcador en 9,5 a 6,5 a falta de la jornada de individuales. Europa necesitaba un milagro casi a la altura del de Medinah para conseguir el triunfo.
Darren Clarke se inspiró en el espíritu de 2012 y utilizó la misma estrategia que tan bien le funcionó a José María Olazábal en Medinah. El capitán europeo dispuso a sus mejores jugadores en los primeros partidos en busca de conseguir los máximos puntos posibles para tratar de poner nerviosos a los americanos. Pero esta vez no funcionó. Stenson, Pieters y Rafa Cabrera-Bello sumaron tres puntos para los continentales, pero McIlroy y Rose sucumbieron ante Reed y Fowler, respectivamente.
Mención aparte merece el medio punto logrado por Sergio García en un partido memorable frente a Phil Mickelson, quizá uno de los mejores de la historia de la Ryder: 19 birdies entre ambos jugadores para sendas vueltas de 63 golpes (-9). Sea como fuere, Europa había gastado sus mejores armas para recortar la desventaja en únicamente un punto. Y la segunda unidad tampoco estuvo a la altura, ya que sólo Kaymer sumó algo positivo. De este modo, EEUU acabó imponiéndose con comodidad por 17 a 11, el resultado más abultado logrado por los americanos desde 1981. Y curiosamente fue uno de los dos únicos rookies estadounidenses, Ryan Moore, quien selló el triunfo