Una seña de identidad. Con su propia música, cultura y forma de vida. Sintetiza un espíritu que concentra la nostalgia, la pasión, la alegría desbordante y el amor. Un concepto para describir el carácter popular. Una filigrana que se hacen con las piernas para desconcertar a un enemigo ocasional. Unproducto del romanticismo, exaltador de una realidad lejana que se añora. En síntesis: el fútbol encandila las pupilas, exalta la magia de los grandes acontecimientos y de su vivencia apasionada, hasta impregnar la vida diaria y conformar un estilo de vida. Así sienten el fútbol los argentinos, su gran pasión.

Desde que el escocés Alexander Watson Hutton, en 1882, comenzara a desarrollar la práctica del fútbol en el país sudamericano, hasta la actualidad, la concepción y la importancia de este deporte en la sociedad argentina ha crecido a un ritmo vertiginoso, convirtiéndose en un fenómeno de masas, capaz de movilizar a un pueblo entero con independencia de la realidad política, económica o social.

Por encima de su propia vida

El mejor ejemplo se dio en 1978, cuando Argentina organizó la Copa del Mundo de fútbol. El país se encontraba inmerso en una dictadura militar, donde cada día aumentaba el número de personas desaparecidas, torturadas o asesinadas. Debido a la situación política del país, algunos jugadores se negaron a participar en el campeonato, pues no querían formar parte de un torneo organizado en un país que violaba los derechos humanos. El Monumental de Buenos Aires, estadio de River Plate, acogía la ceremonia de inauguración y la final. A escasos metros de allí, se encontraba la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), el mayor centro de internamiento y tortura durante la dictadura militar.

Entre los barrotes de la ESMA, los prisioneros oían los cánticos y las celebraciones de un pueblo entregada a su selección, para llevarla en volandas hasta la ansiada Copa. Con alguna polémica de por medio – la victoria por 6-0 ante Perú levantó muchas sospechas – Argentina llegaba hasta la final del Mundial y se enfrentaba a Holanda, su verdugo 4 años antes. En un estadio abarrotado, la selección sudamericana se alzaba con el título, y se desataba la pasión en las calles. Manifestaciones de alegría inmensas en cada avenida, millones de banderas argentinas en cada esquina… El fútbol estaba por encima de todo y de todos.

Los argentinos esperaban su primera victoria en el fútbol mundial. Una competición deportiva que ocultó la represión política, la tortura y la muerte. Una sociedad que “adoraba” el fútbol por encima de cualquier otra cosa, ignorando en cierta medida lo que ocurría fuera de cada estadio de fútbol. Un país partido por la mitad, una nación cortada en dos por una dicotomía tragicómica en la que fútbol y muerte dirimían la más absurda contienda de la historia. Jugar al fútbol sin que la sombra de la muerte se filtre en los estadios por alguna rendija. Es la pasión y el amor de los argentinos por el fútbol.

Otro ejemplo más reciente se produjo en 2001, cuando el pueblo argentino se vio afectado por el “corralito”, restricción de la libre disposición de dinero en efectivo de plazos fijos, cuentas corrientes y cajas de ahorros. Diariamente salían a la luz noticias sobre saqueos a comercios, represiones y muertes. Los manifestantes se agolpaban en las calles, portando banderas del país y luciendo la camiseta ‘albiceleste’. El “corralito” duró un año, desde diciembre de 2001 a diciembre de 2002, pero los argentinos olvidaron su delicada situación económica y la realidad política del país para, durante un mes, sentarse frente al televisor y ver el Mundial 2002 de Corea y Japón, donde el combinado sudamericano era uno de los favoritos, y así aliviar los duros momentos con un nuevo triunfo futbolístico. Es otra muestra más de lo que sienten los argentinos por el balompié.

Una historia siempre presente

Un sentimiento hacia el fútbol que ya venía de lejos. Y es que, en la primera década del siglo XX, comenzó en el país sudamericano un proceso de popularización de este deporte, mediante la creación explosiva de cientos de clubes de fútbol, que provocó el conocimiento y la integración al deporte, de forma masiva, de los sectores populares, muchos de ellos trabajadores y descendientes de inmigrantes.

No fue hasta 1931 cuando se hizo profesional la liga argentina. Los dos “grandes” equipos del país, Boca Juniors y River Plate, concentraban a mediados del siglo XX al 70% de la afición simpatizante al fútbol. Las canchas solían llenarse y las tribunas animaban, lo que daba ya muestras del enorme impacto del fútbol en la sociedad argentina. Ya desde ese momento, los argentinos acudían a los estadios a olvidar sus problemas, a apoyar a su equipo durante 90 minutos, a vivir una realidad paralela, en muchas ocasiones totalmente distinta a la que tenían fuera del campo. En ese primer año el promedio de espectadores por partido fue de 6.522, pero su crecimiento se ha producido de forma acelerada, hasta convertirse en lo que es hoy en día.

El peso del fútbol en Argentina es desmesurado, no sólo por la manera de influir en las relaciones sociales, sino por su importancia en la construcción de narrativas nacionales, de mitos de integración racial, de relatos de héroes que desbordan los campos de juego para transformarse en íconos de argentinidad.

Y es que la nación americana ha visto nacer a varios de los mejores jugadores de la historia, como es el caso de Alfredo Di Stefano, Diego Armando Maradona o, más recientemente, Lionel Messi. Futbolistas que, a lo largo de estos años, han hecho vibrar a un país entero. Con su calidad, con su talento, pero también con su entrega y su coraje, señas de identidad del fútbol y del pueblo argentino. Una nación que ha visto como su selección, el nexo de cohesión entre todas las hinchadas, se ha proclamado en 2 ocasiones Campeón del Mundo (1978 y 1986). Esos jugadores y esos triunfos se convierten en espejos donde los argentinos se ven a sí mismos.

El único borrón

Sin embargo, esa pasión hoy se expresa de otra manera y no es tan masiva. Quizás por el trasfondo de negocio, frivolidad, violencia y corrupción que rodea al fútbol. Décadas atrás era la cita obligada de cada domingo y no se hablaba de otra cosa. Pero, a día de hoy, la violencia se ha convertido en una de las lacras del fútbol argentino en los últimos tiempos, y ha empañado la percepción sobre la afición modélica que se tenía años atrás. Buena parte de la culpa de esta situación en Argentina la tienen las 'barras bravas', grupos de aficionados organizados dentro de la hinchada de un club de fútbol, caracterizados habitualmente por ser protagonistas de incidentes violentos, dentro y fuera del estadio de fútbol.

Según uno de los organismos de seguridad que controlan el fútbol argentino, “es un fenómeno moderno difícil de extirpar”. Luis Sustas, sociólogo del Instituto Gino Germani, afirma que “los ‘barrabravas’ manejan numerosos negocios, en muchas ocasiones avalados por la policía, y en complicidad con dirigentes, como fichajes de jugadores o el marketing. Una de sus principales fuentes de ingreso es la venta de entradas. Ellos actúan de acuerdo a cómo se los construye y a cómo se relacionan con el resto de la sociedad en tanto pertenecen a ese grupo”.

Las cifras están ahí, y son irrefutables. En 2013, nueve personas perdieron la vida a causa de la violencia en el fútbol. En 2012 habían muerto 12 personas como consecuencia de la violencia en las canchas y la cifra se eleva a 182 en los últimos 40 años, según la organización no gubernamental Salvemos al Fútbol (SAF). Desde que se contabilizó la primera muerte relacionada con el fútbol, en 1924, hasta la actualidad, han fallecido más de 250 personas, y muchísimas más han resultado heridas. Tan grave fue la ola de disturbios y crímenes que la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) impuso una veda de asistencia del público visitante en las canchas para evitar enfrentamientos.

Pero, a pesar de la realidad actual del fútbol argentino, es cierto que esa oleada de violencia sólo es atribuible a una pequeña parte de la afición de cada uno de los equipos y del pueblo argentino, y que el resto anima desde el primer hasta el último minuto de manera pacífica. Algunos sociólogos dicen que el fútbol ha permitido que el hombre sostenga aquello que por ley natural le está dado, su arraigo al pedazo de tierra sobre el cual nació, donde vive y donde eligió morir también. Esto tiene bastante que ver con el hecho de justificar el porqué en determinados momentos el fútbol moviliza y apasiona. Y el apasionar, que es un hecho simplemente objetivo, que no es ni bueno ni malo, empieza a agregarle condimentos al deporte fútbol.

Pero esta pasión es aún mayor cuando acontece un partido de la selección argentina. Todos los aficionados del país se enfundan las camisetas del combinado nacional, se pintan las caras, ondean bufandas y banderas… La publicidad inunda las calles, las cadenas de televisión emiten una y otra vez anuncios sobre los grandes campeonatos, o sobre la historia de la selección. Los periódicos realizan especiales sobre la competición o sobre el seguimiento de sus jugadores. Todo el país se une para ver a la ‘albiceleste’.

En la actualidad, 9 de cada 10 argentinos declaran ser simpatizantes de algún equipo de fútbol, además de ser el más practicado por la población masculina. El fútbol en Argentina es una vieja pasión nacional, una obsesión, el lugar del orgullo y el desencanto, de la alegría y la tristeza, y un importante escenario para la obtención de la victoria y del reconocimiento global. Es el mejor ejemplo para saber cómo es el pueblo argentino, su sociedad, y cómo la pasión mueve sus vidas, especialmente cuando se trata del fútbol.