No lejos del recuerdo de Higbury, del mítico barrio de Islington, en Avenell Road, no lejos de la muerte del viejo Arsenal Stadium, no lejos de la estación de Gillespie Road (rebautizada como Arsenal), no lejos de aquellos primeros cañones cruzados que sonaron en el viejo Higbury en septiembre de 1913, se encuentra sentimentalmente el Emirates Stadium, puesto que la religión gunner quiso elevar su nueva catedral, rodeando, erigiendo en torno a su moderna estructura grandes altares sobre su historia con icónicas imágenes de bronce de sus santos. El paseo por el Emirates constituye sin duda un viaje por el recuerdo, por los retablos históricos que componen sus leyendas. Cinco perfiles de bronce para un club que remite incesantemente a la tradición, a esa lluvia de la memoria que en Inglaterra percute con un ritmo de fútbol absolutamente especial, una nobleza y una autenticidad que se dibuja por las impecables alfombras verdes que se tienden a este deporte en Las Islas. Y como la tradición y la historia son tan profundamente respetadas en el fútbol británico, no existe escenario o club que no rinda tributo a sus mitos como mayor ejemplo de enseñanza a las futuras generaciones.

La leyenda de Mr.Chapman

En las inmediaciones del estadio ‘gunner’ cinco esculturas de bronce transportan al aficionado a un pasado brillante, la primera de ellas corresponde a Herbert Chapman, sin duda uno de los personajes de mayor influencia en la historia del fútbol británico y por supuesto del Arsenal. Un pionero en toda regla, que actuó por primera vez sobre aspectos futbolísticos y teorías innovadoras aún no exploradas. En aquella escultura de bronce queda representada la figura arquetípica del viejo sabio del fútbol, el anciano padre que utiliza su conocimiento personal para ofrecer orientación y ejercer de oráculo de posteriores generaciones. Su incansable método de estudio y trabajo le llevó a patentar la que constituyó sin ningún género de duda, la “Biblia” de los sistemas tácticos de la época: la W-M. En el Arsenal dejó un legado incomparable, que logró convertir a los Gunners en el primer club sureño en ganar la Liga en el año 1931. Dirigió al club entre 1925 y 1934, bajo sus designios el Arsenal dominó los años 30, su equipo ganó la liga cuatro veces en cinco años. Su trabajo traspasó las barreras de lo estrictamente deportivo, desarrollando dietas avanzadas a su época en la alimentación del futbolista. La estación del metro local Gillespie Road pasó a llamarse Arsenal y, es que para el técnico inglés hasta los más mínimos detalles tenían una gran trascendencia. Mr. Chapman dotó al Arsenal de una identidad propia, eliminó el artículo “The” del nombre del equipo para que encabezara la tabla alfabética. Introdujo la franja blanca en la camiseta roja para diferenciar al Arsenal del resto de equipos. Propuso la iluminación artificial y los partidos nocturnos, su figura fue esencial en el crecimiento de cantera del club londinense. Por tanto su figura resulta crucial en el prestigio, la tradición, y la relevancia histórica del Arsenal. Su fallecimiento en 1934, con tan solo 55 años, acabó por convertirle en mito por lo que su estatua ubicada cerca del puente de Danny Fiszman, constituye el recuerdo físico de la leyenda. Una leyenda que mira hacia el moderno estadio que hoy acoge el club que Chapman desarrolló en su grandiosa inventiva e imaginación.

Ken Friar, toda una vida por el Arsenal

La segunda de las estatuas nos conduce a otra figura referencial en la historia del Arsenal y corresponde a Kenneth Friar, directivo leyenda del Arsenal que marcó una época en la historia del club. El 14 de abril de 2011, El Puente del Norte, que une el Emirates Stadium con Drayton Park, cerca de la estación de metro Arsenal, pasó a llamarse ‘The Ken Friar Bridge’ en homenaje al histórico directivo. No en vano Mr.Friar comenzó a trabajar para el Arsenal a la temprana edad de doces años, desempeñando desde entonces toda serie de cargos en el club. La fidelidad, lealtad y amor de Ken Friar por el Arsenal se mantuvo intacta durante 60 años, en los que trabajó incansablemente por el club de su vida. Por la citada razón se erigió una escultura ubicada frente al Museo del club en conmemoración a la figura de un hombre, que entregó toda una vida por el Arsenal. En la citada escultura se le representa siendo un niño y esté inspirada en el año 1945, cuando el pequeño Friar acudía a diario a jugar con una pelota cerca de un coche propiedad del entonces entrenador del Arsenal, George Allison. Era tan habitual verle jugar a diario, que Allison entabló amistad con aquel chaval de doce años al que contrató como mensajero de un club que no dejó hasta seis décadas después, siendo pilar fundamental en los éxitos y el buen funcionamiento del club londinense durante ese brillante periodo de tiempo.

Dennis Bergkamp, Iceman

Foto: mirror.co.uk

En Highbury los gunners tenían reservado el tiempo y espacio natural que requería la personalidad y la talentosa concepción de juego de Dennis Bergkamp. Su estilo frío, carácter ausente y mirada tranquila, contrastaba con su fútbol mágico, su carrera flotante y su toque sutil y certero. En Londres explotó su talento de nueve y su alma de diez para compartir desde la segunda punta o el enganche la delantera con un histórico como Ian Wright y luego con su heredero, Thierry Henry. Pura dinamita, pura seda, que convirtió las gradas de Highbury en la primera fila para el disfrute y la emoción. Años inolvidables en los que Bergkamp nunca se cansó de dar clases de fútbol y elegancia, años en los que la grada se rindió a los pies de Iceman, dando tres títulos de Liga y cuatro FA Cup a los ‘gunners’. Un estilo único que dejó huella, al que quizás la aerofobia impidió mostrarse por toda la geografía europea, pero que como bien decía su compañero Lee Dixon perdurará en la memoria. Y perdurará porque Bergkamp jugaba al fútbol sentado desde la grada, viéndolo absolutamente todo y sin la necesidad de mancharse de barro para marcar las diferencias con una sola acción. Por todo este cúmulo de momentos y razones, vivencias de once años como jugador del Arsenal, Bergkamp fue inmortalizado en bronce para rescatar el misticismo de Highbury. Y su estatua le homenajea representando su efigie legendaria en un partido de Premier League entre el Arsenal y el Newcastle United, jugado el 9 de febrero de 2003.

El ‘jardín’ de Thierry Henry

En el mítico reloj de Highbury, hoy día ubicado en el Emirates como recuerdo imborrable del Edén, se produce un fenómeno inexplicable al nombrar al delantero francés Thierry Henry. Las manecillas del reloj y el corazón del aficionado del Arsenal se detienen sincrónicamente al recordar su figura, su flotante carrera por el que en un tiempo inolvidable fue su jardín. La figura del espigado futbolista galo que vino al mundo vestido de frac, flotando sobre la elegancia de sus veloces pies, viaja en el minutero del reloj del Emirates, único vestigio histórico que se conserva intacto de Highbury, jardín del Edén en el que un Adán futbolístico escribió su grandiosa leyenda. Y en aquella hierba verde y celestial que cubre de leyenda los incomparables escenarios de la Premiere, existió hace ya algún tiempo un Paraíso o jardín del Edén situado en el norte de Londres. Una alfombra verde sobre la que voló la elegancia de un ave, que rozó con sus alas el cielo y llevó a los aficionados gunners a sentirse más cerca de Dios. Una fiera que se alimentó de goles, defensas y porteros que parecieron arrastrase por la tierra ante la majestuosa e ingrávida carrera de ‘Air’ France. Al aficionado se le humedecen los ojos al contemplar el bronce arrodillado de ‘Titi’ celebrando uno de sus impresionantes goles con la casaca del Arsenal. La estatua ubicada en la esquina sur-este de Emirates Stadium, justo al lado del mural conmemorativo de Highbury, representa su famosa celebración en un derbi ante el Tottenham Hotspur en Highbury, en noviembre de 2002. Y allá en Inglaterra, donde los goles parecen más goles porque una alfombra verde enmarca la belleza, donde el incomparable ambiente pone la banda sonora al fútbol, la leyenda y la emoción, los 226 de Henry durante sus ocho años en el club, entre 1999 y 2007, son absolutamente inolvidables.

El gran capitán gunner

El quinto perfil de bronce corresponde a otro de esos miembros numerarios de la historia del club, en concreto a la figura del gran capitán gunner, que con los brazos abiertos representa la icónica pose adoptada por Tony Adams al festejar la consecución de un vital gol en la victoria por 4-0 ante el Everton, el 3 de mayo de 1998. Un tanto que permitió al Arsenal conquistar la Premier League de esa temporada. Los brazos abiertos del personaje que abrazan la leyenda inmortalizada en bronce junto al Emirates Stadium, ejemplarizan la figura más que de un líder de un referente en la historia gunner. En su figura identificamos a aquel futbolista que pasó por problemas personales, que nos contó una desgarradora historia de adicción y superación, pero que ejemplarizó con su conducta en el terreno de juego, determinados valores e influyó positivamente la conducta de los demás. Su voz moral y sus galones le convirtieron en modelo hasta el punto de ejercer sobre sus compañeros una capacidad de atracción e imitación. Y es que la altura, nobleza y el brillo del gran Tony Adams generó la tensión moral del Arsenal durante muchas temporadas, en las que sin ejercer como líder, sino como referente, fue faro en la oscuridad y cumbre destacada de la cordillera del histórico Arsenal. George Graham lo llamó “my colossus”, Arsène Wenger lo describió como un “maestro de la defensa”. Ambos tenían razón. Tácticamente, Adams fue un defensor supremo, sus tackles, su lectura del juego y su capacidad aérea, le convirtieron en un muro infranqueable. A su insaciable batalla, su resistencia física y mental, sumó su imponente y referencial figura, razones por las cuales llegó a ser un héroe para los fieles Highbury. Aquellos que hoy llegan al Emirates de las manos de sus hijos, señalan con orgullo la estatua de Adams para aleccionar a sus vástagos con la siguiente reflexión: “Este gigante inglés que alza sus brazos al cielo representa nuestro orgullo, el corazón gunner que te late en el pecho, y el brazalete del que será por y para siempre nuestro gran capitán…”