Siempre se ha visto la rama de olivo como muestra del calor que recibió Jesucristo cuando, a lomos de su pollino, se dejó caer por las tierras de Jerusalén. "Bendito sea el Rey de Israel", bramó aquel puñado de acólitos, todavía alejado de la agonia de la Pasión, mientras alfombraba con ramas de olivo y palma la apoteósica entrada del Hijo de Dios. No es el olivo una especie que trabajen los gallegos, más dados al secaño y la tierra ácida; pero como la celebración de la Semana Santa no es algo negociable –mucho menos en tierra de apóstoles–, la liturgia en Galicia se amolda hasta el punto de convertirse en laurel.

Poco le faltó a más de un coruñés para hacer de la rama corona, y así encumbrar la pericia de un hombre; el que deshizo el meigallo, el de casa, el de siempre. Debía de estar escrito en algún pedrusco que sería Lucas el medium que devolviese la calma a las costas bergantiñas, porque asi sucedió: sin floritura ni artificio, el coruñés se alió con el palo y el costado de Mariño para burlar, después de tres meses de dolencia, el capricho que la mística decidió cobrarle algún día a este Deportivo.

Y no pudo escoger mejor escenario para poner a prueba la pasión de los seguidores devotos, porque el estadio de Riazor, templo de lo arcano, ha sido testigo del crudo escarnio, filigranas y misterios innúmeros que han conseguido echar por tierra el portentoso arranque del equipo herculino. Puede que fuese un mal dado por la superstición, siempre mala consejera, pero lo cierto es que Villarreal y Valencia sacaron un buen pellizco durante el descuento, amén del aparotoso cabezazo de Arribas ante el Málaga, y el Betis de Merino salió vivo de A Coruña después de un asedio sin botín que terminó por rozar el paroxismo.

Es costumbre en el mundo de la mística que seres terrenales sean portadores de grandeza para la consecución del portento

Fue precisamente esa mala fortuna la que condenó el inesperado progreso de los coruñeses que, junto con otros malos resultados, hizo que parte de la grada creyese que la falta de victorias venía dada por algún tipo de procastinación; y aunque el sábado el Deportivo no firmase uno de sus mejores encuentros como local, demostró ante el Levante que la suerte también manda en el fútbol.

Es costumbre en el mundo de la mística que seres terrenales –o incluso inanimados– sean portadores de grandeza para la consecución del portento. El de este sábado –difícil de saber si obra de Lucas, del palo o de la espalda de Mariño– prescindió de la estética para hacerse fuerte en su pragmatismo, porque lo que necesitaba el Deportivo no eran sensaciones, sino resultados provechosos que trascendiesen la praxis futbolística. Sea como fuere, Lucas participó en el prodigio, como no podría ser de otra forma, haciendo del área una ratonera, ecosistema de su agrado en el que encontró un pedazo que llevarse a la boca.

Balaídos y la catársis de la Pascua

Habrá que esperar dos semanas para ver si la victoria ante el Levante supone un punto de inflexión en la pericia del Deportivo en esta segunda vuelta. Nada más ni nada menos que en el derbi gallego, hervidero de meigallos que, en vísperas de Pascua, dictaminará el futuro de ambos equipos. Al igual que en la primera vuelta, se observan diferencias notables en la tendencia de uno y otro conjunto, con el Celta anclado en puesto europeos y los coruñeses sumidos en un agudo complejo de inferioridad. Pero los derbis no atienden a ese tipo de trastornos, por lo que el Deportivo deberá dejar a remojo el ramo de laureles, no vaya a ser que se quede sin liturgia.