Dicen que cuando los partidos se atascan, la calidad individual es la que acaba decantando la balanza. Con Canales en el banquillo y Fekir condicionado con una tempranera tarjeta y un tempranero mano a mano fallido, el Betis parecía estar condenado. Quién iba a presagiar que sí, que la calidad individual del jugador más joven sobre el verde sería la que decidiese la primera parte.

Rodri fue quien derrochó quilates de calidad para poner el cero a uno en el luminoso. Los partidos duran noventa minutos y cuarenta y cinco cada parte. El Betis demostró saberlo y el extremeño aprovechó un despiste del Granada para entrar al área como Pedro por su casa. Rodri solo entiende de golazos y convirtió en oro un balón que rescató antes de perderse por la banda. El centrocampista acabó la jugada introduciendo el balón por el palo largo de la portería de Maximiano.

No pudo hacer nada en esta ocasión el guardameta granadino ante la rebeldía del canterano. Y no porque anduviese despistado. Llevaba bien resueltas un sinfín de ocasiones clamorosas de los béticos. Un mano a mano ante Fekir, dos remates de Borja Iglesias al borde del área pequeña y un cara a cara con Tello. Pero no vio venir el zurdazo de Rodri y concedió ventaja en el marcador al Betis justo antes del descanso. Los jugadores se marcharon a vestuarios con una media sonrisa en el rostro. El uno a cero parecía poco premio para tanto asedio, pero la victoria empezaba a contemplarse como una opción real entre los verdiblancos.

Otra premisa futbolística es que quien perdona la acaba pagando. Y fue esta la que marcó la segunda mitad. No necesitó mucho más que un acercamiento de peligro el Granada para que su tanto subiese al marcador. Luis Suárez se sacó un disparo desde fuera del área mientras Rodri y Bellerín trataban de taparle el hueco. El balón fue teledirigido hacia la portería bética. De nada sirvió la estirada abajo de Rui Silva, porque el cuero era inalcanzable por su colocación y su potencia.

El gol contrario noqueó al Betis y por momentos la victoria del Granada parecía estar más cerca que la verdiblanca. Bacca volvió a probar a Rui Silva desde una posición muy similar a la que había aprovechado minutos antes su compañero. Pero esta vez el meta bético sí logró bloquear el remate.

Los cambios, lejos de hacer reaccionar al cuadro de Pellegrini, evidenciaron aún más las carencias ofensivas del equipo. Willian José apenas intervino en el partido, pese a que contó con cuarenta y cinco minutos para hacerlo. Camarasa volvió a acusar la falta de rodaje. Joaquín olvidó el capote en casa y su presencia volvió a resultar poco o nada determinante. 

Sí que parecía algo más entonado Canales. El cántabro tenía algo que decirle a los que habían pedido su suplencia. A los que habían cuestionado sus prestaciones. Incluso a su entrenador, que lo había dejado en el banquillo al comienzo del encuentro. Y a los que habían dudado de que este Betis tuviese la capacidad para afrontar tres competiciones.

A una milésima de imprimir su firma en el empate a uno estaba el conjunto verdiblanco cuando se reconcilió consigo mismo. El partido agonizaba. En el ambiente solo se respiraba frustración e incomprensión. Un equipo enfadado consigo mismo, con cada ocasión desperdiciada y con un reparto de puntos que sabía a poco tras las numerosas ocasiones falladas.

La calidad individual volvía a tener algo que decir en este Granada-Betis. Era el momento del perdón, de besar el escudo que se había manchado una y otra vez sobre el impracticable césped del Nuevo Los Cármenes. Y no podía ser otro que el capitán, Sergio Canales, quien acabase firmando la paz. El cántabro pareció emular a su compañero y rescató un balón en la banda que condujo hasta el área rival. Y puso el balón de nuevo en la escuadra de la portería de Maximiano.

La celebración tuvo ese aroma a reconciliación. Un beso al escudo en el noventa y un equipo abrazado en el córner. Entre muestras de afecto, tres puntos de oro para los verdiblancos y una victoria que relanza los ánimos de cara al próximo encuentro del EuroBetis.

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