Después de la tempestad, como siempre, la calma. La XXXI edición de los Juegos Olímpicos es ya historia, mientras Tokio aguarda paciente su turno.  Lo único que queda por hacer ahora es analizar cómo ha sido esa tormenta. En nuestro caso, a la actuación de la selección española de natación, a excepción del vendaval de Mireia Belmonte, habría que catalogarla de pírrico chisporroteo. 

A pesar del más que pobre bagaje español, un hecho no puede desmerecerse. La genial nadadora de Badalona volvió a dar la cara. Dos metales, el de bronce y el ansiado oro, y un cuarto puesto con récord de España, con la consideración, ya unánime, de ser la mejor de la historia de nuestro país en este deporte. La proeza ha sido y será absoluta. 

El problema es que en la gloria olímpica de Mireia se encuentra la condena del equipo español. A un país, en cualquier deporte -más si cabe en algunos como la natación y el atletismo-, hay que medirlo por la calidad y la cantidad de su clase media, no por fortuitos coletazos de determinadas estrellas. La actuación española ha sido ciertamente funesta, por mucho que Mireia Belmonte acaparase toda la atención y, con los focos dirigiéndose a su persona, se haya disipado un poco el amargo sabor que nos ha dejado el resto del equipo.

En una cita de máxima exigencia competitiva como son unos Juegos, es indispensable que el deportista logre cada vez que se tira a la piscina su mejor marca personal de siempre. Algunos excepcionales no lo necesitan, caso de Phelps, Hosszú o la propia Mireia, pero para el resto de los mortales se antoja obligatorio. Salvo Joan Lluís Pons y contados relevos, el resto no cumplió con el mínimo exigido. Esperábamos más de Eduardo Solaeche o Carlos Peralta, que no pudieron con su récord de España -el cuál les hubiera asegurado un puesto en la final-. También de Markel Alberdi, de quién esperábamos se hubiera convertido en el primer español sub-49 de la historia en el 100 libres. Ahora no queda otra; es tiempo de reflexionar y corregir errores y, sobre todo, de una siempre necesaria autocrítica. Ojalá que Tokio se conviera en el escenario de la esperada y definitiva explosión del equipo masculino.

Las féminas decepcionan en 'sus' Juegos

Las expectativas eran altas. El ciclo olímpico que se habían marcado había sido realmente espectacular. Y quizás por eso la decepción ha sido aún mayor. Ni Melanie Costa, subcampeona mundial en Barcelona por detrás de la mismísima Ledecky, ni Judith Ignacio, plata en el Europeo de Berlín, ni Jessica Vall, doble bronce europeo y mundial, lograron ni de lejos acercarse a sus mejores registros. Ni siquiera Duane Da Rocha, que nadaba en su país natal, pudo acercarse a sus récords de España. De haber nadado en sus mejores marcas, la final la hubieran tenido más que asegurada y quien sabe si la medalla hubiera podido convertirse en una posibilidad real.

Las jóvenes Maria Vilas y África Zamorano tal vez pecaran de inexperiencia en una competición que ha supuesto su estreno en la máxima competición a nivel absoluto que existe. No obstante, el futuro es suyo. En Tokio se verá si consiguen aprender de los errores de los mayores y situar a la natación española femenina en el lugar que se había ganado durante estos últimos años por méritos solamente propios. Por cierto, habrá que tener un ojo puesto a la cantera; las Nadia González, Marta Cano y Carmen Balbuena vienen pisando fuerte.