Al principio, crearon los propietarios de los mayores recintos deportivos americanos la BAA. Y la liga estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el espíritu del juego se removía sobre la superficie de las canchas. Y dijo C. King Boring: “Sea un genio”, y fue Mikan. Y vio Podoloff que el futuro era brillante, y dijo luego: júntense en un lugar la BAA con la NBL. Y así fue. 

Desde la creación de la mejor liga de baloncesto del mundo se han producido divisiones, tales como las que el sagrado libro judeocristiano atribuye a su único dios: vencedores y vencidos, leyendas y olvidos, dinastías y exilios. En el primer par de los anteriores se encuentran algunas de las mejores franquicias y los mejores jugadores que han tomado parte en la cada vez más madura NBA, pero el primero de ellos fue el genio de King Boring: George Mikan. El pívot, que desarrolló la mayor parte de su carrera en los Minneapolis Lakers, fue la primera gran estrella de la liga. Fue capaz de ganar tanto la BAA -en la última temporada de existencia de esta- como cuatro anillos de la NBA, cambió las reglas del juego -la posesión de 24 segundos y las dimensiones de la zona-, tiranizó los años cincuenta y, sin embargo, no fue capaz de realizar la gran hazaña: dominar la liga durante cuatro temporadas consecutivas alcanzando en todas ellas las Finales. A pesar de ello, con sus cinco anillos en seis temporadas, se ve apeado de esta gloriosa relación de inmortales. 

Por lo tanto, hay que hablar del hombre que, en la siguiente década, tomó el testigo del gigante de Illinois y dominó con puño de hierro la liga. Con un anillo ya en el bolsillo -1957- y tras caer ante los St. Louis Hawks en las Finales de la siguiente temporada, los Boston Celtics de Bill Russell se metieron en ocho finales consecutivas más. Faltaron por primera vez a su cita en 1967, la primera temporada de Russell como entrenador-jugador, después de caer derrotados en las Finales de División ante los Philadelphia 76ers de Wilt Chamberlain, Billy Cunningham y Hal Greer

Los Celtics dominaron la NBA durante más de una década. | Fotografía: Getty Images
Los Celtics dominaron la NBA durante más de una década. | Fotografía: Getty Images
 

Pero Russell no se daría por vencido, y todavía tendría tiempo de ganar dos títulos más antes de dejar el banquillo del Garden, sin espacio ya en las manos para soportar tanta gloria. Las primeras diez temporadas de Russell en los Celtics acabaron en las Finales de la NBA, liderando este aspecto histórico. Sin embargo, hasta la llegada de KC Jones, los Celtics no se transformaron en la dinastía que quedaría para la posteridad marcada con letras esmeralda en los libros de historia. Aquel año de 1959 daría comienzo la mejor racha victoriosa que haya visto el aficionado más longevo con un guiño cruel al que es, hasta hoy, el gran rival de los Celtics: los entonces Minneapolis Lakers, a los que derrotarían en cinco de aquellas ocho finales consecutivas. Junto a Russell, Tom Heinshohn y Sam Jones lograrían participar en nueve de aquellas diez finales seguidas, KC Jones -como ya se ha señalado- en ocho, al igual que Frank Ramsey

Este primer ejemplo de estrella que brilla con suma constancia en el firmamento concuerda con el tipo de juego que años más tarde llevaría a otros cuatro equipos a disputar las Finales durante cuatro temporadas consecutivas, espoleados por sus líderes, que compartieron -y comparten- la misma visión del baloncesto que Russell. Como el propio pívot le confesó al periodista Bill Simmons, la principal diferencia entre su juego y el de Chamberlain era que Russell alimentaba a sus compañeros mientras que los compañeros de Chamberlain eran los que lo alimentaban a él. 

Tras la retirada de Russell, la liga se adentró en su particular éxodo al Sinaí y, con ella, las estrellas se contaban por puñados de pan desperdigados en el desierto. Los cuarenta años se redujeron y en 1979 alcanzaron la cima Earvin Magic Johnson y Larry Joe Bird. Tras la pelea casi sin oposición de la Final de la NCAA del año anterior, Magic llegaba a la liga para darle un nuevo título a Los Angeles Lakers, y de paso un toque de atención a su reflejo. Tal vez por ello, su igual no tardó en darle caza, en las primeras finales de los ochenta que medían a los de Massachussets y a los Houston Rockets

Desde la llegada de Magic, Los Angeles Lakers, que contaban con el ya campeón Kareem Abdul-Jabbar, alcanzaron las Finales en ocho ocasiones durante aquella década del Renacimiento, cuatro de ellas consecutivas (1982-1985), y se anotaron cinco títulos. Sin embargo, aquella década de reinado púrpura y dorado no fue una tiranía, y por lo tanto no entraría en la categoría de dinastía, ya que desde la otra conferencia el ogro verde disfrazado de leprechaun, al que no lograron vencer hasta mediados de los ochenta, llegó a las series por el anillo cinco veces, también como su razón de ser, cuatro seguidas (1984-1987). Larry Bird, Kevin McHale y Robert Parish por parte de los Celtics y Kareem Abdul-Jabbar, Magic Johnson y James Worthy fueron las piezas fundamentales de las franquicias más grandes de la historia del deporte. Al igual que el hombre que da nombre al premio a mejor jugador de las Finales, el juego de Magic Johnson y Larry Bird consistía principalmente en hacer mejores a sus compañeros. Tanto era así, que eran capaces de dominar partidos de principio a fin con ocho tiros a canasta. Mientras que fuera de la pista se les presentaba como antagónicos, cuando se enfundaban las camisetas de tirantes y los pantalones diminutos se convertían en un solo ser, capaz de ver lo que nadie más veía y capaz de hacer lo que nadie más hacía. 

La rivalidad entre Celtics y Lakers salvó la NBA. | Fotografía: Getty Images
La rivalidad entre Celtics y Lakers salvó la NBALos Celtics dominaron la NBA durante más de una década. | Fotografía: Getty Images
 

La temporada siguiente al anillo contra los Rockets, los Celtics cayeron en el séptimo partido en el Garden ante los Sixers, mientras los Lakers se metían en la primera de sus cuatro finales consecutivas, pero aquella no fue la última derrota sangrante de aquellos Celtics. En los Playoffs de la siguiente temporada los Celtics vivirían el cambio más importante de la década. Tras ser barridos por los Milwaukee Bucks, el entrenador Bill Fitch dejó el cargo y la franquicia fue vendida, llegando a la gerencia el nuevo propietario, Don Gaston. El reemplazo en la banda sería, como Heinsohn en los setenta, un viejo conocido de la afición del Garden: KC Jones, una de las personalidades más importantes de la historia celtic. 

Tras el terremoto, los Celtics alcanzaron las Finales cuatro veces consecutivas, tres de ellas ante los Lakers, que se quitaron de encima el maleficio en 1985, minutos antes de que el dueño, el añorado Jerry Buss, pronunciase las palabras que los aficionados de los Lakers llevaban esperando casi treinta años: “Este trofeo termina con la oración más odiosa de la lengua inglesa. Ya no podrán decir que los Lakers nunca han ganado a los Celtics”. 

A pesar de todo lo que se pueda pensar, la derrota más dolorosa para los Celtics de los ochenta no fue ni el barrido de los Bucks, ni el junior-junior skyhook de Magic en 1987, sino la caída estrepitosa de este en las Finales del oeste de 1986, en las que los Lakers no pudieron alcanzar la cima tras caer 4-1 ante los Rockets de las Torres Gemelas con aquel tiro en fade-away de Ralph Sampson. Los Celtics venían de la mejor temporada de su historia, por juego y resultados, y tras haber caído en las Finales de 1985, tuvieron que derrotar a los Rockets por segunda vez en la década en lugar de haber tenido la oportunidad de vencer a su verdadero rival. Fue el equipo texano, por dos veces, el que privó a los Lakers de haber disputado todas las Finales de la década, igualando así, por fin, a los Boston Celtics. Sin embargo, primero Moses Malone y después las Torres Gemelas evitaron que la eterna persecución laker sobre los éxitos celtics estuviera cerca de su final. 

Jordan abrió el camino a jugadores como Kobe Bryant. | Fotografía: Getty Images
Jordan abrió el camino a jugadores como Kobe Bryant. | Fotografía: Getty Images

Ya en la siguiente década, después seis temporadas en la liga y habiendo derrotado al fin a su particular pesadilla, Michael Jordan empezó a dominar como antes lo habían hecho Russell, Magic y Bird. Siempre quedará la duda de qué habría pasado sin las dos primeras retiradas de Jordan -1993, 1998-, que abrieron el camino a los Rockets y a los Spurs para ganar los tres títulos restantes de los noventa. Sin embargo, a pesar de la grandeza incuestionable del escolta de Brooklyn, en este caso únicamente es una nota al pie de página, como aquel que osó imitarlo en todos sus movimientos, pero no en todos sus éxitos: Kobe Bryant. Como lugarteniente de Shaquille O’Neal, llegó también a tres Finales consecutivas, que podrían haber sido cinco si no se hubieran cruzado con los primigenios Spurs del Big Three, todavía en la última temporada de David Robinson en el baloncesto profesional. 

Y con la retirada de Robinson, apenas unos días después de las Finales de 2003, el draft colocaba en su primera posición al hombre que ha sido capaz de realizar un imposible. En una era con treinta franquicias, muy distinta a cómo era la liga en tiempos de Russell, dividida en dos conferencias y seis divisiones, LeBron James ha igualado a KC Jones y Frank Ramsey cuando todo hacía indicar que se iba a quedar en siete finales. Después de una temporada extraordinaria, a nivel MVP con quince a sus espaldas, en una plantilla remodelada a mitad de la RS, jugando todos los partidos de la regular y los Playoffs -cien en total al terminar las ECF- y dos séptimos partidos en las rondas por el título, los Cleveland Cavaliers se meten en sus cuartas Finales consecutivas arrastrados por la fuerza sobrehumana de un niño de Akron. En el otro lado, la franquicia que quedará para la historia como la principal revolucionaria del juego moderno, también con cuatro Finales consecutivas: los Golden State Warriors de Steve Kerr. Pero si el reto es mayúsculo cuando se habla de ligar cuatro Finales consecutivas, no hay que dejar de mirar al pasado. Al reciente. Porque las Finales 2018, posiblemente las últimas de LeBron James en Ohio, son las octavas consecutivas de las nueve -en total- que lleva el extraordinario point forward

Ocho años han pasado de la que fue posiblemente su peor actuación en unas Finales, recién aterrizado en el sur de Florida. Aquella serie quedará para siempre como uno de los grandes lunares en su legado. Incluso Chris Bosh mejoró los números de James en aquella serie que acabaría coronando al mejor jugador europeo de todos los tiempos como campeón. Sin embargo, y como todos y cada uno de los más grandes, la personalidad de los campeones se forja a través de las derrotas, cuanto más dolorosas mejor. Claros ejemplos de ello son la derrota más amarga de la carrera de Bird, ante Michigan State, o las tres eliminatorias que perdió Jordan antes de  mejorar su físico hasta el límite para poder derrotar de una vez a los Bad Boys

La derrota ante los Mavericks fue casi terapéutica para LeBron James. | Fotografía: Getty Images
La derrota ante los Mavericks fue casi terapéutica para LeBron James. | Fotografía: Getty Images

Después del despropósito de 2011, los Heat de LeBron encadenaron otras tres Finales -Oklahoma City Thunder y San Antonio Spurs en dos ocasiones-, logrando llegar a la serie final en todas las campañas de James en el American Airlines Arena. Hay un dato demoledor en cuanto a la presencia de LeBron en el momento cumbre de la temporada: el 78% de los jugadores que están hoy en día en activo en la liga no habían debutado cuando tuvo lugar la caída ante los Mavericks. Este hecho vuelve a poner de manifiesto la superioridad de LeBron desde que alcanzó su prime, marcando la transición entre la época de Bryant y Duncan -que todavía perduró hasta la retirada de este- y la suya propia. 

En simples números se podría reducir -al mínimo- la carrera de James de la siguiente manera: quince temporadas en activo, nueve finales, ocho de ellas consecutivas y tres anillos. Sin embargo, al contrario que Russell o Jordan, y al igual que Magic y Bird, LeBron se encuentra ahora ante el mayor de los rivales, su clara oposición por el título, pero puede que no por la grandeza, esa que persigue como al fantasma del pasado en sus denodados intentos por apartar del imaginario colectivo la imprensión de considerar a Michael Jordan como el mejor jugador de todos los tiempos. 

Una sola personalidad, la que atrae con la misma fuerza a detractores y amantes, un hombre de este tiempo pero también de tiempos pasados y tiempos futuros, ha conseguido poner a las dos franquicias que han tenido la suerte de contar con sus servicios a la altura de los Celtics de los años sesenta y ochenta y los Lakers de Johnson y Jabbar. Algo únicamente a la altura de los elegidos.

Al resto, los simples mortales que se sientan ante la televisión con los ojos encendidos de la emoción ante las olímpicas actuaciones de los que algún día serán inmortales únicamente les queda una cosa por hacer: disfrutar. We are all witnesses.  

LeBron James lleva ocho años monopolizando el trono del Este. | Fotografía: Getty Images
LeBron James lleva ocho años monopolizando el trono del Este. | Fotografía: Getty Images