Momento bonito el que se vivió ayer en El Molinón. Llegaba el minuto 79 de partido, y un púbico enmudecido y decepcionado se puso en pie para despedir a Alex Bergantiños. Era un momento complicado, pero el sportinguismo se sentía en la obligación de despedir como se merece a un hombre que llegó a Gijón con el fiel propósito de darlo todo por el equipo, y asi lo hizo hasta el último minuto.

Durante el comienzo de la temporada, fue un jugador bastante cuestionado por el público asturiano. No es uno de esos futbolistas que brillan, creadores de un fútbol vistoso. Él se limita a cumplir su función en el centro del campo, sin salirse del guión, ayudando a brillar a sus comañeros. Con la llegada de Baraja comenzó a 'soltarse', y El Molinón rápidamente comprendió que era una pieza fundamental para el equipo. Siempre tratando de encontrar soluciones para salir con el balón jugado desde la defensa, para robar balones, para ordenar al equipo, etc. Y todo ello desde la sala de máquinas, junto a su fiel aliado Sergio Álvarez.

Es cierto que ayer no tuvo su mejor día. Pero es algo perfectamente entendible, ya que el equipo estuvo también muy lejos de su mejor nivel. Trató de hacer lo mismo que hace siempre, jugando sencillo, sin complicaciones. No obstante, el buen planteamento táctico del Valladolid y la buena presión que ejercía el conjunto pucelano, dificultó mucho su trabajo.

Probablemente esa carrera hacia la banda hayan sido sus últimos pasos sobre el césped de El Molinón. Su estancia en Gijón fue breve, pero el sportinguismo siempre le recordará como lo que es, un hombre que da todo lo que tiene con tal de ayudar al equipo. Puede gustar más o menos, según el aficionado que lo valore. Pero lo que es seguro, y no depende del criterio individual, es que nada se le puede reprochar, solo queda lenvantarse y aplaudir.