Juego de Ida. El Gigante de Acero

En la mística inherente a la práctica del balompié, el rol que los estadios cumplen va más allá de ser simplemente el inmueble que alberga un partido y a quienes asisten a presenciarlo, para convertirse en un factor de cambio, que junto con la naturaleza de la propia fanaticada constituye lo que se conoce como el ‘Jugador Número Doce’. Cuando esta, más que sinergia, simbiosis, llega a romperse, se produce una fractura en la continuidad del espacio-tiempo en la dinámica de los equipos y lo que antes era fácil, ahora es difícil.

La final de la Copa Libertadores en el Santiago Bernabéu es el más próximo ejemplo de este sacrilegio futbolístico.

El antiguo Estadio Tecnológico, en Monterrey, era una casa que se había ganado por derecho propio la reputación de plaza difícil. A pesar de haber sido un estadio olímpico, es decir, con una superficie prácticamente igual al área del terreno de juego interpuesta entre éste y las tribunas, era una cancha en la que nadie deseaba jugar, más que el mismo Monterrey. Cuando por cuestiones de evolución institucional se tuvo que mudar a una casa nueva, más de uno suspiró aliviado, pues con la desaparición del antiguo Estadio Corona y la inminente remodelación del Nemesio Díez (que eventualmente le quitaría la impronta de casa fuerte), el ‘Tec’ era la última cancha que pesaba.

El nuevo estadio del Monterrey, apodado ‘El Gigante de Acero’, no es, a su pesar, el mejor estadio de México, pues, aunque cumple con los mayores estándares de calidad, no pudo traer de las instalaciones del Tecnológico de Monterrey esa esencia que por tantos años hizo saber al resto de la Liga que no era un lugar donde los débiles de espíritu podían llegar a plantar su bandera. El ‘Gigante’, a pesar de tener lo suficiente para albergar una final de Copa Mundial, no puede albergar el temor de los equipos visitantes que pisan su césped.

Mucho menos si el equipo que jugó allí la Semifinal de Ida es conocido por ser un eterno visitante.

Necaxa, liberado de toda presión, que rompió sus propias expectativas semana a semana, se sintió tan tranquilo en Guadalupe que quizá olvidó que no era la Jornada 1 lo que estaba jugando, sino la antesala a la oportunidad de ser campeón otra vez. Necaxa, que pasase cualquier cosa ya había cumplido sus objetivos semestrales, jugó como si fuera un juego de Copa MX, donde tan mal papel hizo. Un equipo que recordó a la pretemporada en donde no tenía de qué asirse y donde la habitual incertidumbre hacia un nuevo proyecto primaba sobre la idea de que hiciera un buen futbol, así jugó Necaxa en la casa rayada.

Los ‘Rayos’, parece, estaban tan tranquilos en casa del Monterrey que dejaron perder todos los pelotazos que todos los jugadores mandaban a cualquier parte, y, entre pelotazo y pelotazo, dejaron marcar dos goles, que sin problemas hubiesen sido seis, pero Hugo González, en una versión un tanto extraña de la ‘Ley del Ex’, no lo permitió.

El partido, efectivamente, hubiese terminado en una auténtica carnicería, de no ser por, seguramente, la furia del arquero de los rojiblancos, que impidió que la exhibición fuese redonda, y por un momento de brillantez de Mauro Quiroga, quien sin ser un jugador de los que encaran, realizó un pique y una definición, ambas cosas inusuales en él, para acortar la desventaja y agregar el componente del gol de visitante, cuyo significado intrínseco adquiere un matiz casi esotérico en la cuestión de los criterios de desempate y que, en palabras más mundanas, no dejaba al Necaxa en una situación tan comprometida.

De esta manera, a falta solamente de un gol para pasar a la instancia última del futbol mexicano, Necaxa dejó en La Pastora la idea de que, a pesar de lo comprometida que la afición regiomontana está con su equipo, su casa ya no es, y probablemente nunca volverá a ser, una ‘casa del terror’ para quienes la visitan.

A pesar de la derrota, la principal preocupación para los de Aguascalientes ahora era que, precisamente, tenían que cerrar la serie allá, pues, independientemente de que el Victoria no sea un estadio que se caracterice por su peso específico, la cábala de concluir esta fase como locales atemorizaba a más de uno, o, más bien, a casi todos.

Necaxa estaba obligado a vencerse a sí mismo.

Juego de Vuelta. Hasta Morir

Aguascalientes, por su ubicación geográfica, justo en el centro del país, como por el hecho de que aquí confluyen personas de cada uno de los Méxicos que existen en el territorio nacional, cada que Necaxa juega en Liguilla, debería ser nombrada como la capital del país, o por lo menos, la capital del futbol. Irónicamente, una ciudad en donde el futbol jamás ha sido la prioridad deportiva para las pasiones de sus habitantes, es la ideal para ser consagrada como una ‘ciudad nacional’, como una zona franca para los aficionados del futbol, tanto los moderados como aquellos que se hacen espacio para dejar horas completas de sus vidas en la carretera con tal de ver a su equipo jugar.

El espectáculo de observar un estadio deportivo lleno hasta su máxima capacidad es un momento sublime para el alma de cualquier aficionado, aún más cuando es un estadio que no acostumbra estar así con regularidad. El Estadio Victoria de Aguascalientes es, ya se ha mencionado más de una vez, el estadio más local de la República Mexicana, porque cualquier equipo se siente como tal cuando lo visita, excepto al que cobija. Sin afán de querer resaltar con sorna esta cualidad que ha dejado de ser indeseable a fuerza de dieciséis años de vivirla, pues, como dice la canción, ‘la costumbre es más fuerte…’ es cierto que, a pesar de haber colgado el cartel de Sold Out en las puertas del estadio, una parte nada despreciable de las personas que estuvieron en la vuelta de la semifinal vinieron a ver a ‘La Raya’.

Por otra parte, del lado de la parcialidad rojiblanca, la atmósfera respirada era única, por la instancia, por el momento, por las posibilidades, por la idea de llevar aún más lejos la ilusión, porque sabe mejor superar las expectativas que solamente cumplir con lo agendado cuando incluso esto ya había sido demasiado. Muchísimas personas se dieron cita en la colonia Héroes para presenciar un acto de magia al estilo necaxista, ora como habitantes de la propia ciudad, ora en peregrinación desde todos los rincones del país, pues, como suerte de compensación por no poder hallar el amor en su propia tierra, al Necaxa lo van a ver, en un arrebato de celo cuasi religioso, personas de los otros treinta y dos estados del país, que con veneración utilizan más tiempo en ir y regresar que lo que allá se quedan.

En un momento del primer tiempo, el minuto treinta, concretamente, la afición necaxista iluminó como sus teléfonos móviles el cielo del Bajío, como una muestra de apoyo a un equipo que siempre ha vivido, hay que reconocerlo, con una necesidad grandísima de ser amado. Cada linterna encendida pretendió, quizá, guiar al alma del necaxismo, en comunión con el equipo, hacia alturas que no se han experimentado en más de quince años, y jamás en aquella ciudad. En una dimensión más tangible, el equipo jugó con un espíritu de lucha que bien pudo haber adoptado desde el partido contra el Cruz Azul, pero termina surgiendo hasta el final, haciendo parte del estoicismo futbolístico al que se ve orillado cualquier equipo que tenga, siquiera, una mínima gana de salir adelante en sus propósitos.

En un momento del segundo tiempo, el minuto ochenta y nueve, específicamente, la tenacidad de los ‘Once Hermanos’ dio su única muestra tangible de peligro: un cabezazo que pegó en el poste. Hubo que esperar hasta el final para ver que quince centímetros, los que sobraron en la trayectoria del balón para que pudiese entrar en la portería, marcaron la diferencia entre la ecuanimidad del equipo que, evidentemente, habría de darles otra oportunidad que esta vez no fallarían, y la destrucción moral que inmediatamente sobrevino, pues, cinco minutos después, Rogelio Funes Mori anotaría el gol que acabó con el sueño. También ellos alargaron su expectación hasta lo último: entrando a la Liguilla como el octavo pasajero y definiendo su participación en la última fase del Apertura 2019 en su jugada final.

Para el necaxista de a pie, pero también para el ultra, para el analista deportivo y hasta para el que es parte del equipo (en caso de que exista alguien en la plantilla que, casualmente, le vaya al equipo en el que juega), esto pone punto final a una era, que bien podría ser considerada como el primer ciclo histórico del necaxismo post-Televisa, dado que, una vez más, el equipo prácticamente será renovado, y ahora también lo será el cuerpo técnico, pues Guillermo Vázquez termina su relación laboral con la familia Tinajero. Lo ideal, claro está, era que esto terminara con la cuarta estrella, pero el futbol es así, y aceptarlo es parte de ser necaxista. De nuevo vienen expectativas, dudas e ilusiones, pero la sensación es que ahora se encontrarán un poquito más lejos que en el último año.

Termina el torneo para Club Necaxa, parecería que es la campaña completa, pero, se crea o no, solamente es la primera parte de ésta. Llegar de la pausa invernal sin la continuidad que el sentido común indica para concluir razonablemente un período de competencias es, evidentemente, una gran desventaja en todos los niveles operativos, pero, ¿a quién le ha importado? El necaxismo es un modo de vida que cubre las más grandes incongruencias y vaivenes, es de dudar que al aficionado real le importe, pues ser de este club va más allá de estar en las buenas y en las malas, sino que se está hasta morir.

Se llegó a semifinales, apaga y vámonos.