En Compiègne, en la mañana fresca de la primavera parisina, más de uno sueña con encontrarse con el velódromo, en el grupo de cabeza, que, dentro de seis horas, se abrirá ante los 174 corredores, los cuales, no sin una mueca de nerviosismo en la cara, afrontan los 250 kilómetros de la legendaria Paris Roubaix.

Hay uno entre ellos que se siente favorito. No en vano, todos miran a Peter Sagan, ese eslovaco que comenzó marcando territorio en los sprints de un lejano Tour 2012, con una actitud un tanto infantil y macarra, y que ha acabado por dominar las clásicas y las escapadas interminables de esas etapas de media montaña por el Macizo Central bajo el calor de julio. Peter Sagan es el vigente campeón de la Paris Roubaix, una carrera que acaba por consagrar a cualquier ciclista, sea cual sea su palmarés. Pero este año es distinto. Ya no porta el maillot arcoíris de Campeón del Mundo, ahora en las espaldas del eterno Valverde. Y ser el favorito indiscutible nunca es bueno. Demasiados ojos encima, eres el enemigo a batir. En los momentos de duda, el resto pasa a tomar el mando, trabajando para cerrar los huecos abiertos por otros rivales, y en momentos de debilidad hasta el menos avispado aprovecha para asestar una estocada.

En eso de los ataques, de la insistencia, del esfuerzo, el más generoso fue esta vez Philippe Gilbert. Ya se sabe que no siempre se recompensa al más perseverante. Bien lo sabe Alberto Contador, con aquella larga escapada, con ataque incluido en el Galibier, que acabó en las manos de un fresco Pierre Rolland, en las curvas de Alpe d'Huez. Sin embargo, esta vez y a pesar de los treinta y siete años, Philippe Gilbert supo jugar y aguantar sus cartas. 

Ya en los primeros tramos de pavés, algunos nombres ilustres empezaron a borrarse. Un pinchazo en mal momento de Matteo Trentin lo dejó fuera de la pelea. Misma suerte corrió el desafortunado Aleksandr Kristoff. De entre todos estos damnificados, quizás la historia más impresionante sea la de Wout van Aert, el que fuera en su momento campeón de ciclo-cross. Pinchazos, caída, veintidós kilómetros en solitario para alcanzar al pelotón y aún tiene fuerzas para lanzar un ataque que acabó de romper la carrera, aunque ya en Arenberg, su compatriota Van Avermaet lo hubiera intentado sin éxito. Bonita jornada para los belgas. 

Aquí llega el turno del incansable Philippe Gilbert. A 67 kilómetros de la meta, lanza su primer aldabonazo. Y es de nuevo Van Aert quien por detrás trata de responder, llevándose a rueda a los que en un primer momento no tuvieron las piernas de seguir al veterano campeón belga, Christophe, Laporte y el español Iván García Cortina. Tuvo que ser Van Aert el que activara a un tímido Peter Sagan, seguido de Vanmarcke, Sarreau y el genial Yves Lampaert

Philippe Gilbert continúa insistiendo, con esa misma insistencia de los ciclistas jóvenes, con esa misma explosividad, y con esa misma y aparente ingenuidad. En el tramo de Mons-en-Pevèle se acaba de seleccionar la carrera. Las riendas las toma un grupo con visos de victoria, donde al propio Gilbert se le suman Vanmarcke, Nils Pollitt, Lampaert, Van Aert y Sagan. La guerra está abierta y los próximos kilómetros se anuncian terribles.

A pesar de todas sus insistencias, Gilbert es incapaz de distanciar a sus rivales. Quizás demasiado generoso, es cazado tras una fuerte aceleración a 23 kilómetros de meta. Pero llegó el Carrefour de l'Arbre, el tramo más mítico, más importante, el tramo donde se ganan las París Roubaix, donde, otras veces, ciclistas que han marcado la historia supieron imponerse. Y Gilbert, que es perro viejo, no podía faltar a su cita con el destino. Una nueva aceleración dejó atrás al grupo, llevándose a su rueda a un atento y aparentemente fuerte Peter Sagan. Hay cabezazos, codazos por mantener la primera posición al salir del Carrefour. Pero Gilbert ha vuelto a ser cazado y parece imposible romper el grupo.

Y, sin embargo, al velódromo solo llegaron dos corredores, con un minuto de ventaja sobre los demás. Y es que a 14 kilómetros de la llegada, un potente Nils Pollit lanzó su ofensiva, llevándose consigo a un Philippe Gilbert que, sorprendentemente, y a pesar de todos su ataques, sigue teniendo esa frescura de quien ha corrido toda la Roubaix a rebufo. Y aquí parece que se ha decidido la carrera.

Peter Sagan se sabe despojado del título de vigente campeón de la carrera. Y Francia tiembla ante la posibilidad de un nuevo ganador belga. Francia tiembla como en otros tiempos temblaba ante las aceleraciones del Cannibale. Francia tiembla, pero el velódromo, ante la entrada de los dos tête-de-la-course, estalla en su habitual júbilo, como en las 116 veces anteriores. Y ya sonaba la campana que anunciaba la última vuelta. Y Nils Pollit miró atrás, al impasible belga que se ha pegado a su rueda. Miraba y miraba, esperando el sprint del que ya todos daban por ganador. Gira una vez más su cabeza y entonces Gilbert mete todo el desarrollo posible y, agarrado a los cuernos, lanzó su cuerpo sobre el manillar. Imposible para el alemán aguantar a este veterano corredor que empezó ganando las grandes carreras de repechos de las Ardenas, las Lieja, las Maastricht, y que ha acabado por reconvertirse en un dominador del pavés, ganando en Flandes y, ahora, a pocos metros, cada vez menos, de ganar la Roubaix, la clásica que termina por consagrar a todos los ciclistas, sea cual sea su palmarés. 

Ya con Gilbert a un solo monumento de igualar a Merckx, Van Looy y De Vlaeminck, llegó Peter Sagan, quinto, justificando su decepcionante Roubaix por el viento que soplaba en contra y que le dejó sin piernas en el momento clave. Pero ahora es el turno de los veteranos, de esa generación que nunca termina de irse. De los Valverde que conquistaron el Mundial y de los Gilbert que, en medio de la primavera francesa, se llevaron la Roubaix.