Hace un par de años yo me enamoré del Liverpool. No fue por Klopp, ni Salah, ni los cánticos de The Kop. Fue por una canción que dice: You’ll Never Walk Alone. Desde que empecé a seguir a aquel equipo de esa pequeña ciudad post industrial bañada por las orillas del Merseyside supe que la mejor canción jamás escrita no era de Los Beatles, sino de Gerry and the Pacemakers. Una canción que unía a más de 50.000 personas cada domingo para que miles de ingleses con un acento raro llamado scouse cantarán que juntos nunca andarían solos.

A miles de kilómetros de allí cogí y usé esa canción como escudo frente a los golpes que me daba la vida. Lo adopté como un cántico de guerra que me hiciera seguir caminando a través de la tormenta y me recordara que nunca caminaría solo. El Liverpool y su afición nunca lo hacían cada partido que jugaban en casa y yo tampoco. Sin embargo, aquel fatídico marzo llegó una pandemia que hizo que el mundo diera la vuelta y que, por primera vez, Anfield estuviera absolutamente vacío.

Después de todo aquello, con una liga encarrillada y Michael Robinson viendo desde el cielo, Henderson levantaba la copa y el Liverpool ganaba su primera Premier League sin su público. Esta temporada todo seguía igual que aquel mes de junio: con los estadios vacíos y las UCI llenas. El Liverpool estaba líder con la liga bastante bien encaminada. Pero primero fue Van Dijk, luego Diogo Jota, en defensa acabaron jugando centrocampistas, y en ataque ya no se encontraba el gol como antes. Se empezó a hacer contagiosa la nueva cepa del virus y en Anfield se desarrolló el síndrome de "Robin Hood", perder contra equipos pequeños y ganar contra los grandes. Se empezaron a perder los puntos que otros ganaban, se escapaba entre los dedos el liderato, dejando una última bala que permitía una última oportunidad de luchar por ese querido título.

Foto: Premier League
Foto: Premier League
Con la liga sobre la mesa, Klopp hacia uso de esa oportunidad contra Guardiola, en un partido tosco en donde los dos jugaron sus cartas y el catalán tenía póker y el alemán solo una carta alta. 1-4 y todo para el servidor del traje azul y pinta de estratega de ajedrez. Jaque Mate mein freund. Así llegaba al final el duelo más esperado de la Premier, con una humillación histórica y una sensación de impotencia y desesperación de todos y cada uno de los miembros del equipo inglés más laureado del continente.

Sentado en el sofá de mi casa, observaba yo también con incredulidad lo que pasaba. Sabía que este Liverpool no era el de siempre, pero no sabía que la oportunidad por luchar por esta liga acabaría así: con la tormenta llevándose a once solitarios reds que más que nunca se sintieron solos y sin nadie a su lado.

Hay equipos que juegan mejor en casa por su público, y el Liverpool es uno de ellos. Lastrado por las lesiones y con el estadio vacío, esto es lo que pasa cuando caminas solo a través de la tormenta. Bye Bye Premier.