No deslumbraba de alzada, pero logró coronar la cima como el más grande. Genio de zancas cortas, Romario asomó a mediados de los 80 al calor del Vasco da Gama con la firme convicción de colocar a los ‘almirantes’ en el mismo peldaño que ostentaba el mítico Santos de Pelé en los 60. Pasando desapercibido, sin engendrar demasiado ruido a sus espaldas, Antonio Lopes concedía la primera oportunidad a Romario con apenas 19 años. Creciendo al compás del equipo, los cuatro años del brasileño en el cuadro 'blanquinegro' destapaban el fulgor de un astro en plena ebullición. Decisivo, firmando 80 goles en una de las etapas doradas del Vasco da Gama, la puerta del campeón de Europa se abría con entusiasmo para recibir a uno de los talentos brasileños más cotizados del momento.

Romario llegaba al PSV Eindhoven el curso 1988/1899 procedente del Vasco da Gama

Eclipsado por la eterna sombra descorchada por Ajax de Amsterdam y Feyenoord, el PSV Eindhoven se desprendía de las tinieblas conquistando por vez primera territorio europeo y  alzándose así con el preciado ‘triplete’ para sus arcas (1987/1988). Y ahí, en pleno apogeo y resurrección de la armada rojiblanca, los holandeses reforzaban su plantel con el gol latente en las venas de ‘O Baixinho’. Pulverizando toda clase de guarismos, modelando la leyenda en la que acabaría por convertirse, Romario despuntaba a pasos agigantados al abrigo de los ‘granjeros’. Sin embargo, tras cinco temporadas defendiendo la elástica del PSV, la decadencia de los ‘rojiblancos’ la temporada 1992/1993 cediendo de nuevo el trono a manos del Feyenoord  junto con la retirada de la generación campeona de Europa con Holanda (1988), propiciaron el desembarco del brasileño a un nuevo hogar. Tallado con moldes de estrella, un palmarés envidiable y la aberrante cantidad de 129 goles en 143 partidos clausuraba su deleitosa etapa con los ‘rood-witten’.

Romario con el PSV. Foto: PSV Eindhoven

Un mito perenne

Acaparando la calidez de los focos y toda la atención mediática sobre sus hombros, Romario aterrizaba en la Ciudad Condal el verano de 1993 con la etiqueta de ‘gran atracción del momento’. Perseguido por los ‘flashes’ y despertando regueros de ilusión en la parroquia azulgrana, el delantero brasileño se colaba como el fichaje más ilusionante del mercado estival.

El Barça, vencedor de la tercera Liga consecutiva, reforzaba su ataque la temporada 1993/1994 con la llegada del brasileño

La baja de Richard Witschge, testimonial en la tripleta formada por Ronald Koeman, Hristo Stoickhov y Michael Laudrup, se recosía con la venida de Romario, obligado a reinventarse  en un ‘Dream Team’ con un estilo de juego impresionado a fuego. Tripulados con Johan Cruyff al mando del timón, el ariete carioca se encontraba en Barcelona a un escuadrón repleto de estrellas, recientemente investido con la tercera Liga consecutiva en su escaparate. Sin embargo, el maestro apenas tardaba en descubrir el hueco perfecto dónde Romario acabaría por despuntar.

Nada más entró, maravilló. Penetrando de forma incisiva en los corazones de los fieles de ‘Can Barça’, Romario apuntalaba un ‘hat-trick’ de calidad sublime frente a la Real Sociedad en su debut oficial al cobijo del Camp Nou. Fijad goles de hemeroteca para la posteridad y esa habilidad innata para sentar al arquero rival con una sutil vaselina se convertirían en sellos de un delantero que aquel 5 de septiembre de 1993 marcaría el inicio de un idilio dilatado en el tiempo.

Romario celebrando un gol en el Camp Nou. Foto: FC Barcelona

El Barça, comandado por un Romario que evidenciaba la guinda del ‘Dream Team’, firmaba el curso 1993/1994 una trayectoria dispar. Capaz de lo mejor y lo peor, los catalanes acabarían por encontrarse a final de temporada con opciones de abrazar la Liga. Ante el ‘Super Depor’ de Arsenio Iglesias, la batalla paralela en el último encuentro de la campaña terminaría con el sueño de los gallegos de cercar su primera corona: Djukic fallaba el penalti ante el Valencia y el Barça remontaba en Nervión frente al Sevilla. Euforia, júbilo y éxtasis inundaron el coraje de un escuadrón que no encontraría la forma de proseguir la senda.

El fin de una era

Confiados, con la moral por las nubes tras conquistar la cuarta Liga consecutiva, el AC Milán de Fabio Capello se convertiría en el cruel azote en la gran cita de Atenas. Dispuestos a ceñirse con la tiara de campeón de Europa por segunda vez, los catalanes sucumbían al vendaval italiano que no dudó en hacer sangre (4-0). La goleada, que pasaba a los anales de la historia de la competición, apenas mermaba en el ánimo de Romario, con la mirada fijada en la Copa del Mundo de Estados Unidos que atisbaba en el horizonte. Pese a ello, el brasileño cumplía lo prometido a su llegada: 30 goles en Liga y la distinción de máximo goleador del campeonato nacional, un reconocimiento que no se teñía de azulgrana desde la campaña 1981/1982 gracias a los 26 tantos de ‘Quini’.

Romario con el Barça en el Camp Nou. Foto: FC Barcelona

La virtuosa ‘cola de vaca’ ante Alkorta en el espléndido 5-0 frente al Real Madrid o el golazo a pase de Laudrup en El Sadar. Dianas de bella factura que acabarían en un final inesperado. Proclamado campeón del mundo con todos los honores y elegido ‘Mejor Jugador del Mundial’, Romario desafiaba a Johan Cruyff prolongando sus vacaciones en Brasil pese a la negativa del Club. El carioca, sin prisa por regresar a España, disfrutaba de los placeres de la vida mientras el Barça padecía lo indecible para vencer de forma agónica al Real Zaragoza en la Supercopa de España.

Tras ganar el Mundial con Brasil en 1994, Romario retaba a Johan Cruyff ampliando sus vacaciones sin permiso del club

Entre samba, batucadas y jarana, Romario ahondaba en una herida ya difícil de cerrar. La ostentación que despertaba la noche y el trato de Dios a un futbolista que empezaba a creérselo marcaba el final de su etapa como azulgrana. Sin Michael Laudrup, el gran damnificado en la pizarra de Johan Cruyff con la llegada del brasileño, y con la incertidumbre de una espera interminable, ‘O Baixinho’ tiraba la toalla en su segunda temporada en el Barça. Sin ganas, deambulando por el verde y desfalleciendo en cada intento, la puntada final a una estocada insanable llegaría con la dolorosa derrota ante el Real Madrid en el Santiago Bernabéu (5-0). El encuentro, el último con la zamarra azulgrana, resumía a la perfección el rumbo de un astro que comenzaba a estrellarse.

Romario con la Copa del Mundo en 1994 con Brasil. Foto: FIFA

Nada era igual

Con 29 años y con mucha carrera por delante, el enero de 1995 regresaba a Brasil de la mano del Flamengo. Serpenteando sin rumbo durante la temporada, el club brasileño incorporaba al campeón del mundo en el mercado invernal. Sin embargo, ya nada sería igual. Desganado, con más peso de lo recomendado y falto de apetito competitivo, el ir y venir de Romario presagiaba un desenlace inaudito. Ausente y falto de una dirección que alentase sus sueños, el transitar del delantero por distintos clubes sólo obtenía una premisa común: el gol. Jamás se cansó de marcar, pero nunca dejó de ser él.

Obsesionado con llegar a los 1.000 goles y la falta de respaldo en una trayectoria cambiante condicionaron el final de Romario con el cuero cosido a sus pies. Brasil, Holanda, España, Qatar, Estados Unidos y Australia lograron cantar sus goles. Ofuscado en igualar la marca de Pelé, ‘O Baixinho’ se retiraba con 42 años asegurando haber alcanzado la ansiada cifra pero sin el reconocimiento por parte de la FIFA a semejante hazaña. Como si a Romario le importase. Embelesado con un romance continuo con el gol, la andadura del astro carioca llegaba a su fin con el América de Río en homenaje a su padre, fiel seguidor del equipo.

Nueve equipos distintos, más de una veintena de títulos, multitud de distinciones fruto de un olfato goleador infatigable y la leyenda de un ser volátil que marcó una época. A España, y al Barça, le queda el dulce recuerdo de un mito que escribiría un antes y un después. Fue corto, pero intenso. Un breve romance profundo que quedará para siempre. Romario lograba disfrutar del fútbol en la cancha, pues de la vida se encargaba fuera. Explosivo de paso corto pero letal en el área enemiga.