La paradoja del buen juego entregó al Manchester City una victoria importante ante un Aston Villa que continuó dejando sensaciones positivas -sobre todo en la primera parte-. El conjunto cityzen desplegó su habitual juego preciosista durante el transcurso de los 90 minutos y, sin embargo, anotó los tres tantos gracias a otro tipo de factores bastante poco barrocos. Rompió con lo esperado y se llevó el triunfo, con lo difícil que eso puede llegar a resultar. Al fin y al cabo, imaginad que a Guardiola le diera ahora por ponerse tatuajes y plantarse una frondosa melena en su desierta cabellera; francamente, sería ridículo. Y es que cambiar no siempre implica ganar por lo que, lo del Manchester City hoy resulta, aún si cabe, más meritorio.

El conjunto skyblue realizó un partido soberbio en la circulación, obligando al Aston Villa a perseguir unas sombras que, por si fuera poco, desaparecían entre la lluvia. Guardiola dispuso a sus pupilos en un supuesto 4-3-3 en el que Gündogan ocupaba la posición de pivote por la baja de Rodri y Bernardo Silva entraba en la banda derecha en detrimento de Mahrez. Sin embargo, el técnico catalán es tan osado en sus planteamientos que un dibujo no representa, para nada, lo que acontece en el campo con sus equipos.

Ese supuesto 4-3-3 se convertía constantemente en fase ofensiva en una especie de 1-4-4-1 en el que Stones actuaba como único cierre y Fernandinho se sumaba al centro del campo junto con los dos laterales que, en lugar de dar profundidad en la banda, creaban superioridad por el centro. Por su parte, De Bruyne y Silva se situaban prácticamente como segundas puntas dejando la banda para Bernardo y Sterling, dos de los futbolistas más diferenciales del mundo que suelen ser más decisivos cuando ocupan zonas interiores pero que, en este esquema cityzen se acuestan completamente a la banda en busca de esas famosas zonas indefendibles de las que tanto habla el entrenador catalán -en este caso, los pases filtrados desde la banda que van al espacio existente entre central y lateral-.

Mientras tanto, Dean Smith dio continuidad a la idea que le está ayudando a competir en Premier League y planteó su archiconocido 4-5-1 en el que Grealish aparecía como supuesto extremo izquierdo -demarcación que viene siendo habitual para el centrocampista inglés en las últimas jornadas-. 

Una primera mitad disputada

En Birmingham nunca se ha sido muy de empequeñecerse ante la llegada de una fuerza mayor -Thomas Shelby pudo con toda una mafia italiana con Luca Changretta a la cabeza, por ejemplo-. El Aston Villa es ese recuerdo al Birmingham posterior a la Primera Guerra Mundial: gente trabajadora, bastantes futbolistas acostumbrados a rascar tibias en cada acción -Mcginn a la cabeza- y, sobre todo, mucho carisma.

Con eso les dio para aguantar en una primera parte en la que, por momentos, tuvieron la posibilidad de poner en aprietos al trasatlántico europeo que representa un conjunto como el Manchester City. Sin embargo, a los villanos les faltaron recursos para poder transformar en peligro real todas las aproximaciones de las que dispusieron. Wesley no es un delantero de talla mundial y Trezeguet menos todavía por lo que, aunque el balón les llegaba en situaciones prometedoras, ninguno de los dos era capaz de otorgar a su conjunto la certeza de alcanzar el siguiente nivel y acelerar la jugada.

Todo pasó en la segunda mitad

El segundo periodo arrancó de la mejor manera posible para el Manchester City. En un balón largo despejado por Ederson, Gabriel Jesús le ganó la partida a Mings por arriba y peinó para que Sterling se quedara solo delante de Heaton y definiera como la estrella en la que se ha convertido. El futbolista inglés ha evolucionado una verdadera salvajada desde que es entrenado por Pep Guardiola. De ser un extremo típico del fútbol inglés al que se tachaba de individualista y de poco definitorio, ha pasado a erigirse como uno de los mejores atacantes del panorama europeo. Prueba de ello es que, bajo los mandos del técnico catalán, el futbolista de origen jamaicano produce un gol cada 94 minutos de juego -con Rodgers lo hacía cada 193 y con Pellegrini cada 141-.

El Manchester City atacaba junto y, cuando perdía el balón, era capaz de recuperarlo casi al instante por lo que, poco a poco, el encuentro se fue inclinando hacia la portería villana. Es por ello que, al final, los goles cayeron por su propio peso. A través de dos saques de esquina un tanto extraños en ejecución y resultado, el conjunto cityzen logró cerrar una victoria que no hace sino presionar a un Liverpool que se ve las caras con el Tottenham este fin de semana.