El Clásico es un partido grande, posiblemente el más grande del panorama mundial. Es un partido diferente a todos los demás, es un partido independiente de las rachas que lleven ambos equipos, de los jugadores que estén sobre el césped, de los plantemientos... No es un partido, es el partido.

Los amantes del fútbol esperan con ansia las dos jornadas de Liga en las que se enfrentan los dos colosos del fútbol actual, Barça y Madrid. Que no sea un partido muy habitual aumenta la tensión y las ganas previas al enfrentamiento. Si hubiera varios Clásicos durante la temporada, tal vez se perdería este sentimiento entre los aficionados y, también, entre los propios jugadores.

Esto es lo que pasó hace ya más de cinco años. Durante la temporada 2010/11, la tercera de Guardiola en el equipo catalán y la primera de Mourinho en el conjunto blanco, se vivieron 18 días de infarto con hasta cuatro Clásicos. Los partidos estaban repartidos entre las tres competiciones: uno pertenecía a la jornada de Liga, otro a la final de la Copa del Rey y los otros dos correspondían a las semifinales de la Champions League.

Había la duda en el aire de si, con tantos duelos entre los dos equipos, la tensión y los sentimientos que florecen en los Clásicos, se verían afectados. Y así fue. Pero no de la forma que mucha gente esperaba, con una rebaja del nerviosismo, sino que este aumentó considerablemente. Los partidos, además, se convertían en batallas tácticas, en encuentros muy cerrados y muy complicados para ambos equipos, que al enfrentarse varias ocasiones, se conocían como a la palma de su propia mano.

Un claro ejemplo de esta tensión aumentada y traducida en el juego de ambos conjuntos, es el partido de ida de las semifinales de la Champions League, disputada en el Santiago Bernabéu. Era el tercer Clásico que iban a disputar los dos equipos, después del empate a uno del partido de Liga y de la victoria madridista por 0-1 en la final de la Copa del Rey. El balance no favorecía a los de Pep Guardiola, hasta el momento.

Los dos entrenadores buscaban el punto intermedio entre sacar el equipo más competitivo posible y sorprender al rival, algo que se antojaba difícil tras dos encuentros ya disputados. Siguiendo por esta línea, Mourinho sacó un once formado por Casillas; Arbeloa, Ramos, Albiol, Marcelo; Pepe, Lass, Xabi Alonso; Özil, Di María y Cristiano Ronaldo. Destacaba la presencia de Pepe en el mediocampo, para dar más músculo al mismo y intentar boicotear la sala de máquinas culé. Guardiola, por su parte, apostó por Valdés; Alves, Piqué, Mascherano, Puyol; Busquets, Xavi, Keita; Messi, Villa y Pedro.

El once titular que presentó Guardiola en el Bernabéu | Foto: uefa.com
El once titular que presentó Guardiola en el Bernabéu | Foto: uefa.com

Más interrupciones que fútbol

El partido, aunque empezó con el guión previsto, tuvo un arranque más trabado de lo esperado. El Barça mantenía la posesión y las ocasiones más claras, pero estas llegaban a cuentagotas por culpa del trivote formado por Mourinho en el centro del campo, que hasta el momento estaba dando un buen resultado. No obstante, el equipo local no conseguía poner en apuros a Víctor Valdés.

El planteamiento destructivo del técnico portugués llegó a desquiciar a los jugadores culés, que empezaban a molestarse por las reiteradas faltas en el medio del campo de los hombres de Mourinho. Se formaban tánganas en varias ocasiones, rodeando al árbitro y queriendo presionárle, por parte de los dos bandos.

Imagen de una de las varias tánganas que hubieron durante el transcurso del encuentro | Foto: uefa.com
Imagen de una de las varias tánganas que hubieron durante el transcurso del encuentro | Foto: uefa.com

Las emociones estaban a flor de piel y, cuando el árbitro señaló el final de los primeros 45 minutos, algunos jugadores de ambos equipos, sobre todo de los que estaban en el banquillo, fueron a recriminar algunos aspectos del partido a los adversarios. La discusión se fue acalorando y se transformó en una tángana (otra más) que terminó con la expulsión del portero suplente del FC Barcelona, Pinto.

La expulsión, clave

La segunda mitad empezó con el mismo guión. Mourinho dio entrada a Adebayor para buscar más presencia en el ataque, aunque no le sirvió de mucho. El Barça seguía teniendo el control del duelo, y solo la intensidad, a veces rozando el límite del reglamento, del Madrid impedía a los visitantes adelantarse en el marcador.

Hasta que llegó el minuto 61. Wolfgang Stark, el colegiado del encuentro, decidió castigar con tarjeta roja directa una entrada de Pepe a Dani Alves. Decisión polémica y muy protestada por los jugadores y el banquillo madridista, que terminó con la expulsión de Mourinho. Esta expulsión acabó de desnivelar la balanza. El mediocampo madridista se desinfló y los jugadores azulgranas conseguían trenzar jugadas de ataque con mayor facilidad.

Y a 15 minutos para el final del encuentro, llegó lo que en aquellos minutos parecía inevitable. Afellay, que había entrado en la segunda parte sustituyendo a Pedro, encaró a Marcelo y se fue hasta la línea de fondo. Allí, lanzó un centro medido que Messi remató con la pierna izquierda y se coló entre las piernas de Casillas. El Barça marcaba así el primer gol de la noche y encarrilaba el partido y la eliminatoria.

Sin embargo, aún quedaba lo mejor. Quedaba la énesima obra de arte de Messi. Corría el minuto 87 de partido, Busquets le dejó un balón muerto en el centro del campo al argentino, que lo hizo todo muy fácil. Se marchó de Lass, de Ramos, de Albiol y de Marcelo para plantarse ante Casillas, al que le cruzó el balón con la pierna derecha, dejándole sin opción de evitar que el esférico se colase en la portería. Un golazo con todas las letras. Y en el Santiago Bernabéu. Los jugadores, staff técnico y aficionados barcelonistas alucinaban. 0-2, partido matado y medio pase a la final de la Champions en el bolsillo.

Momento en el que Messi cruza el balón ante Casillas para firmar el 0-2 | Foto: uefa.com
Momento en el que Messi cruza el balón ante Casillas para firmar el 0-2 | Foto: uefa.com

El FC Barcelona acabó pasando aquella eliminatoria, y en gran parte gracias al resultado cosechado en el Bernabéu, ya que en el Camp Nou el marcador fue de empate a uno. Y, para rematar la jugada, el equipo de Guardiola se hizo con la Champions en Wembley, ante el Manchester United. Este partido fue una de las claves para que fuese posible levantar la Orejuda. Este partido en el que Messi firmó una verdadera exhibición en el feudo del eterno rival, en el que el argentino puso el fútbol en una noche trabada y poco propicia al espectáculo.