El fútbol es un estado de ánimo. Es así. Un equipo en racha y con confianza es capaz de las gestas más heroicas, mientras que otro en dinámica negativa puede sufrir un calvario en cada partido. Y los racinguistas lo saben bien. El último año en 2ª División se caracterizó por la fragilidad mental de un equipo que se diluía como un azucarillo en los minutos finales. Este año, sin embargo, y tras un inicio de mejores resultados que juego, el Racing se erigió como equipo a batir tras el asalto a Riazor. Una racha histórica que culminaba con el ascenso 4 partidos antes de la jornada final. La paciencia es una virtud.

Y es que, bueno, el fútbol es sin duda mucho más. El trabajo técnico, táctico y hasta psicológico están a la orden del día. Todo se cuida al milímetro. Se cuentan calorías, cargas físicas, días de descanso... todo lo controlable. Sin embargo, no podemos negar el componente anímico. Siempre determinante, en ocasiones hasta más que todo lo anterior. Y este, amigos, es cambiante como el viento. Un único partido, incluso una jugada aislada, es capaz de modificar el rumbo de una temporada entera. Quién sabe dónde estaríamos si Mackay no se "traga" ese chut de Íñigo. O si Parera no detiene el penal ante el Racing de Ferrol. O si Borja Domínguez no se inventa esa asistencia a Cedric.

La nueva categoría 1ª RFEF también ha sido crucial en este aspecto: un Racing con la clasificación a Europa reciente no debe salir de la LFP -o eso dice la teoría- y siempre ha sido exigido con el liderato en la ya extinta 2ª B. Sin embargo, una nueva categoría con equipos de mayor nivel -unido a un presupuesto no tan ambicioso- rebajó las expectativas de prensa local y aficionados a un más que digno play-off.

Esto, unido a una más que convulsa temporada anterior, se tradujo en un margen de maniobra -normalmente inexistente- para el nuevo cuerpo técnico y plantilla. Pese a un juego algo espeso, los verdiblancos nunca se alejaron de los puestos de cabeza, y los 6 puntos de ventaja del Deportivo escocieron algo menos que otros años. La meritocracia instaurada por Romo, las oportunidades a la cantera y un estilo cada vez más reconocible permitieron cambiar el rumbo de un equipo que empezaba a temer los primeros silbidos inquietos. El parón por covid fue el preludio a la racha de victorias y el resto es historia. 

Los jugadores racinguistas celebran el ascenso a la Liga Smartbank. Imagen: El Diario Montañés
Los jugadores racinguistas celebran el ascenso a la Liga Smartbank. Imagen: El Diario Montañés        

Y ahora, ¿Qué?

El regreso a la LFP se antoja ilusionante, pero también incierto. La venta de Pablo Torre (5 Millones más variables) permitirá al Racing gozar de un límite salarial aseado, pero también privará a los cántabros de su jugador más diferencial. La adaptación de otras piedras angulares a la categoría es una incógnita y quizás requiera algo de tiempo para que brillen a su máximo nivel -Véase Pol, Fausto, Íñigo o Cèdric-. 

Y es que el estado anímico no solo condiciona equipos, sino también individualidades. Que le pregunten a Miquel Parera, Unai, Fausto, Soko o Arturo. El propio Bustos recuperará su mejor versión en otro club pronto, seguro. Por tanto, no crucifiquemos a la primera de cambio esta nueva competición, pues todo jugador y equipo requieren sus procesos, y todos juntos llegarán antes al objetivo de la salvación. Jugadores jóvenes como Mantilla, Camus, Yeray o Lucas Díaz deberán adaptarse y seguir creciendo a la par del equipo, pues tienen toda la carrera por delante y dónde mejor para hacerlo que en el club de su vida. No permitamos que la impaciencia nos impida verlo. Ahora, a ganar al Andorra y a disfrutar de unas merecidas vacaciones.