¿Por qué el gol de Chile en la fase de clasificación para Alemania 1974 fue el más fácil de la historia? ¿Cómo amenizaban los holandeses las tardes de soledad? ¿Para qué quería un aficionado escocés alquilar un submarino? ¿Cómo evitó Hungría la repesca contra Bolivia? ¿Qué hacía un jeque kuwaití en el césped en mitad de un partido? ¿Por qué se entonó el "que se besen, que se besen" en El Molinón?

Alemania 1974

Dos años después de los asesinatos en Múnich de once deportistas israelíes por el comando Septiembre Negro, el Mundial aterrizaba en Alemania entre fuertes medidas de seguridad, desde tanques en los aeropuertos hasta registros continuos, y por supuesto, una continua vigilancia policial tanto dentro como fuera de los estadios. La seguridad tuvo que ser reforzada en el encuentro entre las Alemanias Occidental y Oriental mediante un helicóptero que sobrevolaba el campo, debido a la amenaza de bombardeo.

Fantasmas en el estadio

La fase de clasificación obligó a encontrarse a la Unión Soviética con Chile. Pocos meses antes, Pinochet había tomado la Casa de la Moneda y Salvador Allende, después de resistir con orgullo dentro, se suicidó. El equipo soviético se solidarizó con el presidente izquierdista fallecido y se negó a jugar en el Estadio Nacional, utilizado durante un corto lapso de tiempo como campo de concentración político. Aun así, el ilegítimo gobierno chileno decidió convocar el encuentro como una exaltación de patriotismo. Allí se vivió una patética pantomima ante 18.000 personas, en la que los jugadores chilenos sacaron de centro contra un rival que no existía. Trotaron hasta el área y Francisco Valdés marcó el gol más fácil de su vida. Después, para compensar el dinero de las entradas, Chile disputó un amistoso contra el Santos. Los brasileños humillaron a los locales con un 0-5.

El Mundial se abre al exotismo

El Mundial en una Alemania dividida fue, paradójicamente, un torneo de apertura de puertas. Tuvieron cabida selecciones tan exóticas como Australia, Haití o Zaire, protagonistas de varias anécdotas inimaginables.

Haití, por ejemplo, fue la culpable por medio de Sanon de romper el récord de imbatibilidad de Dino Zoff (1147 minutos). A pesar de la derrota, felices por haber marcado, los jugadores celebraron su gol al día siguiente paseando por el zoológico de Múnich. En la otra cara de la moneda, Jean-Joseph fue expulsado por dopaje y, por orden del dictador haitiano Papa Doc Duvalier, fue sacado del hotel en secreto y torturado en el camino al aeropuerto.

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En el caso de Zaire, las anécdotas no son mucho más distendidas, aunque pueda parecerlo. En su primer y único Mundial, los africanos tenían como seleccionador al yugoslavo Blagoiev Vidinic. Precisamente frente a la selección balcánica caía Zaire por 3-0 en el primer cuarto de hora. Desde la Federación, se obligó al técnico a sustituir al portero, Muamba. La mejora fue invisible: perdieron 9-0. El dictador zaireño Mobutu les amenazó de muerte: “Si en el partido frente a Brasil les meten cuatro goles o más, mejor que se queden en Alemania”. Cuando iban perdiendo 3-0, se produce una falta a favor de los brasileños al borde del área. Rivelino y Jairzinho discuten con el árbitro sobre la distancia de la barrera, pero este pita. De pronto, Mwepu Ilunga sale corriendo de la barrera y golpea con potencia el balón hasta el campo carioca. ¿Pensaba el defensa zaireño que cuando el árbitro pitaba ambos equipos podían chutar? Mucho se ha rumoreado sobre el desconocimiento africano de las normas, aunque también se discute si quizá fue una manera de perder tiempo y así, conservar su vida.

Fútbol total

Sin embargo, lejos de excentricidades, la gran protagonista fue Holanda. Dirigida por Rinus Michels y comandada por Cruyff, la Naranja Mecánica deslumbró al mundo. Los neerlandeses, bastante liberales, dejaban ocasiones a sus jugadores para la intimidad con sus esposas, e incluso con sus novias. Aun así, un día estando sin compañía, los pícaros jugadores corrieron a la voz de “¡chicas desnudas en la piscina!”, aviso al que también acudió la prensa, montando un escándalo de dimensiones considerables. Se ha llegado a rumorear que, como represalia, la mujer de Cruyff le negó la participación en el Mundial de 1978.

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Ese descontrol y lujuria se plasmaba también en el césped, donde hasta los escandalizados conservadores tenían que admirar la belleza del fútbol total. Este despliegue de juego e imaginación les llevó en volandas hasta la final, con una confianza tal, que en Holanda se imprimieron 100.000 sellos con las palabras “Holanda campeón del Mundial de Fútbol”. En una repetición del Maracanazo, se vendió la piel del oso antes de cazarlo. Y es que el oso era alemán. La elegancia de Cruyff contra la esbeltez de Beckenbauer. La final contra los anfitriones empezó bien para los naranjas. Extrañamente bien. Holanda saca de centro, sus defensas tocan el balón sin impedimento durante medio minuto. Cruyff se retrasa hasta la posición de central, recibe el balón, inicia jugada, descarga, recibe y se interna como una perfumada exhalación en área germana. Es derribado y es penalti. Holanda gana 1-0 y Alemania aún no ha tocado la pelota. Tras el empate también desde los once metros de Breitner, Cruyff y Rep encaran a Beckenbauer, pero el segundo holandés termina chocando contra un muro llamado Sepp Maier. Robben e Iker Casillas reeditaron en 2010 el sueño holandés que se esfuma. Porque después de esa ocasión manifiesta, Müller sellaría el triunfo teutón. Alemania, profeta en su tierra.

Argentina 1978

La sombra de un Mundial dictatorial como el de 1934 se alargaba hasta la Argentina de 1978. El general Videla, cabeza visible de la Junta Militar, consiguió que prosperara la candidatura sudamericana a pesar de los terribles acontecimientos, torturas y desaparecidos que estaba dejando su mandato. Unos arbitrajes muy desnivelados, las madres de la Plaza de Mayo empañando con su coraje la mentirosa propaganda, un director del Comité de Preparativos (Omar Actis) asesinado a una semana de que rodada el balón, la violencia de los barras bravas en la grada... creaban considerables dudas sobre el éxito del torneo. Hubo jugadores como Sepp Maier o Paolo Rossi que firmaron una protesta contra la tortura y el maltrato y otros, como Cruyff, que fueron un paso más allá y boicotearon el evento con su ausencia.

Scotland is different

Los escoceses lograron clasificarse para el torneo, pero el fútbol era mejor asignatura que la geografía. “Vamos camino de Río” rezaba un cartel a todo color en las calles de Escocia. A Río de Janeiro viajaron muchos aficionados, aunque el primer partido de su selección se disputó en Córdoba, a ligeros 3000 kilómetros de Río. La desesperación cundió entre las masas desplazadas, llegando incluso a la demencial idea de un seguidor de llegar a Argentina por mar... ¡en submarino! Algún amigo juicioso le quitó la ocurrencia de la cabeza. En un hotel cercano, los españoles dormían en chándal porque no habían calculado el cambio de estación que suponía viajar a Argentina en junio.

La selección escocesa, mientras sus compatriotas intentaban llegar, se encontraron un partido vital en la jornada final frente a Holanda. Debían ganar a los tulipanes por tres goles. Cuando el portero rival, Jongbloed fue inquirido sobre si los escoceses eran capaces de hacerle tres tantos respondió: “Sí, pero no en noventa minutos”. Se equivocó, aunque Holanda avanzó a la siguiente ronda tras el 3-2. Quizá esa prepotencia del cancerbero le llevó a ser retirado del plantel por Ernst Happel, cuya decisión no gustó nada a la mujer del afectado, que estaba dispuesta a viajar a Argentina para vérselas con el técnico. Otra mente juiciosa lo evitó.

Los no-goles

En la fase de grupos ocurrieron dos goles que no ocurrieron. La paradoja se explica de la siguiente manera: Brasil-Suecia, empate a uno, último minuto del partido. Batista centra y Zico, anticipándose al mundo con un precioso giro de cuello, hace a la pelota reposar en la red. Sin embargo, el árbitro Clive Thomas indicó el final justo cuando la pelota volaba hacia el arco. El gol no subió al marcador. El otro gol que nunca llegó no supuso un error manifiesto del árbitro, sino de un jugador: Cardeñosa. Un centro sobre el área brasileña es ganado por un magnífico Santillana, borrando de la jugada al portero rival y a un defensa. Cardeñosa, con un año sabático para pensar qué hacer, controla dos veces y dispara desde la línea del área pequeña al centro de la portería, donde el defensa Amaral repele el esférico. España aún estaba maldita.

Cuando la pelota se manchaba

El Brasil de Zico y Sócrates fue eliminado del Mundial sin perder un solo partido de los siete que disputó. Cuando se apeó del campeonato, Sócrates pronunció una frase para la memoria: “Mala suerte y peor para el fútbol”. En su lugar, llegó Argentina a la final contra Holanda. Los locales necesitaban ganar por mínimo cuatro tantos a Perú en la segunda fase de grupos. Un engañoso 6-0 final, con cinco goles en la segunda mitad, abrió la veda a los rumores de un supuesto pago a los peruanos, en la órbita del Plan Cóndor. No habría sido el único del Mundial, puesto que en la ronda clasificatoria Hungría evitó la repesca contra Bolivia por el módico precio de un marcador electrónico.

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Una vez en la final, los argentinos retrasaron más de cinco minutos su salida al campo, mientras los holandeses esperaban, escuchando rugir a 70.000 espectadores. Un partido muy trabado, pero no exento de belleza, obligó a la prórroga. En ella, Kempes, que ya había marcado, subió a los altares argentinos con otro gol y una asistencia. El equipo holandés, en un acto subversivo (palabra que detestaba el poder argentino de esa época), plantó a la Junta Militar y no recogió su medalla. Con razón, puesto que cuentan algunos de los presos y torturados de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) que “desde el cuartel donde estaban encerrados se escuchaban los gritos de algarabía del Monumental”. Cuando Argentina se coronó, transportaron a los presos y les abrieron pequeñas rejillas en los coches para que vieran celebrar a sus compatriotas, en una aberrante tortura psicológica. Los militares intentaron usar el fútbol para borrar sus actos, pero la maldad flota.

España 1982

España, tras varias candidaturas, era sede electa para un Mundial. Sin embargo, la organización cogió la senda equivocada desde la primera encrucijada. Se aceptó la presión de FIFA y se incluyeron 24 equipos por primera vez. El sorteo, donde los bombos se atascaron y se rompió más de una bola, puso en duda la integridad del azar. Además, una doble fase de grupos aumentaba el número de encuentros, lo que sumado a un excesivo descanso entre partidos, hizo el Mundial interminable. El colmo fueron los constantes cambios de sede en unos aeropuertos caóticos, donde más de una selección tuvo que improvisar un entrenamiento de carrera continua para no perder su vuelo. Por si todos estos errores no fueran suficientes, la encargada de proporcionar entradas y alojamiento, la Organización Mundiespaña, resultó ser un cúmulo de despropósitos.

Uno de los peores parados, Irlanda, sirve como ejemplo: después de sufrir un pésimo arbitraje, estuvieron a punto de perder el avión en Zaragoza, porque dos de los jugadores necesitaron más de dos horas para realizar el examen de orina, por la deshidratación provocada por el calor intenso. En el otro extremo, por supuesto, la anfitriona España recibió los favores de un arbitraje doméstico. Por ejemplo, contra Yugoslavia fue obsequiada con un penalti a raíz de una falta a un metro del área, no contento con ello el colegiado Lund mandó repetir tras el fallo de López Ufarte. El volcánico Juanito, para evitar males mayores, le arrebató el balón de las manos y marcó en la repetición.

La luz cuscatleca

En España se produjo la mayor goleada en la historia de los Mundiales, cuando Hungría devastó a El Salvador por 10-1. Sin embargo, la nota de color la puso un salvadoreño llamado Jorge Alberto, conocido como Mágico González. A pesar de recibir trece goles en contra y perder los tres partidos, Mágico estuvo incluido en el once ideal del torneo. Su paso por el Mundial le abrió las puertas del Cádiz y allí, el delantero se forjó genio y figura. Conocido por toda la ciudad por sus extravagantes paseos en descapotable con su amigo enano puesto en pie en el asiento del conductor, se enamoró de las calles gaditanas y rechazó al PSG porque Cádiz tenía más encanto que París. Un jugador con un talento tal, que un portero rival le persiguió en una ocasión hasta el centro del campo después de una vaselina hecha de esplendor precedida de tres regates asombrosos. ¿Para qué le buscó aquel portero, Pedro Alba? Para felicitarle. El Mundial de 1982 fue el escaparate de un mago único.

Un jeque en el campo

Otras excentricidades. Kuwait, en su primera participación mundialista se cruzó con la Francia de Platini en la fase de grupos. Los galos se imponían con facilidad por 3-1, cuando emprendieron un nuevo ataque. En el transcurso de aquel, un ingenioso espectador provisto de un silbato y haciendo uso de él, petrificó a la defensa kuwaití, que se olvidó de la jugada. Francia marcó. Los defensas árabes se enzarzaron en una discusión con el juez de negro, hasta ahí, lo lógico. De repente, el jeque Fahad Al-Sabah, presidente de la Federación y hermano del Emir de Kuwait, se levanta en el palco y hace señas a los suyos. Empezó el espectáculo. El jeque, ataviado con su khandura (vestido), su agal (cinta negra) y su ghutra (pañuelo), se personó en el césped. El revuelo fue considerable, porque a raíz de sus palabras, los jugadores parecían dispuestos a abandonar el terreno de juego. Aún faltaba por llegar lo más surrealista. El guión debía estar escrito por Berlanga, porque el árbitro, ante los estupefactos galos... ¡anuló el tanto! Más tarde, la justicia poética en botas de Bossis puso de nuevo el 4-1.

Pacto de paz

Alemania sembró vientos en la fértil tierra española. Desde la primera ronda, se granjeó la hostilidad de la hinchada local. En su grupo se encontró con los vecinos austríacos, con Argelia y con Chile. Después de perder con los africanos e imponerse a los sudamericanos, llegaba al choque con Austria en la cuerda floja. Argelia y Austria sumaban cuatro puntos y Alemania aún contaba dos. Sin embargo, como Argelia había derrotado a Chile el día anterior, los centroeuropeos eran conscientes de que con una victoria ajustada para Alemania, ambos pasarían de la mano.

Casualmente, Alemania marcó en el minuto 10. Desde ahí, la escasa competitividad fue decayendo hasta niveles bochornosos. El público de El Molinón, en Gijón, tuvo que soportar 80 minutos de burla futbolística. Jugadores andando, literalmente andando, tiros libres desperdiciados en un confuso limbo y el austríaco Schachner, el único jugador que aportaba intensidad, reprendido por los suyos por querer jugar. Desde las gradas se animó al Sporting de Gijón, se voceó a favor de la perjudicada Argelia y se gritó “que se besen, que se besen”.

Alemania recoge tempestades

Después del partido, germinó la primera semilla de odio en el pueblo español por el combinado alemán. Se acercaron a su hotel de concentración y les lanzaron cualquier proyectil que encontraban: huevos, tomates e incluso alguna piedra. Desde una de las habitaciones superiores, los dos porteros, Schumacher y Franke, respondieron con agua y basura, un riego deplorable que hizo que el odio echara raíces. La planta del desprecio siguió creciendo por culpa de Schumacher precisamente. En las semifinales contra Francia, Battiston se plantó delante de él e intentó una vaselina, la cual se marchó cerca del palo. Schumacher, en su demente salida, arrolló al galo con una agresión criminal, rompiéndole varios dientes. Con su acostumbrada insolencia, el guardameta declaró: “Si necesita una dentadura nueva, yo me ofrezco a pagársela”.

la-redo.net

Ni fue expulsado, ni fue alcanzado por el karma, porque la noche le permitió ser el héroe en la tanda de penaltis. Alemania, a la final. En el encuentro decisivo en el Santiago Bernabéu, esperaba Italia, la cual contaba con la complicidad de los anfitriones y un Rossi en trance, después del hat-trick ante Brasil y el doblete contra Polonia. Marcó el delantero azzurro y lo hicieron también Tardelli y Altobelli. Breitner maquilló, pero no pudo acabar con los saltos de alegría del simpático presidente Sandro Pertini, quien rompió el protocolo con sus celebraciones en el palco, al lado de Juan Carlos I.

Aquí puedes seguir leyendo anécdotas de los Mundiales:

-Anécdotas de los Mundiales (I): Uruguay 1930, Italia 1934, Francia 1938

-Anécdotas de los Mundiales (II): Brasil 1950, Suiza 1954, Suecia 1958

-Anécdotas de los Mundiales (III): Chile 1962, Inglaterra 1966, México 1970

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Sobre el autor
Sergio  Vicente Z.
Graduado en Filología Hispánica. Máster de Profesorado. Apasionado del fútbol y de las letras. Adoro cuando se juntan. Prefiero las buenas intenciones que acaban en fracaso que el éxito basado en las malas.